Me preguntan el ¿por qué del
tatuaje en la parte posterior de mi hombro izquierdo? Mi respuesta es la misma,
siempre acompañada de una sonrisa que dicen es enigmática; significa “Rojo”.
Como la sangre, las rosas, el color del mar en el ocaso, las sandías o las
amapolas, como el amor que perdí…
La conocí una tarde de otoño,
cuando las hojas muertas tapizan las calles, ella caminaba por el parque y por
sus mejillas rodaban perlas que brindaban a su mirada un brillo nostálgico que
me impresionó. La observé y sin que ella lo notara seguí sus pasos. El viento
le arrebató de las manos una carta y la fortuna permitió que llegara a mí, la
tome y se la entregué. Con una sonrisa me dio las gracias- Le pregunté si podía
hacer algo por ella, en respuesta su llanto inundó el ambiente e impulsivamente
le abracé, mi pecho enjugó sus lágrimas y poco a poco estas acabaron.
Nuevamente me dio las gracias y
me explicó que su hermana menor había fallecido de leucemia, caminamos por un
largo tiempo y me dijo su nombre: Renata.
Ese día olvidé todas mis actividades,
pasando la tarde con ella, quien me contó la historia de su hermana menor, la
unión tan grande que entre ellas existía y el gran amor que se profesaban.
Al caer la noche me permitió
acercarla hasta el domicilio que habitaba, el cual era una casa para
estudiantes de provincia cerca de la Universidad, al despedirse de mí, me
regaló algo muy preciado, una sonrisa que iluminó mi alma.
Durante los siguientes días al
salir del trabajo me paseaba fuera del lugar dónde vivía pero nunca tuve suerte
de encontrarla y jamás me atreví a tocar a su puerta y preguntar por ella.
Llegó el fin de semana y decidí
pasear por el parque en que la había conocido- Como si fuera un imán me dirigí
a un rincón del mismo, en el cual las hojas caían como lluvia de abril. Ahí,
sentada en una banca la encontré, absorta en su cuaderno de dibujo, en el cual
plasmaba con maestría esa llovizna pertinaz.
Estaba tan concentrada en lo que
hacía que ni siquiera notó mi presencia, pero la lluvia interrumpió su trabajo
y apresuradamente trato de poner a salvo su cuaderno, fue entonces cuando le
hice notar mi presencia al guarecerla bajo el paraguas que llevaba, ella se
sorprendió al verme, pero agradeció mi ayuda.
La lluvia arreció y yo la
conduje hasta mi auto, ofreciendo llevarla al lugar que me indicara. Renata me
pidió que nos quedáramos en el parque, y ahí, mientras el tintineo de la lluvia
nos acompañaba, continuó dibujando. Yo me dedique embelesado a observarla.
Al fin el cielo se despejó y
ella tendió hacia mí una de las hojas de su cuaderno, en la que había plasmado
mi rostro visto a través de un cristal en el que las gotas de lluvia caían
profusamente, sólo me dijo: Es tuyo.
La invité a cenar y ella
accedió, finalmente la lleve a su domicilio.
Desde ese día, al salir del
trabajo pasaba frente a su casa con la ilusión de poder verla, pero nunca tenía
suerte, sólo los domingos, en ese mismo parque me hacía el encontradizo. Después
de varios meses de estos encuentros, me atreví a pedirle que fuera mi amiga, su
respuesta fue tan inocente y sencilla: “No lo somos ya”.
Me contó que estudiaba medicina
y que el dibujo era sólo un pasatiempo.
Al paso de los días me presentó
a varias de sus amigas, jóvenes de veinte años como ella, las cuales se
sorprendían al saber que un viejo de treinta y cinco años era su amigo.
La diferencia de edades no le
importaba a ella. Poco a poco fui convirtiéndome en su mejor amigo, compañero y
confidente.
Cuando cumplió veintiún años,
insistí en que organizara una fiesta a la que pedía invitara a todos sus
amigos, quería verla feliz, pienso que lo fue. Yo era el hombre mas afortunado
al estar cerca de ella. El día de su fiesta llegó y fue todo un éxito, ella se
veía radiante y contenta, me presento a todos los amigos y amigas que aún no
conocía. Al ver a los jóvenes que la rodeaban disputándose su atención, me
percaté que yo no podía competir con ellos, Renata, parecía que comprendía mi pesar,
y trato de manera generosa de integrarme al grupo, sin embargo, la alegría
había terminado para mí.
Después de esa fiesta decidí
alejarme, por espacio de quince días no le llamé ni la visité, pero el día dieciséis,
ella me sorprendió en mi trabajo, al presentarse a primera hora de la mañana,
sin que yo le hubiera comentado jamás dónde laboraba.
