Quien adivina lo que una sonrisa de mujer esconde,
tal vez alegría,
algo de enigma,
una lágrima furtiva,
el pesar del alma,
puede hasta reír,
pero tal vez en el fondo de su corazón
al reír este llorando
Lee todo en: Poema 52. REIR LLORANDO [Autor: JUAN DE DIOS PEZA-MEJICANO], en Poemas del Alma http://www.poemas-del-alma.com/blog/mostrar-poema-261401#ixzz2fIYYDUTE
Un misterio, un enigma, tristezas y alegría. Un poco de sal y pimienta en la vida. Algo erótico o ternura tal vez desmedida. ¿Qué podrán encontrar en mis letras...? La persona que soy, lo que es mi vida...
miércoles, 18 de septiembre de 2013
jueves, 1 de agosto de 2013
"R"
Me preguntan el ¿por qué del
tatuaje en la parte posterior de mi hombro izquierdo? Mi respuesta es la misma,
siempre acompañada de una sonrisa que dicen es enigmática; significa “Rojo”.
Como la sangre, las rosas, el color del mar en el ocaso, las sandías o las
amapolas, como el amor que perdí…
La conocí una tarde de otoño,
cuando las hojas muertas tapizan las calles, ella caminaba por el parque y por
sus mejillas rodaban perlas que brindaban a su mirada un brillo nostálgico que
me impresionó. La observé y sin que ella lo notara seguí sus pasos. El viento
le arrebató de las manos una carta y la fortuna permitió que llegara a mí, la
tome y se la entregué. Con una sonrisa me dio las gracias- Le pregunté si podía
hacer algo por ella, en respuesta su llanto inundó el ambiente e impulsivamente
le abracé, mi pecho enjugó sus lágrimas y poco a poco estas acabaron.
Nuevamente me dio las gracias y
me explicó que su hermana menor había fallecido de leucemia, caminamos por un
largo tiempo y me dijo su nombre: Renata.
Ese día olvidé todas mis actividades,
pasando la tarde con ella, quien me contó la historia de su hermana menor, la
unión tan grande que entre ellas existía y el gran amor que se profesaban.
Al caer la noche me permitió
acercarla hasta el domicilio que habitaba, el cual era una casa para
estudiantes de provincia cerca de la Universidad, al despedirse de mí, me
regaló algo muy preciado, una sonrisa que iluminó mi alma.
Durante los siguientes días al
salir del trabajo me paseaba fuera del lugar dónde vivía pero nunca tuve suerte
de encontrarla y jamás me atreví a tocar a su puerta y preguntar por ella.
Llegó el fin de semana y decidí
pasear por el parque en que la había conocido- Como si fuera un imán me dirigí
a un rincón del mismo, en el cual las hojas caían como lluvia de abril. Ahí,
sentada en una banca la encontré, absorta en su cuaderno de dibujo, en el cual
plasmaba con maestría esa llovizna pertinaz.
Estaba tan concentrada en lo que
hacía que ni siquiera notó mi presencia, pero la lluvia interrumpió su trabajo
y apresuradamente trato de poner a salvo su cuaderno, fue entonces cuando le
hice notar mi presencia al guarecerla bajo el paraguas que llevaba, ella se
sorprendió al verme, pero agradeció mi ayuda.
La lluvia arreció y yo la
conduje hasta mi auto, ofreciendo llevarla al lugar que me indicara. Renata me
pidió que nos quedáramos en el parque, y ahí, mientras el tintineo de la lluvia
nos acompañaba, continuó dibujando. Yo me dedique embelesado a observarla.
Al fin el cielo se despejó y
ella tendió hacia mí una de las hojas de su cuaderno, en la que había plasmado
mi rostro visto a través de un cristal en el que las gotas de lluvia caían
profusamente, sólo me dijo: Es tuyo.
La invité a cenar y ella
accedió, finalmente la lleve a su domicilio.
Desde ese día, al salir del
trabajo pasaba frente a su casa con la ilusión de poder verla, pero nunca tenía
suerte, sólo los domingos, en ese mismo parque me hacía el encontradizo. Después
de varios meses de estos encuentros, me atreví a pedirle que fuera mi amiga, su
respuesta fue tan inocente y sencilla: “No lo somos ya”.
Me contó que estudiaba medicina
y que el dibujo era sólo un pasatiempo.
Al paso de los días me presentó
a varias de sus amigas, jóvenes de veinte años como ella, las cuales se
sorprendían al saber que un viejo de treinta y cinco años era su amigo.
La diferencia de edades no le
importaba a ella. Poco a poco fui convirtiéndome en su mejor amigo, compañero y
confidente.
Cuando cumplió veintiún años,
insistí en que organizara una fiesta a la que pedía invitara a todos sus
amigos, quería verla feliz, pienso que lo fue. Yo era el hombre mas afortunado
al estar cerca de ella. El día de su fiesta llegó y fue todo un éxito, ella se
veía radiante y contenta, me presento a todos los amigos y amigas que aún no
conocía. Al ver a los jóvenes que la rodeaban disputándose su atención, me
percaté que yo no podía competir con ellos, Renata, parecía que comprendía mi pesar,
y trato de manera generosa de integrarme al grupo, sin embargo, la alegría
había terminado para mí.
Después de esa fiesta decidí
alejarme, por espacio de quince días no le llamé ni la visité, pero el día dieciséis,
ella me sorprendió en mi trabajo, al presentarse a primera hora de la mañana,
sin que yo le hubiera comentado jamás dónde laboraba.
-Ingeniero Aguirre, le buscan en
recepción –señaló el altoparlante de la oficina.-
Extrañado me dirigí hacia ese
lugar.
-¡Hola, buenos días ingeniero! –Me
saludó Renata-
-Buen día –conteste intrigado-
- ¿Tendrá mi proyecto?
- Me faltan algunos datos para
terminarlo, podríamos pasar a mi oficina para que me los proporcioné –contesté-
-Con gusto.
Renata se dirigió hacia dónde yo
le señalaba sonriendo. Al llegar a mi oficina me dijo:
-Nunca me la imaginé así.
- No creí que hubieres pensado
en ella.
-En muchas ocasiones –respondió-
esta oficina tiene mucho de ti.
- ¿Eso opinas?
- Por supuesto, por ejemplo,
este globo terráqueo debe ser el instrumento mediante el cual eliges los
lugares que visitaras en tus vacaciones, lo haces girar, cierra los ojos y
señalas un lugar y ¡ya está! El lugar soñado aparece. ¿Estoy en lo cierto?
- Casi, he soñado con hacer lo
que tú dices.
- Bien, estás trabajando y no
quiero hacerte perder tu tiempo, así que iré al grano. ¿Por qué no has ido a
buscarme?
-He tenido mucho trabajo.
- Mmmm. Te he extrañado.
