miércoles, 18 de septiembre de 2013

Quien adivina lo que una sonrisa de mujer esconde,
tal vez alegría,
algo de enigma,
una lágrima furtiva,
el pesar del alma,
puede hasta reír,
pero tal vez en el fondo de su corazón
al reír este llorando

Lee todo en: Poema 52. REIR LLORANDO [Autor: JUAN DE DIOS PEZA-MEJICANO], en Poemas del Alma http://www.poemas-del-alma.com/blog/mostrar-poema-261401#ixzz2fIYYDUTE

jueves, 1 de agosto de 2013

"R"


Me preguntan el ¿por qué del tatuaje en la parte posterior de mi hombro izquierdo? Mi respuesta es la misma, siempre acompañada de una sonrisa que dicen es enigmática; significa “Rojo”. Como la sangre, las rosas, el color del mar en el ocaso, las sandías o las amapolas, como el amor que perdí…
La conocí una tarde de otoño, cuando las hojas muertas tapizan las calles, ella caminaba por el parque y por sus mejillas rodaban perlas que brindaban a su mirada un brillo nostálgico que me impresionó. La observé y sin que ella lo notara seguí sus pasos. El viento le arrebató de las manos una carta y la fortuna permitió que llegara a mí, la tome y se la entregué. Con una sonrisa me dio las gracias- Le pregunté si podía hacer algo por ella, en respuesta su llanto inundó el ambiente e impulsivamente le abracé, mi pecho enjugó sus lágrimas y poco a poco estas acabaron.
Nuevamente me dio las gracias y me explicó que su hermana menor había fallecido de leucemia, caminamos por un largo tiempo y me dijo su nombre: Renata.
Ese día olvidé todas mis actividades, pasando la tarde con ella, quien me contó la historia de su hermana menor, la unión tan grande que entre ellas existía y el gran amor que se profesaban.
Al caer la noche me permitió acercarla hasta el domicilio que habitaba, el cual era una casa para estudiantes de provincia cerca de la Universidad, al despedirse de mí, me regaló algo muy preciado, una sonrisa que iluminó mi alma.
Durante los siguientes días al salir del trabajo me paseaba fuera del lugar dónde vivía pero nunca tuve suerte de encontrarla y jamás me atreví a tocar a su puerta y preguntar por ella.
Llegó el fin de semana y decidí pasear por el parque en que la había conocido- Como si fuera un imán me dirigí a un rincón del mismo, en el cual las hojas caían como lluvia de abril. Ahí, sentada en una banca la encontré, absorta en su cuaderno de dibujo, en el cual plasmaba con maestría esa llovizna pertinaz.
Estaba tan concentrada en lo que hacía que ni siquiera notó mi presencia, pero la lluvia interrumpió su trabajo y apresuradamente trato de poner a salvo su cuaderno, fue entonces cuando le hice notar mi presencia al guarecerla bajo el paraguas que llevaba, ella se sorprendió al verme, pero agradeció mi ayuda.
La lluvia arreció y yo la conduje hasta mi auto, ofreciendo llevarla al lugar que me indicara. Renata me pidió que nos quedáramos en el parque, y ahí, mientras el tintineo de la lluvia nos acompañaba, continuó dibujando. Yo me dedique embelesado a  observarla.
Al fin el cielo se despejó y ella tendió hacia mí una de las hojas de su cuaderno, en la que había plasmado mi rostro visto a través de un cristal en el que las gotas de lluvia caían profusamente, sólo me dijo: Es tuyo.
La invité a cenar y ella accedió, finalmente la lleve a su domicilio.
Desde ese día, al salir del trabajo pasaba frente a su casa con la ilusión de poder verla, pero nunca tenía suerte, sólo los domingos, en ese mismo parque me hacía el encontradizo. Después de varios meses de estos encuentros, me atreví a pedirle que fuera mi amiga, su respuesta fue tan inocente y sencilla: “No lo somos ya”.
Me contó que estudiaba medicina y que el dibujo era sólo un pasatiempo.
Al paso de los días me presentó a varias de sus amigas, jóvenes de veinte años como ella, las cuales se sorprendían al saber que un viejo de treinta y cinco años era su amigo.
La diferencia de edades no le importaba a ella. Poco a poco fui convirtiéndome en su mejor amigo, compañero y confidente.
Cuando cumplió veintiún años, insistí en que organizara una fiesta a la que pedía invitara a todos sus amigos, quería verla feliz, pienso que lo fue. Yo era el hombre mas afortunado al estar cerca de ella. El día de su fiesta llegó y fue todo un éxito, ella se veía radiante y contenta, me presento a todos los amigos y amigas que aún no conocía. Al ver a los jóvenes que la rodeaban disputándose su atención, me percaté que yo no podía competir con ellos, Renata, parecía que comprendía mi pesar, y trato de manera generosa de integrarme al grupo, sin embargo, la alegría había terminado para mí.
Después de esa fiesta decidí alejarme, por espacio de quince días no le llamé ni la visité, pero el día dieciséis, ella me sorprendió en mi trabajo, al presentarse a primera hora de la mañana, sin que yo le hubiera comentado jamás dónde laboraba.