-Ingeniero Aguirre, le buscan en
recepción –señaló el altoparlante de la oficina.-
Extrañado me dirigí hacia ese
lugar.
-¡Hola, buenos días ingeniero! –Me
saludó Renata-
-Buen día –conteste intrigado-
- ¿Tendrá mi proyecto?
- Me faltan algunos datos para
terminarlo, podríamos pasar a mi oficina para que me los proporcioné –contesté-
-Con gusto.
Renata se dirigió hacia dónde yo
le señalaba sonriendo. Al llegar a mi oficina me dijo:
-Nunca me la imaginé así.
- No creí que hubieres pensado
en ella.
-En muchas ocasiones –respondió-
esta oficina tiene mucho de ti.
- ¿Eso opinas?
- Por supuesto, por ejemplo,
este globo terráqueo debe ser el instrumento mediante el cual eliges los
lugares que visitaras en tus vacaciones, lo haces girar, cierra los ojos y
señalas un lugar y ¡ya está! El lugar soñado aparece. ¿Estoy en lo cierto?
- Casi, he soñado con hacer lo
que tú dices.
- Bien, estás trabajando y no
quiero hacerte perder tu tiempo, así que iré al grano. ¿Por qué no has ido a
buscarme?
-He tenido mucho trabajo.
- Mmmm. Te he extrañado.
-¿Deberías estar en la escuela
en este momento?
- Si, pero no saber de ti me
preocupaba.
- Pues como ves me encuentro
perfectamente.
- ¿Tú no me has extrañado?
- ¡No tengo tiempo para ello! ¿Necesitas
algo?
- Si, pero creo que lo que
necesito tú no puedes proporcionármelo –acercándose a mi escritorio puse un
sobre en el mismo-
- te traje esto –me dijo- ¡No lo
abras! Debo irme. Me dio gusto saber que te encuentras bien – salió de mi
oficina corriendo, dejándome estupefacto-
Abrí el sobre y dentro del mismo
encontré un dibujo hecho a lápiz de mi rostro, en la parte inferior del mismo
firmaba “Reb”. Yo jamás había posado para ella. Guardé el dibujo y seguí
trabajando todo el día, preguntándome cuándo y cómo lo había hecho.
Por la noche, al llegar a mi
casa, volví a sacar el dibujo. Fue entonces cuando me percaté que en la parte
posterior del mismo había una frase: “Por siempre, te amo”.
Quise correr a verla pero era
demasiado tarde y ella debía estar dormida. Pensé: ¡cómo podía haber sido tan
estúpido!
Decidí ir a su domicilio a pesar
de la hora, como era de esperarse, todo estaba a oscuras y cerrado, sin embargo,
me quedé ahí, viendo desde mi coche el ventanal de su recámara. Sin saber cómo
me quedé dormido, hasta que unos golpes leves en la ventanilla me despertaron.
-
¿Qué haces aquí? –me dijo Renata-
-
Tu dibujo… yo… ¿a dónde vas?
-
A la escuela.
-
¿Te llevo
-
¿No trabajas hoy?
-
No te preocupes.-Ella subió al auto- ¿Es cierto
lo que dice el dibujo?
En respuesta Renata me dio un
beso. A partir de ese momento fui el hombre más feliz y más enamorado del
mundo.
A los seis meses nos casamos.
Ella continuaba con sus estudios como Interna en un Hospital. Era pesado, pues
hacia guardias, descansando una noche y trabajando en la siguiente y así sucesivamente.
Yo trataba de ayudarla en lo que podía dentro de la casa, pero comencé a notar
que perdía peso, le pedí que descansara ella en respuesta me dijo:
-
¡Soy feliz! Solo tengo que acostumbrarme a las desveladas.
Así pasaron tres meses más, cuando estaba en el sexto mes
del internado, una de sus mejores amigas me llamó al trabajo:
-
¡Hola Alex!, Soy victoria.
-
¿Sucede algo? ¿Renata está bien?
-
No te alarmes, se desmayó y el profesor pidió
que llamáramos a un familiar y…
-
Voy enseguida –le dije mientras salía corriendo
de la oficina-
Al llegar al Hospital me recibió Victoria, quien me llevó inmediatamente con el
Dr. Segovia, profesor de mi esposa:
-
Me dicen que usted es el esposo de Renata.
-
Así es, ¿cómo esta ella?
-
Siéntese por favor. Tenemos que hacerle varios
estudios para descartar cualquier enfermedad, pero parece que solo es
agotamiento, y podría ser que estuviera anémica, está muy delgada y baja de
peso, así que vamos a mandarla a descansar y le pondremos una dieta especial
para que mejore.