-¿Deberías estar en la escuela
en este momento?
- Si, pero no saber de ti me
preocupaba.
- Pues como ves me encuentro
perfectamente.
- ¿Tú no me has extrañado?
- ¡No tengo tiempo para ello! ¿Necesitas
algo?
- Si, pero creo que lo que
necesito tú no puedes proporcionármelo –acercándose a mi escritorio puse un
sobre en el mismo-
- te traje esto –me dijo- ¡No lo
abras! Debo irme. Me dio gusto saber que te encuentras bien – salió de mi
oficina corriendo, dejándome estupefacto-
Abrí el sobre y dentro del mismo
encontré un dibujo hecho a lápiz de mi rostro, en la parte inferior del mismo
firmaba “Reb”. Yo jamás había posado para ella. Guardé el dibujo y seguí
trabajando todo el día, preguntándome cuándo y cómo lo había hecho.
Por la noche, al llegar a mi
casa, volví a sacar el dibujo. Fue entonces cuando me percaté que en la parte
posterior del mismo había una frase: “Por siempre, te amo”.
Quise correr a verla pero era
demasiado tarde y ella debía estar dormida. Pensé: ¡cómo podía haber sido tan
estúpido!
Decidí ir a su domicilio a pesar
de la hora, como era de esperarse, todo estaba a oscuras y cerrado, sin embargo,
me quedé ahí, viendo desde mi coche el ventanal de su recámara. Sin saber cómo
me quedé dormido, hasta que unos golpes leves en la ventanilla me despertaron.
-
¿Qué haces aquí? –me dijo Renata-
-
Tu dibujo… yo… ¿a dónde vas?
-
A la escuela.
-
¿Te llevo
-
¿No trabajas hoy?
-
No te preocupes.-Ella subió al auto- ¿Es cierto
lo que dice el dibujo?
En respuesta Renata me dio un
beso. A partir de ese momento fui el hombre más feliz y más enamorado del
mundo.
A los seis meses nos casamos.
Ella continuaba con sus estudios como Interna en un Hospital. Era pesado, pues
hacia guardias, descansando una noche y trabajando en la siguiente y así sucesivamente.
Yo trataba de ayudarla en lo que podía dentro de la casa, pero comencé a notar
que perdía peso, le pedí que descansara ella en respuesta me dijo:
-
¡Soy feliz! Solo tengo que acostumbrarme a las desveladas.
Así pasaron tres meses más, cuando estaba en el sexto mes
del internado, una de sus mejores amigas me llamó al trabajo:
-
¡Hola Alex!, Soy victoria.
-
¿Sucede algo? ¿Renata está bien?
-
No te alarmes, se desmayó y el profesor pidió
que llamáramos a un familiar y…
-
Voy enseguida –le dije mientras salía corriendo
de la oficina-
Al llegar al Hospital me recibió Victoria, quien me llevó inmediatamente con el
Dr. Segovia, profesor de mi esposa:
-
Me dicen que usted es el esposo de Renata.
-
Así es, ¿cómo esta ella?
-
Siéntese por favor. Tenemos que hacerle varios
estudios para descartar cualquier enfermedad, pero parece que solo es
agotamiento, y podría ser que estuviera anémica, está muy delgada y baja de
peso, así que vamos a mandarla a descansar y le pondremos una dieta especial
para que mejore.
-
Lo que usted ordene doctor
-
Bien, regrese en tres horas, en ese lapso le
haremos los estudios y después podrá llevarla a su casa, de acuerdo.
-
Puedo quedarme si es necesario.
-
Necesitamos que trabaje para que la alimente
adecuadamente, no se preocupe –dijo el médico sonriendo- vaya a trabajar y
déjenos a nosotros hacer lo propio,
Ese día recogí a Renta en el
hospital y la lleve a casa. Ella al ver mi cara de preocupación me dijo:
-
¡Tontín! Solo estoy un poco cansada, así que no
quiero que me trates como una enferma.
Yo callé. Las semanas siguientes
me encargué de que Renata cumpliera con su dieta, sin embargo, seguía igual de
delgada. Ella se reintegró a sus estudios. Dos semanas después del incidente,
acudí al hospital, en el cual el Dr. Segovia me recibió muy amablemente, junto
con mi esposa.
-
Bien, dígame ¿cómo se ha portado su esposa? ¿Sigue
la dieta?
-
Pos supuesto doctor, yo me he encargado de que
la siga al pie de la letra.
-
Siéntense ambos y pónganme atención –nos dijo el
médico- Renata está enferma y debemos someterla a un tratamiento.
-
Pero me siento perfectamente –dijo mi esposa-
-
¿Qué tiene? ¿Es grave –inquirí yo-
-
Leucemia
-
¡No! Gimió Renata.
-
¡Imposible! ¡Solo está cansada! -Grite yo-
-
Sé que es difícil de entender, pero los estudios
así lo indican, pero estamos a muy buen tiempo para que el tratamiento sea un
éxito.
-
¡Debe haber un error! –le dije al doctor-
-
Lamentablemente no
Mientras este diálogo sucedía,
Renata se había quedado callada y su palidez era extrema, el doctor se percató
de ella y le dijo:
-
Renata, muchacha, no hay de qué preocuparse,
estamos a tiempo, el tratamiento será un éxito.
-
Como quisiera que su voz fuera de profeta
profesor –pero las lágrimas resbalaban por su tez-
Al día siguiente Renata comenzó
su tratamiento de quimioterapia. La rapidez me dejó asombrado. Después de un mes,
su cabello comenzó a caer, y a los dos meses, decidió cortarlo al ras, así que
yo también me rape completamente. A pesar de que seguía la dieta al pie de la
letra, cada vez estaba más delgada y ojerosa. Para animarla le compraba todo lo
que se me ocurría, desde una peluca, gorras, vestidos, muñecos, flores,
cuadernos de dibujo, todo lo imaginable y lo imaginable. Ella sólo sonreía con
paz infinita.
Cuando terminó el primer
tratamiento, y después de realizar una serie de estudios el doctor Segovia nos
cito en el consultorio. Ambos íbamos esperanzados e incluso habíamos hablado de
ir a bailar para celebrar la mejoría de la que sin duda nos hablaría el doctor.
Cuando llegamos al consultorio, la enfermera nos hizo pasar inmediatamente, a
pesar de que habían más personas esperando consulta.
-
Renata, hermosa, ¿cómo te has sentido?
-
Bien doctor, gracias.
-
Que me dice usted, ¿cómo va el ánimo de su
esposa?
-
Renta es una mujer muy valiente y animosa –le contesté-
pero sin duda lo que usted nos diga nos animará mas.
El doctor se quedó en silencio unos minutos y nos dijo:
-
Lamento no tenerles tan buenas noticias. El tratamiento
no fue lo exitoso que esperaba. El tipo de leucemia que presenta Renata es muy
agresivo y ha empeorado.