-Ingeniero Aguirre, le buscan en recepción –señaló el altoparlante de la oficina.-
Extrañado me dirigí hacia ese lugar.
-¡Hola, buenos días ingeniero! –Me saludó Renata-
-Buen día –conteste intrigado-
- ¿Tendrá mi proyecto?
- Me faltan algunos datos para terminarlo, podríamos pasar a mi oficina para que me los proporcioné –contesté-
-Con gusto.
Renata se dirigió hacia dónde yo le señalaba sonriendo. Al llegar a mi oficina me dijo:
-Nunca me la imaginé así.
- No creí que hubieres pensado en ella.
-En muchas ocasiones –respondió- esta oficina tiene mucho de ti.
- ¿Eso opinas?
- Por supuesto, por ejemplo, este globo terráqueo debe ser el instrumento mediante el cual eliges los lugares que visitaras en tus vacaciones, lo haces girar, cierra los ojos y señalas un lugar y ¡ya está! El lugar soñado aparece. ¿Estoy en lo cierto?
- Casi, he soñado con hacer lo que tú dices.
- Bien, estás trabajando y no quiero hacerte perder tu tiempo, así que iré al grano. ¿Por qué no has ido a buscarme?
-He tenido mucho trabajo.
- Mmmm. Te he extrañado.
-¿Deberías estar en la escuela en este momento?
- Si, pero no saber de ti me preocupaba.
- Pues como ves me encuentro perfectamente.
- ¿Tú no me has extrañado?
- ¡No tengo tiempo para ello! ¿Necesitas algo?
- Si, pero creo que lo que necesito tú no puedes proporcionármelo –acercándose a mi escritorio puse un sobre en el mismo-
- te traje esto –me dijo- ¡No lo abras! Debo irme. Me dio gusto saber que te encuentras bien – salió de mi oficina corriendo, dejándome estupefacto-
Abrí el sobre y dentro del mismo encontré un dibujo hecho a lápiz de mi rostro, en la parte inferior del mismo firmaba “Reb”. Yo jamás había posado para ella. Guardé el dibujo y seguí trabajando todo el día, preguntándome cuándo y cómo lo había hecho.
Por la noche, al llegar a mi casa, volví a sacar el dibujo. Fue entonces cuando me percaté que en la parte posterior del mismo había una frase: “Por siempre, te amo”.
Quise correr a verla pero era demasiado tarde y ella debía estar dormida. Pensé: ¡cómo podía haber sido tan estúpido!
Decidí ir a su domicilio a pesar de la hora, como era de esperarse, todo estaba a oscuras y cerrado, sin embargo, me quedé ahí, viendo desde mi coche el ventanal de su recámara. Sin saber cómo me quedé dormido, hasta que unos golpes leves en la ventanilla me despertaron.
-      ¿Qué haces aquí? –me dijo Renata-
-      Tu dibujo… yo… ¿a dónde vas?
-      A la escuela.
-      ¿Te llevo
-      ¿No trabajas hoy?
-      No te preocupes.-Ella subió al auto- ¿Es cierto lo que dice el dibujo?
En respuesta Renata me dio un beso. A partir de ese momento fui el hombre más feliz y más enamorado del mundo.
A los seis meses nos casamos. Ella continuaba con sus estudios como Interna en un Hospital. Era pesado, pues hacia guardias, descansando una noche y trabajando en la siguiente y así sucesivamente. Yo trataba de ayudarla en lo que podía dentro de la casa, pero comencé a notar que perdía peso, le pedí que descansara ella en respuesta me dijo:
-      ¡Soy feliz! Solo tengo que acostumbrarme a las desveladas.
Así pasaron  tres meses más, cuando estaba en el sexto mes del internado, una de sus mejores amigas me llamó al trabajo:
-      ¡Hola Alex!, Soy victoria.
-      ¿Sucede algo? ¿Renata está bien?
-      No te alarmes, se desmayó y el profesor pidió que llamáramos a un familiar y…
-      Voy enseguida –le dije mientras salía corriendo de la oficina-
Al llegar al Hospital me recibió  Victoria, quien me llevó inmediatamente con el Dr. Segovia, profesor de mi esposa:
-           Me dicen que usted es el esposo de Renata.
-           Así es, ¿cómo esta ella?
-           Siéntese por favor. Tenemos que hacerle varios estudios para descartar cualquier enfermedad, pero parece que solo es agotamiento, y podría ser que estuviera anémica, está muy delgada y baja de peso, así que vamos a mandarla a descansar y le pondremos una dieta especial para que mejore.
-           Lo que usted ordene doctor
-           Bien, regrese en tres horas, en ese lapso le haremos los estudios y después podrá llevarla a su casa, de acuerdo.
-           Puedo quedarme si es necesario.
-           Necesitamos que trabaje para que la alimente adecuadamente, no se preocupe –dijo el médico sonriendo- vaya a trabajar y déjenos a nosotros hacer lo propio,
Ese día recogí a Renta en el hospital y la lleve a casa. Ella al ver mi cara de preocupación me dijo:
-      ¡Tontín! Solo estoy un poco cansada, así que no quiero que me trates como una enferma.