-
Lo que usted ordene doctor
-
Bien, regrese en tres horas, en ese lapso le
haremos los estudios y después podrá llevarla a su casa, de acuerdo.
-
Puedo quedarme si es necesario.
-
Necesitamos que trabaje para que la alimente
adecuadamente, no se preocupe –dijo el médico sonriendo- vaya a trabajar y
déjenos a nosotros hacer lo propio,
Ese día recogí a Renta en el
hospital y la lleve a casa. Ella al ver mi cara de preocupación me dijo:
-
¡Tontín! Solo estoy un poco cansada, así que no
quiero que me trates como una enferma.
Yo callé. Las semanas siguientes
me encargué de que Renata cumpliera con su dieta, sin embargo, seguía igual de
delgada. Ella se reintegró a sus estudios. Dos semanas después del incidente,
acudí al hospital, en el cual el Dr. Segovia me recibió muy amablemente, junto
con mi esposa.
-
Bien, dígame ¿cómo se ha portado su esposa? ¿Sigue
la dieta?
-
Pos supuesto doctor, yo me he encargado de que
la siga al pie de la letra.
-
Siéntense ambos y pónganme atención –nos dijo el
médico- Renata está enferma y debemos someterla a un tratamiento.
-
Pero me siento perfectamente –dijo mi esposa-
-
¿Qué tiene? ¿Es grave –inquirí yo-
-
Leucemia
-
¡No! Gimió Renata.
-
¡Imposible! ¡Solo está cansada! -Grite yo-
-
Sé que es difícil de entender, pero los estudios
así lo indican, pero estamos a muy buen tiempo para que el tratamiento sea un
éxito.
-
¡Debe haber un error! –le dije al doctor-
-
Lamentablemente no
Mientras este diálogo sucedía,
Renata se había quedado callada y su palidez era extrema, el doctor se percató
de ella y le dijo:
-
Renata, muchacha, no hay de qué preocuparse,
estamos a tiempo, el tratamiento será un éxito.
-
Como quisiera que su voz fuera de profeta
profesor –pero las lágrimas resbalaban por su tez-
Al día siguiente Renata comenzó
su tratamiento de quimioterapia. La rapidez me dejó asombrado. Después de un mes,
su cabello comenzó a caer, y a los dos meses, decidió cortarlo al ras, así que
yo también me rape completamente. A pesar de que seguía la dieta al pie de la
letra, cada vez estaba más delgada y ojerosa. Para animarla le compraba todo lo
que se me ocurría, desde una peluca, gorras, vestidos, muñecos, flores,
cuadernos de dibujo, todo lo imaginable y lo imaginable. Ella sólo sonreía con
paz infinita.
Cuando terminó el primer
tratamiento, y después de realizar una serie de estudios el doctor Segovia nos
cito en el consultorio. Ambos íbamos esperanzados e incluso habíamos hablado de
ir a bailar para celebrar la mejoría de la que sin duda nos hablaría el doctor.
Cuando llegamos al consultorio, la enfermera nos hizo pasar inmediatamente, a
pesar de que habían más personas esperando consulta.
-
Renata, hermosa, ¿cómo te has sentido?
-
Bien doctor, gracias.
-
Que me dice usted, ¿cómo va el ánimo de su
esposa?
-
Renta es una mujer muy valiente y animosa –le contesté-
pero sin duda lo que usted nos diga nos animará mas.
El doctor se quedó en silencio unos minutos y nos dijo:
-
Lamento no tenerles tan buenas noticias. El tratamiento
no fue lo exitoso que esperaba. El tipo de leucemia que presenta Renata es muy
agresivo y ha empeorado.
-
¿Es como el de mi hermana? –preguntó Renata-
-
Si, no puedo mentir –contesto el médico-
-
¿Cuánto tiempo tengo?
-
No podría asegurarte nada, tal vez seis meses,
pueden ser más, tal vez menos –señaló el doctor-
-
¡Es imposible lo que dice! –interrumpí yo- ¡Debe
haber un error! ¡Debe haber otras opciones, otros tratamientos! ¡Cualquier
cosa! ¡Por favor! –pronuncié estas últimas palabras entrecortadas por los
sollozos y con los ojos anegados en llanto-
Renata en respuesta me tomó de
la mano y con serenidad pasmosa me dijo:
-
Estaremos bien amor ¡No sufras!
Mi respuesta fue abrazarla como
un niño.
El doctor Segovia conmovido sólo
atinó a decir:
- Continuaremos con el tratamiento,
quizás podemos lograr un cambio.
- No doctor –le dijo Renata- No
quiero pasar los últimos días de mi vida sin poder comer, con nauseas y
vomitando eternamente. No quiero ver como caen uno a uno mis cabellos. Quiero
morir con dignidad y no debilitada por los medicamentos.