-
¿Es como el de mi hermana? –preguntó Renata-
-
Si, no puedo mentir –contesto el médico-
-
¿Cuánto tiempo tengo?
-
No podría asegurarte nada, tal vez seis meses,
pueden ser más, tal vez menos –señaló el doctor-
-
¡Es imposible lo que dice! –interrumpí yo- ¡Debe
haber un error! ¡Debe haber otras opciones, otros tratamientos! ¡Cualquier
cosa! ¡Por favor! –pronuncié estas últimas palabras entrecortadas por los
sollozos y con los ojos anegados en llanto-
Renata en respuesta me tomó de
la mano y con serenidad pasmosa me dijo:
-
Estaremos bien amor ¡No sufras!
Mi respuesta fue abrazarla como
un niño.
El doctor Segovia conmovido sólo
atinó a decir:
- Continuaremos con el tratamiento,
quizás podemos lograr un cambio.
- No doctor –le dijo Renata- No
quiero pasar los últimos días de mi vida sin poder comer, con nauseas y
vomitando eternamente. No quiero ver como caen uno a uno mis cabellos. Quiero
morir con dignidad y no debilitada por los medicamentos.
- Por favor Renata, siempre hay
esperanza de que el tratamiento resulte.
- No doctor, olvida que le conté
como vi acabarse a mi hermana, yo no quiero que me suceda lo mismo, no quiero
alargar mi agonía ni la de mi esposa y mis padres, ellos no resistirán perder a
la única hija que es queda de la misma forma que a mi hermana –la serenidad de
mi esposa cuando pronunció estas palabras era asombrosa-
- Pero Renata…
- No hay peros que valgan,
agradezco su ayuda maestro, pero ya he tomado una decisión.
- ¡Renata, debemos intentarlo
todo! ¡No te voy a dejar morir! –Grité desesperado-
Por toda respuesta mi mujer me
tomó de la mano y besándola enseguida, mirándome a los ojos me dijo:
-
Alex, no permitiré que me suceda lo mismo que a
mi hermana, quiero vivir mis últimos días a plenitud, contigo, con mis padres,
¡Entera! ¡por favor! ¡respeta mi decisión!
-
No puedo, ¡lucharé!
-
Si me amas, será como yo digo – y dirigiéndose
al doctor le dijo:
-
Gracias doctor, ha sido usted fantástico
conmigo, lo veré después –se despidió y salió del consultorio y yo tras ella-
Renata me tomó de la mano y me
dijo:
-
¡Vamos a festejar el diagnóstico!
-
¡Cómo puedes decirle eso¡
-
No lo entiendes, tenemos seis mese para vivirlos
al máximo, para disfrutar nuestro amor ¡debemos hacerlo! ¡Algo más! No se lo
diremos a mis padres, sino hasta que ya sea inevitable ¡por favor!
Me abrazó y yo me aferré a su
cuerpo, mientras ella me abrazaba y consolaba como a un niño.
Después de platicar toda la
tarde y gran parte de la noche con mi esposa, decidimos que tramitaría un
permiso en el trabajo para irnos de vacaciones y después un permiso sin goce de
sueldo, para estar con ella el mayor tiempo posible.
Sin embargo el deterioro en su
salud fue tremendamente rápido. Apenas habíamos pasado una semana con sus
padres y un mes recorriendo varias partes de la provincia mexicana, cuando ante
mis ojos se marchito, sus ojos perdieron el brillo que tanto me fascinaba. Su
tez blanca se volvió macilenta. Su cabello antes lustroso y negro se volvió gris
y opaco. Su sonrisa, esa sonrisa que yo tanto amaba, a pesar de su esfuerzo
demostraba una tristeza inveterada, en resumen parecía un espectro de la mujer
que yo amaba, pero al menos estaba viva.
Exactamente dos meses después
del día que hablamos por última vez con el médico, tuvimos que acudir
nuevamente a su consulta, pues los dolores que sufría Renata eran enormes, el
doctor le receto morfina para paliar un poco los mismos. Mi bella esposa,
tomaba la droga, sin embargo, el dolor no disminuía, vivía en un grito eterno.
Llegó un momento, en que me pidió me acercara a ella y murmurándome al oído me
dijo:
-
Amor, no lo resisto más, por favor, tengo que
acabar ¡Ayúdame!
-
¿Qué quieres que haga?
-
Mátame
-
¡No! ¡Jamás podría hacerlo!
-
¡Por favor!
-
¡No! ¡he dicho mi última palabra!
Seguí suministrándole la droga,
pero ésta no disminuía en nada el suplicio de mi adorada esposa. Una noche,
cuando los gritos desgarradores de mi esposa me hacían temblar, sufriendo por
su dolor, la vista se me nublo, una mancha roja apareció ante mis ojos, envolviéndolo
todo… fue entonces que lo decidí. Tome una almohada entre mis manos, y me
acerque a la cama en donde se encontraba mi esposa, mi amor… Ella me vio con
sus ojos enormes, en esa cara tan demacrada, me acerqué a ella y con gran
esfuerzo me dio un beso, sonrió y con voz apenas audible me dijo: “Gracias, te
amo, siempre te amaré”
Entonces, si fue entonces cuando
la ahogue con la almohada. Se estremeció unos breves segundos. Destapé su cara,
se veía tranquila, como si durmiera plácidamente, el sufrimiento había
desaparecido de su rostro. Tomé el teléfono, y hable a la policía confesando mi
crimen. Hoy todavía esa nube roja me envuelve. Sé que faltan pocos días para
que se cumpla la condena. Doy gracias a Dios de que se haya restablecido la
pena capital en mi país. Espero la muerte con tranquilidad. Sé que ella me está
esperando, y yo, yo quiero ir con ella, pues todavía la amo, siempre la he
amado y siempre la voy a amar.
lunes, 29 de julio de 2013
¿Esperar?
¿Esperar?
¿A Qué?
¿Que las rosas se desojen por completo?
¿Que el mar no vuelva a arrullarme más?
¿Que el viento no se deslice entre las ramas?
¿Que el sol no me regale más atardeceres?
¿Para que esperar?
Se bien que tu a mi no regresaras.
Tu amor murió,
lo olvidaste en los brazos de esa mujer,
¿Qué te dio?
¿No lo sé?
¿Será mejor que yo?
¡Tal vez!
¿Tendrá la luz en su mirada que el dolor me arrebató?
¿La risa que perdí con tu traición?
¿La alegría que llenaba mi corazón con tu amor?
¡No soy la misma!, ¡no!
Miles de lágrimas surcaron mi faz sin detenerse jamás,
no hubo un hombro amigo en el cual pudiera yo llorar,
nadie escuchó mi historia,
nadie sabrá jamás mi versión,
te has encargado de que yo sea la mala,
la que no comprendió,
la que no lucho,
la que nunca escuchó.