Yo callé. Las semanas siguientes me encargué de que Renata cumpliera con su dieta, sin embargo, seguía igual de delgada. Ella se reintegró a sus estudios. Dos semanas después del incidente, acudí al hospital, en el cual el Dr. Segovia me recibió muy amablemente, junto con mi esposa.
-      Bien, dígame ¿cómo se ha portado su esposa? ¿Sigue la dieta?
-      Pos supuesto doctor, yo me he encargado de que la siga al pie de la letra.
-      Siéntense ambos y pónganme atención –nos dijo el médico- Renata está enferma y debemos someterla a un tratamiento.
-      Pero me siento perfectamente –dijo mi esposa-
-      ¿Qué tiene? ¿Es grave –inquirí yo-
-      Leucemia
-      ¡No! Gimió Renata.
-      ¡Imposible! ¡Solo está cansada! -Grite yo-
-      Sé que es difícil de entender, pero los estudios así lo indican, pero estamos a muy buen tiempo para que el tratamiento sea un éxito.
-      ¡Debe haber un error! –le dije al doctor-
-      Lamentablemente no
Mientras este diálogo sucedía, Renata se había quedado callada y su palidez era extrema, el doctor se percató de ella y le dijo:
-      Renata, muchacha, no hay de qué preocuparse, estamos a tiempo, el tratamiento será un éxito.
-      Como quisiera que su voz fuera de profeta profesor –pero las lágrimas resbalaban por su tez-
Al día siguiente Renata comenzó su tratamiento de quimioterapia. La rapidez me dejó asombrado. Después de un mes, su cabello comenzó a caer, y a los dos meses, decidió cortarlo al ras, así que yo también me rape completamente. A pesar de que seguía la dieta al pie de la letra, cada vez estaba más delgada y ojerosa. Para animarla le compraba todo lo que se me ocurría, desde una peluca, gorras, vestidos, muñecos, flores, cuadernos de dibujo, todo lo imaginable y lo imaginable. Ella sólo sonreía con paz infinita.
Cuando terminó el primer tratamiento, y después de realizar una serie de estudios el doctor Segovia nos cito en el consultorio. Ambos íbamos esperanzados e incluso habíamos hablado de ir a bailar para celebrar la mejoría de la que sin duda nos hablaría el doctor. Cuando llegamos al consultorio, la enfermera nos hizo pasar inmediatamente, a pesar de que habían más personas esperando consulta.
-      Renata, hermosa, ¿cómo te has sentido?
-      Bien doctor, gracias.
-      Que me dice usted, ¿cómo va el ánimo de su esposa?
-      Renta es una mujer muy valiente y animosa –le contesté- pero sin duda lo que usted nos diga nos animará mas.
El doctor se quedó en silencio unos minutos y nos dijo:
-      Lamento no tenerles tan buenas noticias. El tratamiento no fue lo exitoso que esperaba. El tipo de leucemia que presenta Renata es muy agresivo y ha empeorado.
-      ¿Es como el de mi hermana? –preguntó Renata-
-      Si, no puedo mentir –contesto el médico-
-      ¿Cuánto tiempo tengo?
-      No podría asegurarte nada, tal vez seis meses, pueden ser más, tal vez menos –señaló el doctor-
-      ¡Es imposible lo que dice! –interrumpí yo- ¡Debe haber un error! ¡Debe haber otras opciones, otros tratamientos! ¡Cualquier cosa! ¡Por favor! –pronuncié estas últimas palabras entrecortadas por los sollozos y con los ojos anegados en llanto-
Renata en respuesta me tomó de la mano y con serenidad pasmosa me dijo:
-      Estaremos bien amor ¡No sufras!
Mi respuesta fue abrazarla como un niño.
El doctor Segovia conmovido sólo atinó a decir:
- Continuaremos con el tratamiento, quizás podemos lograr un cambio.
- No doctor –le dijo Renata- No quiero pasar los últimos días de mi vida sin poder comer, con nauseas y vomitando eternamente. No quiero ver como caen uno a uno mis cabellos. Quiero morir con dignidad y no debilitada por los medicamentos.
- Por favor Renata, siempre hay esperanza de que el tratamiento resulte.
- No doctor, olvida que le conté como vi acabarse a mi hermana, yo no quiero que me suceda lo mismo, no quiero alargar mi agonía ni la de mi esposa y mis padres, ellos no resistirán perder a la única hija que es queda de la misma forma que a mi hermana –la serenidad de mi esposa cuando pronunció estas palabras era asombrosa-
- Pero Renata…
- No hay peros que valgan, agradezco su ayuda maestro, pero ya he tomado una decisión.
- ¡Renata, debemos intentarlo todo! ¡No te voy a dejar morir! –Grité desesperado-
Por toda respuesta mi mujer me tomó de la mano y besándola enseguida, mirándome a los ojos me dijo:
-      Alex, no permitiré que me suceda lo mismo que a mi hermana, quiero vivir mis últimos días a plenitud, contigo, con mis padres, ¡Entera! ¡por favor! ¡respeta mi decisión!
-      No puedo, ¡lucharé!
-      Si me amas, será como yo digo – y dirigiéndose al doctor le dijo:
-      Gracias doctor, ha sido usted fantástico conmigo, lo veré después –se despidió y salió del consultorio y yo tras ella-