- Por favor Renata, siempre hay
esperanza de que el tratamiento resulte.
- No doctor, olvida que le conté
como vi acabarse a mi hermana, yo no quiero que me suceda lo mismo, no quiero
alargar mi agonía ni la de mi esposa y mis padres, ellos no resistirán perder a
la única hija que es queda de la misma forma que a mi hermana –la serenidad de
mi esposa cuando pronunció estas palabras era asombrosa-
- Pero Renata…
- No hay peros que valgan,
agradezco su ayuda maestro, pero ya he tomado una decisión.
- ¡Renata, debemos intentarlo
todo! ¡No te voy a dejar morir! –Grité desesperado-
Por toda respuesta mi mujer me
tomó de la mano y besándola enseguida, mirándome a los ojos me dijo:
-
Alex, no permitiré que me suceda lo mismo que a
mi hermana, quiero vivir mis últimos días a plenitud, contigo, con mis padres,
¡Entera! ¡por favor! ¡respeta mi decisión!
-
No puedo, ¡lucharé!
-
Si me amas, será como yo digo – y dirigiéndose
al doctor le dijo:
-
Gracias doctor, ha sido usted fantástico
conmigo, lo veré después –se despidió y salió del consultorio y yo tras ella-
Renata me tomó de la mano y me
dijo:
-
¡Vamos a festejar el diagnóstico!
-
¡Cómo puedes decirle eso¡
-
No lo entiendes, tenemos seis mese para vivirlos
al máximo, para disfrutar nuestro amor ¡debemos hacerlo! ¡Algo más! No se lo
diremos a mis padres, sino hasta que ya sea inevitable ¡por favor!
Me abrazó y yo me aferré a su
cuerpo, mientras ella me abrazaba y consolaba como a un niño.
Después de platicar toda la
tarde y gran parte de la noche con mi esposa, decidimos que tramitaría un
permiso en el trabajo para irnos de vacaciones y después un permiso sin goce de
sueldo, para estar con ella el mayor tiempo posible.
Sin embargo el deterioro en su
salud fue tremendamente rápido. Apenas habíamos pasado una semana con sus
padres y un mes recorriendo varias partes de la provincia mexicana, cuando ante
mis ojos se marchito, sus ojos perdieron el brillo que tanto me fascinaba. Su
tez blanca se volvió macilenta. Su cabello antes lustroso y negro se volvió gris
y opaco. Su sonrisa, esa sonrisa que yo tanto amaba, a pesar de su esfuerzo
demostraba una tristeza inveterada, en resumen parecía un espectro de la mujer
que yo amaba, pero al menos estaba viva.
Exactamente dos meses después
del día que hablamos por última vez con el médico, tuvimos que acudir
nuevamente a su consulta, pues los dolores que sufría Renata eran enormes, el
doctor le receto morfina para paliar un poco los mismos. Mi bella esposa,
tomaba la droga, sin embargo, el dolor no disminuía, vivía en un grito eterno.
Llegó un momento, en que me pidió me acercara a ella y murmurándome al oído me
dijo:
-
Amor, no lo resisto más, por favor, tengo que
acabar ¡Ayúdame!
-
¿Qué quieres que haga?
-
Mátame
-
¡No! ¡Jamás podría hacerlo!
-
¡Por favor!
-
¡No! ¡he dicho mi última palabra!
Seguí suministrándole la droga,
pero ésta no disminuía en nada el suplicio de mi adorada esposa. Una noche,
cuando los gritos desgarradores de mi esposa me hacían temblar, sufriendo por
su dolor, la vista se me nublo, una mancha roja apareció ante mis ojos, envolviéndolo
todo… fue entonces que lo decidí. Tome una almohada entre mis manos, y me
acerque a la cama en donde se encontraba mi esposa, mi amor… Ella me vio con
sus ojos enormes, en esa cara tan demacrada, me acerqué a ella y con gran
esfuerzo me dio un beso, sonrió y con voz apenas audible me dijo: “Gracias, te
amo, siempre te amaré”
Entonces, si fue entonces cuando
la ahogue con la almohada. Se estremeció unos breves segundos. Destapé su cara,
se veía tranquila, como si durmiera plácidamente, el sufrimiento había
desaparecido de su rostro. Tomé el teléfono, y hable a la policía confesando mi
crimen. Hoy todavía esa nube roja me envuelve. Sé que faltan pocos días para
que se cumpla la condena. Doy gracias a Dios de que se haya restablecido la
pena capital en mi país. Espero la muerte con tranquilidad. Sé que ella me está
esperando, y yo, yo quiero ir con ella, pues todavía la amo, siempre la he
amado y siempre la voy a amar.