¡Tal vez tengas razón!
Jamás intuí que mientras yo vivía en un mundo irreal
¡de amor y fantasía! ¡jajajajaja!
Mientras yo te entregaba el alma y la vida,
tú solo recibías,
aquello que en tu mente creaste como tu realidad,
nada más alejado de la verdad.
Cuando finalmente la vida nos sorprendió,
aconsejado o no,
¡huiste!
como las ratas huyen del barco.
Contaste tu verdad a todos los que quisieron escuchar,
y hoy, esa verdad muy tuya,
¡amarga!
¡acaba con todo!
con todo eso que fue nuestra realidad.
http://youtu.be/zdj7Hebbiyw
¿A Qué?
¿Que las rosas se desojen por completo?
¿Que el mar no vuelva a arrullarme más?
¿Que el viento no se deslice entre las ramas?
¿Que el sol no me regale más atardeceres?
¿Para que esperar?
Se bien que tu a mi no regresaras.
Tu amor murió,
lo olvidaste en los brazos de esa mujer,
¿Qué te dio?
¿No lo sé?
¿Será mejor que yo?
¡Tal vez!
¿Tendrá la luz en su mirada que el dolor me arrebató?
¿La risa que perdí con tu traición?
¿La alegría que llenaba mi corazón con tu amor?
¡No soy la misma!, ¡no!
Miles de lágrimas surcaron mi faz sin detenerse jamás,
no hubo un hombro amigo en el cual pudiera yo llorar,
nadie escuchó mi historia,
nadie sabrá jamás mi versión,
te has encargado de que yo sea la mala,
la que no comprendió,
la que no lucho,
la que nunca escuchó.
¡Tal vez tengas razón!
Jamás intuí que mientras yo vivía en un mundo irreal
¡de amor y fantasía! ¡jajajajaja!
Mientras yo te entregaba el alma y la vida,
tú solo recibías,
aquello que en tu mente creaste como tu realidad,
nada más alejado de la verdad.
Cuando finalmente la vida nos sorprendió,
aconsejado o no,
¡huiste!
como las ratas huyen del barco.
Contaste tu verdad a todos los que quisieron escuchar,
y hoy, esa verdad muy tuya,
¡amarga!
¡acaba con todo!
con todo eso que fue nuestra realidad.
http://youtu.be/zdj7Hebbiyw
¿Tienes hambre…?
Manuel era un
chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras
y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando
él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas
gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido
soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su
padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía
cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo
después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía
cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de
cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no
porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no
obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas
palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña
Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve
años.
Concha había dado
a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas.
Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que
trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había
estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que
eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las
madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la
tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo,
pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había
luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su
casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana
no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le
daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los
peones.
Al entrar en la
casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela
encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás
haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba
esperando –contesto Manuel.
- Y que me
esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la
cabeza como respuesta.
Concha se dirigió
hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la
habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando
que no había comido:
-¿Tienes hambre?
–y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a
acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la
misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los
ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le
decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes
en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por
respondón y desobediente.
Se acostó en su
petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al
día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.
domingo, 28 de julio de 2013
Una sonrisa
Tu sonrisa fue el mundo que conocía,
tus palabras el credo que yo seguía,
tus caricias la gloria que perseguía,
tus besos el cielo que merecía.
Todo cambio,
todo se fue,
la desventura a mi llegó,
dura es la vida,
¿me amaste un día?
tal vez fue cierto,
pero acabó.
He aguardado
cuanto he podido
pero la vida
esa, no espera.
Cuando te fuiste
pronto encontraste
otros lugares para gozar,
y yo en cambio,
sólo quería hacer al tiempo
retroceder.
El tiempo pasa,
la vida sigue,
aún te amo,
pero no puedo ya esperar.
Nuestros caminos
se han distanciado,
rumbos distintos
llevando están.
Lloro en silencio
te he perdido,
y eso nunca
remediaré.
Voy caminando
sola, muy sola
en compañía
de mi dolor,
pero si alguien hoy me sonríe,
yo le devuelvo con gran sosiego,
esa sonrisa,
desde el fondo del corazón.
Pues la sonrisa que se regala
nace del fondo de nuestras almas,
y trae alegría
al corazón.
Los espejos.
Hoy
sería su día de suerte. El detective Olivo, se levantó como de costumbre muy
temprano, salió a correr, en parte por el deseo de ejercitarse y en mayor grado
para verificar que la guardia estuviera atenta. Regresó a su departamento para asearse y vestirse, de
camino al trabajo compró su acostumbrado expreso cortado. A las ocho de la
mañana, como todos los días se encontraba en la oficina del Inspector Del Olmo, la secretaria de éste le
saludo y le indicó que lo estaba esperando. Olivo, ni tardo ni perezoso entró:
-Buenos
días
-¡No
sé qué tienen de buenos Olivo!, tengo al
Procurador y al Presidente
presionándome, además la prensa y la televisión no pierden momento para
resaltar que ya han asesinado a doce mujeres en “Los viveros”, le han puesto
como nombre al caso “Los espejos”: seis asesinatos semejantes. Nosotros aún
seguimos con varias líneas de investigación... ¡Aquí van a empezar a rodar
cabezas y la mía no será!, así que ¡espero tenga buenas noticias!
-Olivo
con su calma habitual le dijo- Hoy le tendré resultados, nunca le he fallado y
esta no será la excepción, ¡confíe, Jefe, confíe!
-
¡Estas advertido! ¡La primera cabeza será la tuya! ¡Retírate!
Olivo,
salió de la oficina y del sector. En la calle la detective Zúñiga, le esperaba.
¿Cómo
estuvo el vendaval?
-¡Apenas
y fue llovizna! ¡Vamos!, tenemos que cuidar todos los detalles, Juárez y
González nos avisarán si hubiera jaleo, debemos conectarnos para confirmar que todo va de acuerdo a lo
planeado.
Ambos
policías subieron a su auto avanzando por calles transitadas sin prender las
luces y la torreta. Pararon frente a una
boutique. Zúñiga se apeó del automóvil,
ingresando al local. Los minutos comenzaron a pasar, hasta convertirse en casi una
hora. Olivo, desde su vehículo observaba la gran cantidad de mujeres que
entraban y salían del establecimiento. La puerta de éste se abrió una vez más,
llamándole la atención, una mujer de piel apiñonada con una minifalda color negro
que atrajo las miradas de cuanto hombre pasaba en esos momentos por la calle. A
pesar de estar de servicio deseo perderse un rato con ella, pero ese
pensamiento sólo le turbo unos segundos. Con asombro observó como la mujer se
acercaba al coche, como si se dispusiera a cruzar la calle, el detective sonrió
para sus adentros pensando que podría observarla de cerca. Su sorpresa fue
mayúscula cuando la mujer le tocó en la ventanilla, por lo que Olivo trató de
que su expresión fuera de indiferencia, bajo el vidrio.