Renata me tomó de la mano y me dijo:
-      ¡Vamos a festejar el diagnóstico!
-      ¡Cómo puedes decirle eso¡
-      No lo entiendes, tenemos seis mese para vivirlos al máximo, para disfrutar nuestro amor ¡debemos hacerlo! ¡Algo más! No se lo diremos a mis padres, sino hasta que ya sea inevitable ¡por favor!
Me abrazó y yo me aferré a su cuerpo, mientras ella me abrazaba y consolaba como a un niño.
Después de platicar toda la tarde y gran parte de la noche con mi esposa, decidimos que tramitaría un permiso en el trabajo para irnos de vacaciones y después un permiso sin goce de sueldo, para estar con ella el mayor tiempo posible.
Sin embargo el deterioro en su salud fue tremendamente rápido. Apenas habíamos pasado una semana con sus padres y un mes recorriendo varias partes de la provincia mexicana, cuando ante mis ojos se marchito, sus ojos perdieron el brillo que tanto me fascinaba. Su tez blanca se volvió macilenta. Su cabello antes lustroso y negro se volvió gris y opaco. Su sonrisa, esa sonrisa que yo tanto amaba, a pesar de su esfuerzo demostraba una tristeza inveterada, en resumen parecía un espectro de la mujer que yo amaba, pero al menos estaba viva.
Exactamente dos meses después del día que hablamos por última vez con el médico, tuvimos que acudir nuevamente a su consulta, pues los dolores que sufría Renata eran enormes, el doctor le receto morfina para paliar un poco los mismos. Mi bella esposa, tomaba la droga, sin embargo, el dolor no disminuía, vivía en un grito eterno. Llegó un momento, en que me pidió me acercara a ella y murmurándome al oído me dijo:
-      Amor, no lo resisto más, por favor, tengo que acabar ¡Ayúdame!
-      ¿Qué quieres que haga?
-      Mátame
-      ¡No! ¡Jamás podría hacerlo!
-      ¡Por favor!
-      ¡No! ¡he dicho mi última palabra!
Seguí suministrándole la droga, pero ésta no disminuía en nada el suplicio de mi adorada esposa. Una noche, cuando los gritos desgarradores de mi esposa me hacían temblar, sufriendo por su dolor, la vista se me nublo, una mancha roja apareció ante mis ojos, envolviéndolo todo… fue entonces que lo decidí. Tome una almohada entre mis manos, y me acerque a la cama en donde se encontraba mi esposa, mi amor… Ella me vio con sus ojos enormes, en esa cara tan demacrada, me acerqué a ella y con gran esfuerzo me dio un beso, sonrió y con voz apenas audible me dijo: “Gracias, te amo, siempre te amaré”
Entonces, si fue entonces cuando la ahogue con la almohada. Se estremeció unos breves segundos. Destapé su cara, se veía tranquila, como si durmiera plácidamente, el sufrimiento había desaparecido de su rostro. Tomé el teléfono, y hable a la policía confesando mi crimen. Hoy todavía esa nube roja me envuelve. Sé que faltan pocos días para que se cumpla la condena. Doy gracias a Dios de que se haya restablecido la pena capital en mi país. Espero la muerte con tranquilidad. Sé que ella me está esperando, y yo, yo quiero ir con ella, pues todavía la amo, siempre la he amado y siempre la voy a amar.