-
¿En
qué puedo servirla?
-
¡Te
pasa algo! ¡Quita esa cara de bobo! –le espetó Zúñiga-
-
¿Estas…?
¡distinta!
La
detective sonrió disimuladamente, mientras Olivo abría la portezuela
-
Jamás pensé que no me reconocerías. ¡Sólo es
la ropa!
-
Y
el cabello, el maquillaje, los zapatos… la forma de caminar…
-
¡Vámonos!
–dijo Zúñiga- ¡Tenemos mucho trabajo!
Olivo
arrancó. Durante el trayecto de manera disimulada y a pesar de que trataba de
evitarlo, observaba a su compañera de reojo.
Después
de varios minutos, llegaron a un
edificio de departamentos, ingresaron a uno. En este lugar el trabajo era
frenético. Ambos se dirigieron hacia unos ordenadores. El técnico Villa, le
dijo:
-
Hace
unos minutos nuestro hombre se conectó, y comenzó a chatear con varias mujeres.
Olivo,
tomo un ordenador y tecleo una contraseña. Enseguida recibió un mensaje.
-
Amor,
te extrañé
-Olivo,
respondió -No más que yo corazón
-
Ardo en deseos de conocerte, ya quiero que sean las siete de la tarde para
poder verte.
-
¿Cómo me reconocerás? –contestó Olivo-
-
Serás la Trigueña sensual de los pants
azul celeste
-
Rojos… –contesto el detective- como el amor que siento por ti…
-
Recordaste que es mi color favorito
-
Todo lo importante para ti, lo es para mí.
-
Te llevaré el regalo que te prometí
-
¿De qué color será?
-
Negro, sabes que ese color me excita… ¿Cómo estas vestida?
-
Negro…
-Quisiera
tocarte toda…
-Me
estoy mojando, sólo de pensarlo
-Por
qué no pones la cámara, quiero conocerte
-
Habías prometido que aguardarías hasta
esta tarde
-Solo
faltan una horas, si me amas. ¡Compláceme! ¡Nena! ¡Compláceme!
Olivo,
reflexionó un momento y dirigiéndose a
Zúñiga le dijo: ¡Tendremos que hacerlo! La detective fue a otro ordenador
dentro de un set en el que aparecía una estancia minimalista, pero acogedora;
se retocó el labial, desabotonándose la blusa para que se pudiera ver su busto,
encendió la cámara de video
-
Esta bien, -escribió Olivo- ¿te veré?
-
Por supuesto, nena, por supuesto.
Olivo
dio el click definitivo para conectar a la detective en el chat, a partir de
ese momento, quedaban a merced de la actuación que realizara su compañera.
La
imagen que transmitió la pantalla les asombró: Un hombre fuerte y guapo,
comenzó a pedir a la detective que se tocara ante la cámara, mientras le decía
palabras obscenas. La detective actúo como si se sintiera excitada, su
interlocutor se estaba volviendo loco, finalmente le dijo:
-
Nena,
¡te haré vibrar, te haré gritar…! nos vemos en la tarde –corto la comunicación-
Las
horas siguientes, pasaron lentas. A las seis, Zúñiga ataviada con ropa
deportiva roja entalladísima, que no dejaban
nada a la imaginación subió a un convertible amarillo, seguida de varios
autos. En los viveros, varios detectives vigilaban el perímetro en posiciones
estratégicas. Olivo vestido con pants verdes comenzó a correr treinta minutos
antes de que Zúñiga pisara el parque.
La
detective sabía que varias miradas la seguían, y contoneándose camino hasta el
centro del vivero, llegó a la “rotonda”,
el lugar se encontraba solo y comenzó a calentar, sus sentidos alertas al
máximo. Escucho como unos pasos se acercaban sigilosamente, trato de parecer
distraída. La tarde languidecía y las primeras sombras de la noche se deslizaban
entre la arboleda.
La
detective sintió como una mano se posaba sobre su hombro, al mismo tiempo que
una voz le decía:
-Al
fin te conozco ¡nena…!
La
detective emitió un suave ronroneo, el hombre le abrazo por la espalda.
-Eres
más sexi de lo que recordaba –le acarició las nalgas- La detective lucho por
mostrarse complacida, mientras en su mente maldecía a Olivo.
-Te
traje un regalo –el hombre sustrajo del bolso de sus pantalones una tanga negra
delgadísima-
Zúñiga
le rodeo con los brazos –tratando de hacer tiempo- el hombre comenzó a besarla
mientras la aventaba al pasto. En el suelo sintió como dos pares de brazos la
sujetaban, mientras le metían en la boca la tanga para impedir que gritara y le
arrancaban toda la ropa. Violentamente separaron sus piernas, ella se resistía
con todas sus fuerzas, preguntándose ¿por qué tardaban tanto en acudir en su
ayuda? en respuesta recibió un golpe en la boca del estómago que le sacó el
aire y otro en la cabeza, dejándola inconsciente.
Uno
de los hombres grito:
-¡Métesela!
Cuando
estaba a punto de penetrarla, los hombres la soltaron.
Olivo
se quitó la sudadera cubriendo la desnudez de Zúñiga que seguía sin sentido. Los
policías sometían a los sujetos. En otro sector del parque, un grupo de
policías hacía lo mismo con dos sujetos idénticos que habían atacado a una
segunda mujer.
Los
titulares de los periódicos al día siguiente
destacaban: Gemelos idénticos, los asesinos de los viveros. Cuatro fotos
de dos pares de hombres similares ilustraban el reportaje.
En
la cama del hospital Zúñiga se recuperaba de la agresión sufrida, había
permanecido desmayada más de media hora.
Olivo sentado en la silla junto a su cama la observaba despertar.
-¿Cómo
te sientes?
-
Como si hubieran tratado de violarme –sonrió Zúñiga- ¿Dime cómo descubriste que
eran cuatro y no dos los asesinos?
El
modus operandi fue fundamental, la prensa le llamó “El caso de los espejos”,
las lesiones que presentaban las víctimas en manos y tobillos eran huellas de
pulpejos de distinto tamaño; se determinó que el ADN del semen pertenecía a
cuatro tipos diferentes, con semejanzas en las cadenas por pares. Finalmente,
sabes que comencé a correr antes que llegarás. Me llamaron la atención en el
circuito un par de hombres corriendo juntos, uno de ellos parecía ser el de
internet, su cara estaba oculta tras una gorra. No podía seguirlos, pues sería
demasiado obvio, así que corrí más rápido, pero antes de lo pensado volví a
tropezar con una pareja idéntica, salvo porque uno de ellos al correr parecía
estar lesionado. Sabíamos dónde era tu cita, pero no dónde sería agredida la
segunda mujer, por eso tardamos un poco, deducir el segundo lugar fue lo
difícil, hasta que recordé que cerca de
las canchas de basquetbol hay otra
rotonda, lo demás es historia.
Olivo
se acercó a Zúñiga, tendió su mano y acaricio su mejilla.
-
Jamás permitiré que vuelvas a correr riesgos –dijo besándola-
-No
soy tu propiedad.
-Pero
eres mi novia
-
¿Lo soy?
Se
prendió nuevamente de su boca, olvidándolo
todo. En la pared un espejo reproducía la escena.
miércoles, 10 de julio de 2013
Fin del día
Todo el día había jugado, subido, bajado. No había un rincón
de la casa que como un torbellino no hubiera recorrido. Ana era una pequeña de
tres años que no se quedaba quieta ni un minuto.
Cuando sus hermanos regresaban del colegio, ella les recibía
con una sonrisa y con su cuento favorito en las manos. Todos ellos de manera
afable rechazaban su pedido de que le leyeran el cuento. Así que la chiquilla
continuaba jugando en ocasiones, y en otras, echada sobre su estomago, pasaba
una y otra vez las páginas de su libro.
Poco tiempo después, María, su madre regresaba del trabajo y
comenzaba con el trajín del hogar: Hacer la comida, limpiar, lavar, planchar,
etc., sus actividades no acababan nunca. Entre cosa y cosa vigilaba que sus
hijos cumplieran con sus deberes escolares, escuchaba sus historias, sus
problemas y cuitas. De ser necesario iba al supermercado o incluso a pagar
algún servicio.
Al anochecer, cuando llegaba su marido, le daba de cenar junto con todos sus hijos. Era
el instante en que la familia se encontraba completa y escuchaban los relatos de lo que les había acontecido en el día a
cualquiera de los miembros de ésta. Al
terminar, cuando los hijos mayores se retiraban para descansar y su marido
escuchaba las noticias en la televisión, María se sentaba en un sillón a acompañarle.
Noche a noche cumplía con el último de sus deberes. Ana su
hija menor se presentaba y extendía hacia ella su libro favorito, se encaramaba
en sus piernas, acomodándose en su regazo, y con su tierna voz infantil le
decía: “Mami, ¿me lo puedes leer por favor?”. María, sonreía y con un libro
entre las manos comenzaba la lectura de
ese cuento infantil.
Después de la primera frase, su pequeña, continuaba
repitiendo la historia, simulando leerla. Al terminar el texto de cada página,
la niña pasaba con delicadeza cada hoja, ante la mirada atenta de su madre.
Así, noche a noche llegaba el fin del día para ambas.
martes, 9 de julio de 2013
La estacada
Si no hubiera
sido porque me encontraba ahí, mi suegra no lo hubiera contado. Si tan siquiera
me hubiera dado las gracias, pero no, ¡la indina hasta me echo la culpa!. Dijo que yo había dejado abierto el portón.
Después de tantos problemas, hubiera sido mejor que yo no hubiera hecho nada,
tantos disgustos que me hubiera ahorrado. Mi Pancho, nunca se hubiera enojado
conmigo por culpa de su ma’, pero esta doña Petra, era mala como carne de
puerco.
Ahora comadre que
te cuente cómo paso todo, me vas a decir y con razón, que fui tonta, al
salvarla, pero entonces era yo una joven de 15 años, y mi pancho tenía 15
también, estábamos recién juntados, y yo no la conocía.
-Se bien que eso
no es pretexto, la mala leche se le veía de lejos, pero era mi suegra y mi
Pancho la quería, era su madre.
-Sí, ya sé que
sería mejor que no tuviera madre, pero sí la tiene y pus que se le va a hacer.
- ¡Hay comadre! fue
en la época de la revolución, cuando a todo Xochimilco llegaban los zapatistas,
Villa y Zapata se habían encontrado en el merito Hotel de Xochimilco. Nosotros vivíamos de arrimados en la casa de mi suegra, acababa de nacer mi
Domingo, si lo traía de brazos.
Estaba yo recién
parida, pero mi suegra no me dejaba levantar hasta que terminaba de tortear los dos cuartillos de maíz.
-Si comadre, ya
sé que me trataba peor que sirvienta, que nunca me quiso, yo lo sé, pero ya ve,
ni con sus malas artes logro que mi Pancho me dejara, mejor compramos el
terrenito junto al suyo, y nos separamos.
- Ahora ya no me
hace la vida de cuadritos a mí, sino a mi comadre Lupita, ¡santa mujer!
- Si
comadre, si, hasta a ella le hubiera evitado este suplicio de vivir con Manuel,
entonces Manuel no hubiera nacido.
- ¿Cómo? ¿No lo sabe? Todo esto fue antes de que sus hijos más chicos nacieran.
- Si
comadre, ¡no coma ansias!, se lo voy a contar todo, siéntese uste, porque me voy
a tardar un buen rato.
Era allá por el
año de 1914, por el mes de junio, mi Domingo tenía quince días de nacido, y yo
estaba en la cocina, junto al tlacuil, echando las gordas en el comal. Mi
Pancho se había ido a Tlapechicalli, a cuidar la siembra, yo tenía que terminar
de tortear, para después ir a dejarla a la chinampa el taco.
Mi suegra como
siempre, andaba de un lado a otro, bien emperifollada, a sus casi treinta y soa años,
todos los días se tardaba en hacer sus cosas pa’ arreglarse. Pa’ lo único que
se acercaba al tlacuil era pa’ tomar tizne y ponerse en sus ojos, y en la
siembra nunca debían faltar los betabeles, que no los usaba pa’ comer, no, si
nomás los usaba pa’ ponerse sus chapas, si hubiese trabajado un poco, solititas
le hubieran salido, pero la endina ¡era bien holgazana! Buena pa’ mandar,
pero pa’ hacer era bien floja, pa’ eso estábamos sus dos nueras y sus hijas.
Su marido, el apa
de mi Pancho se había ido con los alzados, con los villistas, y ellos se
enteraron de que en esos cuatro años, mi suegra, sin tener quien le calentara
el tapete, pus su marido se había ido a la bola, pus, ya se había mercado otra
iscuincla, y ésta era igualita a su cuñado Guillerno, el marido de doña Fernanda,
si la mocosa tenía la misma nariz aguileña del siñor y su voz, chillona, como
sólo el siñor Guillermo podía tenerla, y pensar que don Simón le encargo su
mujer a su cuñado, vaya que si la cuido, que hasta un hijo le hizo.