lunes, 29 de julio de 2013

¿Esperar?

¿Esperar?
¿A Qué?
¿Que las rosas se desojen por completo?
¿Que el mar no vuelva a arrullarme más?
¿Que el viento no se deslice entre las ramas?
¿Que el sol no me regale más atardeceres?

¿Para que esperar?
Se bien que tu a mi no regresaras.
Tu amor murió,
lo olvidaste en los brazos de esa mujer,
¿Qué te dio?
¿No lo sé?
¿Será mejor que yo?
¡Tal vez!
¿Tendrá la luz en su mirada que el dolor me arrebató?
¿La risa que perdí con tu traición?
¿La alegría que llenaba mi corazón con tu amor?

¡No soy la misma!, ¡no!
Miles de lágrimas surcaron mi faz sin detenerse jamás,
no hubo un hombro amigo en el cual pudiera yo llorar,
nadie escuchó mi historia,
nadie sabrá jamás mi versión,
te has encargado de que yo sea la mala,
la que no comprendió,
la que no lucho,
la que nunca escuchó.

¡Tal vez tengas razón!
Jamás intuí que mientras yo vivía en un mundo irreal
¡de amor y fantasía! ¡jajajajaja!
Mientras yo te entregaba el alma y la vida,
tú solo recibías,
aquello que en tu mente creaste como tu realidad,
nada más alejado de la verdad.


Cuando finalmente la vida nos sorprendió,
aconsejado o no,
¡huiste!
como las ratas huyen del barco.
Contaste tu verdad a todos los que quisieron escuchar,
y hoy, esa verdad muy tuya,
¡amarga!
¡acaba con todo!
con todo eso que fue nuestra realidad.


http://youtu.be/zdj7Hebbiyw

¿Tienes hambre…?

Manuel era un chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve años.
Concha había dado a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas. Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo, pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los peones.
Al entrar en la casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba esperando –contesto Manuel.
- Y que me esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la cabeza como respuesta.
Concha se dirigió hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando que no había comido:
-¿Tienes hambre? –y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por respondón y desobediente.

Se acostó en su petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.

domingo, 28 de julio de 2013

Una sonrisa

Tu sonrisa fue el mundo que conocía,
tus palabras el credo que yo seguía,
tus caricias la gloria que perseguía,
tus besos el cielo que merecía.

Todo cambio,
todo se fue,
la desventura a mi llegó,
dura es la vida,
¿me amaste un día?
tal vez fue cierto,
pero acabó.

He aguardado
cuanto he podido
pero la vida
esa, no espera.
Cuando te fuiste
pronto encontraste
otros lugares para gozar,
y yo en cambio,
sólo quería hacer al tiempo
retroceder.

El tiempo pasa,
la vida sigue,
aún te amo,
pero no puedo ya esperar.
Nuestros caminos
se han distanciado,
rumbos distintos
llevando están.

Lloro en silencio
te he perdido,
y eso nunca
remediaré.

Voy caminando
sola, muy sola
en compañía
de mi dolor,
pero si alguien hoy me sonríe,
yo le devuelvo con gran sosiego,
esa sonrisa,
desde el fondo del corazón.

Pues la sonrisa que se regala
nace del fondo de nuestras almas,
 y trae alegría
al corazón.

Los espejos.

Hoy sería su día de suerte. El detective Olivo, se levantó como de costumbre muy temprano, salió a correr, en parte por el deseo de ejercitarse y en mayor grado para verificar que la guardia estuviera atenta. Regresó  a su departamento para asearse y vestirse, de camino al trabajo compró su acostumbrado expreso cortado. A las ocho de la mañana, como todos los días se encontraba en la oficina del  Inspector Del Olmo, la secretaria de éste le saludo y le indicó que lo estaba esperando. Olivo, ni tardo ni perezoso entró:
-Buenos días
-¡No sé qué tienen de buenos Olivo!, tengo al  Procurador y al Presidente  presionándome, además la prensa y la televisión no pierden momento para resaltar que ya han asesinado a doce mujeres en “Los viveros”, le han puesto como nombre al caso “Los espejos”: seis asesinatos semejantes. Nosotros aún seguimos con varias líneas de investigación... ¡Aquí van a empezar a rodar cabezas y la mía no será!, así que ¡espero tenga buenas noticias!
-Olivo con su calma habitual le dijo- Hoy le tendré resultados, nunca le he fallado y esta no será la excepción, ¡confíe, Jefe, confíe!
- ¡Estas advertido! ¡La primera cabeza será la tuya! ¡Retírate!
Olivo, salió de la oficina y del sector. En la calle la detective Zúñiga, le esperaba.
¿Cómo estuvo el vendaval?
-¡Apenas y fue llovizna! ¡Vamos!, tenemos que cuidar todos los detalles, Juárez y González nos avisarán si hubiera jaleo, debemos conectarnos  para confirmar que todo va de acuerdo a lo planeado.
Ambos policías subieron a su auto avanzando por calles transitadas sin prender las luces y la torreta. Pararon frente a  una boutique.  Zúñiga se apeó del automóvil, ingresando al local. Los minutos comenzaron a pasar, hasta convertirse en casi una hora. Olivo, desde su vehículo observaba la gran cantidad de mujeres que entraban y salían del establecimiento. La puerta de éste se abrió una vez más, llamándole la atención, una mujer de piel apiñonada con una minifalda color negro que atrajo las miradas de cuanto hombre pasaba en esos momentos por la calle. A pesar de estar de servicio deseo perderse un rato con ella, pero ese pensamiento sólo le turbo unos segundos. Con asombro observó como la mujer se acercaba al coche, como si se dispusiera a cruzar la calle, el detective sonrió para sus adentros pensando que podría observarla de cerca. Su sorpresa fue mayúscula cuando la mujer le tocó en la ventanilla, por lo que Olivo trató de que su expresión fuera de indiferencia,  bajo el vidrio.
-          ¿En qué puedo servirla?
-          ¡Te pasa algo! ¡Quita esa cara de bobo! –le espetó Zúñiga-
-          ¿Estas…? ¡distinta!
La detective sonrió disimuladamente, mientras Olivo abría la portezuela
-           Jamás pensé que no me reconocerías. ¡Sólo es la ropa!
-          Y el cabello, el maquillaje, los zapatos… la forma de caminar…
-          ¡Vámonos! –dijo Zúñiga- ¡Tenemos mucho trabajo!
Olivo arrancó. Durante el trayecto de manera disimulada y a pesar de que trataba de evitarlo, observaba a su compañera de reojo.
Después de varios minutos,  llegaron a un edificio de departamentos, ingresaron a uno. En este lugar el trabajo era frenético. Ambos se dirigieron hacia unos ordenadores. El técnico Villa, le dijo:
-          Hace unos minutos nuestro hombre se conectó, y comenzó a chatear con varias mujeres.
Olivo, tomo un ordenador y tecleo una contraseña. Enseguida recibió un mensaje.
-          Amor, te extrañé
-Olivo, respondió -No más que yo corazón
- Ardo en deseos de conocerte, ya quiero que sean las siete de la tarde para poder verte.
- ¿Cómo me reconocerás? –contestó Olivo-
- Serás la Trigueña sensual de los pants  azul celeste
- Rojos… –contesto el detective- como el amor que siento por ti…
- Recordaste que es mi color favorito
- Todo lo importante para ti, lo es para mí.
- Te llevaré el regalo que te prometí
- ¿De qué color será?
- Negro, sabes que ese color me excita… ¿Cómo estas vestida?
- Negro…
-Quisiera tocarte toda…
-Me estoy mojando, sólo de pensarlo
-Por qué no pones la cámara, quiero conocerte
- Habías prometido que aguardarías  hasta esta tarde
-Solo faltan una horas, si me amas. ¡Compláceme! ¡Nena! ¡Compláceme!
Olivo, reflexionó un momento y dirigiéndose  a Zúñiga le dijo: ¡Tendremos que hacerlo! La detective fue a otro ordenador dentro de un set en el que aparecía una estancia minimalista, pero acogedora; se retocó el labial, desabotonándose la blusa para que se pudiera ver su busto, encendió la cámara de video
- Esta bien, -escribió Olivo- ¿te veré?
- Por supuesto, nena, por supuesto.
Olivo dio el click definitivo para conectar a la detective en el chat, a partir de ese momento, quedaban a merced de la actuación que realizara su compañera.
La imagen que transmitió la pantalla les asombró: Un hombre fuerte y guapo, comenzó a pedir a la detective que se tocara ante la cámara, mientras le decía palabras obscenas. La detective actúo como si se sintiera excitada, su interlocutor se estaba volviendo loco, finalmente le dijo:
-          Nena, ¡te haré vibrar, te haré gritar…! nos vemos en la tarde –corto la comunicación-
Las horas siguientes, pasaron lentas. A las seis, Zúñiga ataviada con ropa deportiva roja entalladísima, que no dejaban  nada a la imaginación subió a un convertible amarillo, seguida de varios autos. En los viveros, varios detectives vigilaban el perímetro en posiciones estratégicas. Olivo vestido con pants verdes comenzó a correr treinta minutos antes de que Zúñiga pisara el parque.
La detective sabía que varias miradas la seguían, y contoneándose camino hasta el centro del vivero,  llegó a la “rotonda”, el lugar se encontraba solo y comenzó a calentar, sus sentidos alertas al máximo. Escucho como unos pasos se acercaban sigilosamente, trato de parecer distraída. La tarde languidecía y las primeras sombras de la noche se deslizaban entre la arboleda.
La detective sintió como una mano se posaba sobre su hombro, al mismo tiempo que una voz le decía:
-Al fin te conozco ¡nena…!
La detective emitió un suave ronroneo, el hombre le abrazo por la espalda.
-Eres más sexi de lo que recordaba –le acarició las nalgas- La detective lucho por mostrarse complacida, mientras en su mente maldecía a Olivo.
-Te traje un regalo –el hombre sustrajo del bolso de sus pantalones una tanga negra delgadísima-
Zúñiga le rodeo con los brazos –tratando de hacer tiempo- el hombre comenzó a besarla mientras la aventaba al pasto. En el suelo sintió como dos pares de brazos la sujetaban, mientras le metían en la boca la tanga para impedir que gritara y le arrancaban toda la ropa. Violentamente separaron sus piernas, ella se resistía con todas sus fuerzas, preguntándose ¿por qué tardaban tanto en acudir en su ayuda? en respuesta recibió un golpe en la boca del estómago que le sacó el aire y otro en la cabeza, dejándola  inconsciente.
Uno de los hombres grito:
-¡Métesela!
Cuando estaba a punto de penetrarla, los hombres la soltaron.
Olivo se quitó la sudadera cubriendo la desnudez de Zúñiga que seguía sin sentido. Los policías sometían a los sujetos. En otro sector del parque, un grupo de policías hacía lo mismo con dos sujetos idénticos que habían atacado a una segunda mujer.
Los titulares de los periódicos al día siguiente  destacaban: Gemelos idénticos, los asesinos de los viveros. Cuatro fotos de dos pares de hombres similares ilustraban el reportaje.
En la cama del hospital Zúñiga se recuperaba de la agresión sufrida, había permanecido desmayada  más de media hora. Olivo sentado en la silla junto a su cama la observaba despertar.
-¿Cómo te sientes?
- Como si hubieran tratado de violarme –sonrió Zúñiga- ¿Dime cómo descubriste que eran cuatro y no dos los asesinos?
El modus operandi fue fundamental, la prensa le llamó “El caso de los espejos”, las lesiones que presentaban las víctimas en manos y tobillos eran huellas de pulpejos de distinto tamaño; se determinó que el ADN del semen pertenecía a cuatro tipos diferentes, con semejanzas en las cadenas por pares. Finalmente, sabes que comencé a correr antes que llegarás. Me llamaron la atención en el circuito un par de hombres corriendo juntos, uno de ellos parecía ser el de internet, su cara estaba oculta tras una gorra. No podía seguirlos, pues sería demasiado obvio, así que corrí más rápido, pero antes de lo pensado volví a tropezar con una pareja idéntica, salvo porque uno de ellos al correr parecía estar lesionado. Sabíamos dónde era tu cita, pero no dónde sería agredida la segunda mujer, por eso tardamos un poco, deducir el segundo lugar fue lo difícil,  hasta que recordé que cerca de las canchas  de basquetbol hay otra rotonda, lo  demás es historia.
Olivo se acercó a Zúñiga, tendió su mano y acaricio su mejilla. 
- Jamás permitiré que vuelvas a correr riesgos –dijo besándola-
-No soy tu propiedad.
-Pero eres mi novia
- ¿Lo soy?
Se prendió  nuevamente de su boca, olvidándolo todo. En la pared un espejo reproducía la escena.