Ese día, mi suegra
no fue la única a la que le echaron su visitadita, si hubo varias que fueron a
dar a la plaza, donde habían rascado un hoyo bien grande y habían puesto los
palos, bien picudos, si yo los divisé, con estos ojos que se han de comer los
gusanos.
Si comadre, pus
estaba yo echando mis gordas, cuando de pronto oyi en el patio muncho ruido,
eran los zapatistas que habían entrado, y le preguntarón a Concha que estaba en
el patio si la siñora Petra estaba, y ella, inocente, que después se echaba la
culpa por haberles dicho que si estaba, les señaló la cocina de humo.
Entraron como
cuatro hombres, así bien grandotes, y más que los vi, desde el suelo, que yo
estaba arrodillada echando torteando, y me dijeron:
-Tu eres Petra-
Yo les
dije:
-No, es mi suegra, y se voltearon a verla y le dijeron:
- ¡Ora si pinche
puta! ¡ya te llevo el diablo!, y la tomaron por sus brazos y ella empezó a
gritar.
-Dejenme cabrones, se meten con mujeres solas, si estuviera mi marido,
esto no sucedería.
-¡No pinche puta!,
si estuviera tu marido, tu no tendrías otra hija, igualita a tu cuñado, ¿sabes
que le hacemos a las putas?
Y cuando esto dijeron, yo me puse a temblar, si
todos sabemos que a las putas las empalan, mesmamente así se lo dijeron.
-Te gusta mucho
esto –y el que hablaba se tomo su miembro- te gustan mucho los palos, que hasta
con el palo de tu cuñado te metiste, pus a las putas las empalamos, y eso es lo
que te va a pasar.
Cuando eso le
dijeron, yo, como pude me metí entre las piernas de esos hombres, y me salí del
jacal, y corrí, y corrí a buscar a mi Pancho, él junto con su hermano el
Chicho, se jueron corriendo con lo que tenían a la mano, sus coas, sus palas, y
por la calle, les gritaron a los vecinos, ayúdennos que nos matan a nuestra
madre.
Cuando llegamos
de vuelta a la casa, ya llevaban a mi suegra a rastras, casi llegaban a la
calle, pero ahí, mi Pancho y el Chicho, se envalentonaron y les dijeron:
-Nuestra madre no
está sola, si se la quieren matar, ¡primero nos matan a nosotros!
Que les dices a
unos muchachitos de 15 y 14 años, que iban acompañados de todos los vecinos,
puros jovencitos, que los mayores se habían ido con los pelones. Al verlos así,
uno de los zapatistas les dijo a los otros:
-Deja a la vieja, a poco vas a
matar a estos muchachitos, por lo menos tienen pantalones pa’ defender a su
madre, ya su marido se encargará de ajusticiarla cuando regrese.
Y los zapatistas
se jueron, dejaron a mi suegra bien muina con todos nosotros.
Todos sabíamos
que Guillerma era hija de don Guillermo, su misma cara, su misma voz, pero ni
quien le dijera nada a mi suegra, su hermana Doña Fernanda era una santa, y pus
su marido, no más se quito las ganas. Nunca le volvió a hacer caso a mi suegra,
y menos cuando de entero que al siñor Simón lo mataron en la bola, y nunca se
supo quien fue.
Así paso, por un
pelito y empalan a mi suegra, como empalaron a otras, si, así comadre, así es
como se hacía justicia en esos días, empalaban a las adulteras, y eso si, mi
suegra, esa si fue bien adúltera.
Para Marellia que llora triste
Perdido entre mil comentarios
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...
Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.
Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.
Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...
Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.
Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.
Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.
2.- Jálate pa'l monte (María)
En esos años,
Xochimilco era un desbarajuste, como lo era todo el país, había grupos armados
en todas partes, y aquí, aquí era frecuente que llegaran los zapatistas, no en
balde, Zapata y Villa se reunieron en Xochimilco para platicar.
Me acuerdo muy
bien, de todo lo que sucedió, mi padre entró en la casa muy asustado, y llamo a
mi madre:
-Margarita, corre
mujer y trae a las niñas para dentro.
Mi madre
enseguida nos grito: María, Margarita, Lupita, nos llama su padre, todas
dejamos lo que estábamos haciendo y fuimos a la sala inmediatamente.
Al entrar mi
padre se levantó enseguida del asiento, y se acercó a nosotras: Nos vio, nos
recorrió con su mirada y le dijo a mi madre, hay mujer, ¿no sé qué hacer?, en
unas dos o tres horas cuando más, llegan los zapatistas, y esta niña –le dijo
dirigiendo su mirada hacia mi- ya es toda una señorita y corre peligro, así que
tenemos que hacer algo.
Se me acerco y me
abrazo delicadamente y me dijo: Mi dulce María, ya eres toda una mujercita, eres
una flor que cualquiera querrá arrancar -acariciándome mi larga trenza le dijo
a mi madre:
-Tienes que cortarle
el cabello, trae ropa de Otilio -refiríendose a uno de mis hermanos- y que se
vista como él, las voy a llevar pa’l monte, a ella y a las niñas. ¡No vamos a
correr riesgos!
-Pero padre –le
dije- ¿Por qué han de cortar mi cabello?
-Es por tu bien
mi niña, has oído hablar de los zapatistas, hasta este momento nunca han llegado
hasta el pueblo, pero las cosas ya están muy feas, y me han dicho, que hoy si
entran aquí a San Lucas, así que todo el pueblo va a esconder a las mujeres
jóvenes y bonitas, porque dicen que entran a los pueblos y se roban a las jovencitas,
las violentan, las desfloran, se las llevan, y si se cansan las matan o las
tiran por ahí, yo no quiero nada de eso para ustedes.
-Pero mis
hermanas son una niñas, dije refiriéndome a mis hermans de 7 y 6 años.
Así es, pero no
voy a correr el riesgo, todas se van contigo. A ti te vestimos de hombre, y
así, un jovencito imberbe cuidando a sus dos hermanitas, será motivo suficiente
para que no te lleve la leva, en caso de que ¡Dios no lo quiera! las
encuentren, no les harán nada.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, fue hacia su costurero, y tomando una tijeras se acerco a
mí, y poco a poco corto mi larga trenza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el
cabello era lo que más le gustaba de mi a José Guadalupe, el hermano de la
esposa de mi hermano Otilio, su mejor
amigo, a quien yo veía como mi amor imposible, porque era 20 años mayor que yo.
En ese momento recordé las palabras que él me decía cuando me veía con el cabello
suelto:
-María, pronto
serás la mujercita más linda del pueblo, tu cabello es tan negro como la noche,
como mi caballo –Lo que me hacia ruborizar- Tus mejillas parecen rosas y son
suaves como el terciopelo, quien tuviera tu edad.
Pensando en ello,
las lágrimas no dejaban de correr por mi rostro.
Mi madre me dijo:
-No llores, ya
volverá a crecer.