miércoles, 10 de julio de 2013

Fin del día

Todo el día había jugado, subido, bajado. No había un rincón de la casa que como un torbellino no hubiera recorrido. Ana era una pequeña de tres años que no se quedaba quieta ni un minuto.
Cuando sus hermanos regresaban del colegio, ella les recibía con una sonrisa y con su cuento favorito en las manos. Todos ellos de manera afable rechazaban su pedido de que le leyeran el cuento. Así que la chiquilla continuaba jugando en ocasiones, y en otras, echada sobre su estomago, pasaba una y otra vez las páginas de su libro.
Poco tiempo después, María, su madre regresaba del trabajo y comenzaba con el trajín del hogar: Hacer la comida, limpiar, lavar, planchar, etc., sus actividades no acababan nunca. Entre cosa y cosa vigilaba que sus hijos cumplieran con sus deberes escolares, escuchaba sus historias, sus problemas y cuitas. De ser necesario iba al supermercado o incluso a pagar algún servicio.
Al anochecer, cuando llegaba su marido, le  daba de cenar junto con todos sus hijos. Era el instante en que la familia se encontraba completa y escuchaban  los relatos de lo  que les había acontecido en el día a cualquiera de los miembros de  ésta. Al terminar, cuando los hijos mayores se retiraban para descansar y su marido escuchaba las noticias en la televisión, María  se sentaba en un sillón a acompañarle.
Noche a noche cumplía con el último de sus deberes. Ana su hija menor se presentaba y extendía hacia ella su libro favorito, se encaramaba en sus piernas, acomodándose en su regazo, y con su tierna voz infantil le decía: “Mami, ¿me lo puedes leer por favor?”. María, sonreía y con un libro entre las manos  comenzaba la lectura de ese cuento infantil.