En menos de cinco
minutos, mi cabeza tenía el cabello tan corto como el de mis hermanos.
Mi madre entonces
me hizo señas para que le acompañara a la recámara- Ya en ésta, me dijo, vas a
tener que desnudarte, y tomando mis enaguas, las rasgo e hizo unas tiras largas
y delgadas, entonces me dijo:
-Quítate la
camisa.
Yo, me quite la
camisa, roja de vergüenza, pues mi madre hacía mucho que no me veía desnuda,
solo atine a tapar mi busto con las
manos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos me dijo:
Eres tan linda
como una flor hija de mi alma, no debes avergonzarte, sube los brazos –me ordenó-.
Entonces con gran
delicadeza comenzó a vendar y apretar mis senos para tratar de que pareciera yo
un jovencito.
-No te debes
quitar las vendas, y si encuentras a alguien que no conozcas, no alces la
vista, si ven esos hermosos ojos verdes, se darán cuenta de que no eres un
muchacho.
Mi madre terminó
de vendarme y me dio ropa de mi hermano, me puse sus pantalones, camiseta,
camisa y me puse sus botas.
-Madre –le dije-
me quedan muy grandes las botas y no podré caminar.
Mis hermanas, en
ese momento se asomaban en la recámara y les dijo:
-Traigan algo del
algodón que está en el botiquín.
Lupita salió
corriendo, y en un instante estaba de regreso con el algodón.
-Anda, sácate las
botas – me dijo mi madre, y dándome el algodón me indicó que rellenara las
botas con él-
Mientras tanto,
les dijo a mis hermanas que se pudieran sus vestidos más viejos y sus abrigos.
Ya vestida como
jovencito me ordenó:
-Vamos a la
cocina, ahí, me indicó que manchara mi cara con el tizne del fogón, y así, ya
sucia y vestida me dijo:
-Vamos con tu
papá.
Al llegar a la
sala, mi padre ya no se encontraba solo, estaba Otilio, mi hermano con su
mujer, que estaba esperando a su primer hijo, y le faltaban uno o dos meses
para parir. Al verme sonrió y comentó:
-María, nadie te
va a reconocer, si pareces un muchachito, y mis hermanitas parecen una
mococitas, no las señoritas hermosas que son.
Yo pregunte:
-¿A dónde vamos a
ir?
Te acuerdas del
jacal que está en Tepehuizco –refiriéndose a un terreno que tenía en el monte,
muy lejos del pueblo-
-Si papá, pero
cómo vamos a llegar?
En ese momento,
entro a la sala de la casa Guadalupe, el cuñado de mi hermano.
-¿De dónde salió
este jovencito? Me dijo, iluminando su rostro con una sonrisa.
-¿No me reconoce
usted? -le dije- Mirándole con mis ojos llenitos de amor.
Mi padre en ese
momento interrumpió, no hay tiempo para charlas, en este momento te jalas para
el monte, José Guadalupe las va a llevar a ti y a las niñas, se van a ir en los
caballos y se van a llevar a uno de los asnos, ya ahí, José Guadalupe les va a
dejar bien escondidas e instaladas y sólo se van a quedar con el asno, todas adentro
del jacal, adentro de éste hay un hoyo bien disimulado, si llegar a oír que
alguien se acerca, las cuatro se van a meter en él. Deben aparentar que el
jacal está abandonado, mucho cuidado, no hagan ruido, escondan al burro entre
la milpa, ¿me entendieron bien? –nos dijo mi padre- Si alguien las llega a ver,
trata de imitar la voz de tu hermano Andrés, y el tonillo de las personas que no
saben leer ni escribir, no te vayan a delatar tus modales –me dijo mi padre
preocupado-
Todas asentimos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, comenzó a darnos la bendición a cada una de nosotras, mi
padre hizo lo propio.
La mujer de
Otilio lloraba, y me decía:
-Cuídate mucho
María y cuida a tus hermanas, sean prudentes, que Dios las proteja.
Los caballos estaban
ensillados, el burro amarrado detrás de ellos. Monte en un caballo con Lupita
agarrada atrás de mi, José Guadalupe se
subió en ancas a Margarita.
Así, mis hermanas
con lágrimas en los ojos, agitaron sus manitas y se despidieron de mis
padres, mi hermano y Magdalena, mi cuñada.
Yo trataba de
hacerme la fuerte, sólo oí como mi padre le
decía a José Guadalupe: Jálate para el monte, déjalas seguras y de
regreso borra todas las huellas, jálate para el monte y deja ahí a mi mayor
tesoro: mis hijas. Dios las cuide, pronto iremos por ustedes.- Su voz, entonces
se quebró y el llanto de mi madre inundó el silencio.
Así fue como ese
día 3 de diciembre del 1914 huí para el monte para salvar mi vida, mi honra y
la de mis hermanitas.
1.- El pastor.
1.- El pastor.
Quien me lo iba a
decir, que este día dejaría honda huella
en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al
amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza
no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy
temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera
tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como
era mi obligación.
Ese día
tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado
con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l calor.
Todo eso me lo eche,
con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí
me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su
nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela,
blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer.
Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban
con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a
cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré,
que mi animal favorito, ese, ese era
Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era
el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y
no lo podía evitar, era el líder de mi hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el
sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de
rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de
ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que
trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se
acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así
que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus
pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de
una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura
fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un
arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos
pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los
borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el
pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil
figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio
día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para
otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para
dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba
re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo,
mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios
me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de
un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para
dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí
del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo
paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el
tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi
sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja,
el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de
que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas
habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a
desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y
camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de
carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me
llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me
mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza
que me metería se me puso la piel de
gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me
iba a escapar.
Entonces el miedo
pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el
cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al
despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba
arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las
flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir,
temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un
poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi
rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas.
De repente, mis narices percibieron un olor
riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa,
una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había
dos personas, en una esquina un tlecuil,
donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas
en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma
inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un
molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles
listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El
metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había
molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me
decían:
-¿Tu quién eres
muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme
patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se
percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y
trate de alejarme-
-Onde se ha visto
que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste
en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le
dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ –
tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la
vista.
- ¿Cómo te llamas
muchacho?
-Silvestre, pa’
servir a Dios y a uste’.
-Ella es
Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho?
¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy
de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor,
apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde
vienes llegando?
-¿Y onde es tu
pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo
don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la
siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja
que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre,
déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me
dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me
comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi
hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho,
me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi
casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar
hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de
tu casa muchacho.
-No, a esta hora
mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre
sollozos.
-Pus que hiciste
muchacho.
Entonces,
tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no
más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te
regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer
pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón,
yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y
pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale
ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.
Así fue que de
Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios
me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor
de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi
terruño natal.
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