Después de la primera frase, su pequeña, continuaba repitiendo la historia, simulando leerla. Al terminar el texto de cada página, la niña pasaba con delicadeza cada hoja, ante la mirada atenta de su madre. Así, noche a noche llegaba el fin del día para ambas.  

martes, 9 de julio de 2013

La estacada

Si no hubiera sido porque me encontraba ahí, mi suegra no lo hubiera contado. Si tan siquiera me hubiera dado las gracias, pero no, ¡la indina hasta me echo la culpa!. Dijo que yo había dejado abierto el portón. Después de tantos problemas, hubiera sido mejor que yo no hubiera hecho nada, tantos disgustos que me hubiera ahorrado. Mi Pancho, nunca se hubiera enojado conmigo por culpa de su ma’, pero esta doña Petra, era mala como carne de puerco.
Ahora comadre que te cuente cómo paso todo, me vas a decir y con razón, que fui tonta, al salvarla, pero entonces era yo una joven de 15 años, y mi pancho tenía 15 también, estábamos recién juntados, y yo no la conocía.
-Se bien que eso no es pretexto, la mala leche se le veía de lejos, pero era mi suegra y mi Pancho la quería, era su madre.
-Sí, ya sé que sería mejor que no tuviera madre, pero sí la tiene y pus que se le va a hacer.
- ¡Hay comadre! fue en la época de la revolución, cuando a todo Xochimilco llegaban los zapatistas, Villa y Zapata se habían encontrado en el merito Hotel de Xochimilco. Nosotros vivíamos de arrimados en la casa de mi suegra, acababa de nacer mi Domingo, si lo traía de brazos.
Estaba yo recién parida, pero mi suegra no me dejaba levantar hasta que terminaba  de tortear los dos cuartillos de maíz.
-Si comadre, ya sé que me trataba peor que sirvienta, que nunca me quiso, yo lo sé, pero ya ve, ni con sus malas artes logro que mi Pancho me dejara, mejor compramos el terrenito junto al suyo, y nos separamos.
- Ahora ya no me hace la vida de cuadritos a mí, sino a mi comadre Lupita, ¡santa mujer! 
- Si comadre, si, hasta a ella le hubiera evitado este suplicio de vivir con Manuel, entonces  Manuel no hubiera nacido.
- ¿Cómo? ¿No lo sabe? Todo esto fue antes de que sus hijos más chicos nacieran.
- Si comadre, ¡no coma ansias!, se lo voy a contar todo, siéntese uste, porque me voy a tardar un buen rato.
Era allá por el año de 1914, por el mes de junio, mi Domingo tenía quince días de nacido, y yo estaba en la cocina, junto al tlacuil, echando las gordas en el comal. Mi Pancho se había ido a Tlapechicalli, a cuidar la siembra, yo tenía que terminar de tortear, para después ir a dejarla a la chinampa el taco.
Mi suegra como siempre, andaba de un lado a otro, bien emperifollada, a sus casi treinta y soa años, todos los días se tardaba en hacer sus cosas pa’ arreglarse. Pa’ lo único que se acercaba al tlacuil era pa’ tomar tizne y ponerse en sus ojos, y en la siembra nunca debían faltar los betabeles, que no los usaba pa’ comer, no, si nomás los usaba pa’ ponerse sus chapas, si hubiese trabajado un poco, solititas le hubieran salido, pero la endina ¡era bien holgazana! Buena pa’ mandar, pero pa’ hacer era bien floja, pa’ eso estábamos sus dos nueras y sus hijas.
Su marido, el apa de mi Pancho se había ido con los alzados, con los villistas, y ellos se enteraron de que en esos cuatro años, mi suegra, sin tener quien le calentara el tapete, pus su marido se había ido a la bola, pus, ya se había mercado otra iscuincla, y ésta era igualita a su cuñado Guillerno, el marido de doña Fernanda, si la mocosa tenía la misma nariz aguileña del siñor y su voz, chillona, como sólo el siñor Guillermo podía tenerla, y pensar que don Simón le encargo su mujer a su cuñado, vaya que si la cuido, que hasta un hijo le hizo.
Ese día, mi suegra no fue la única a la que le echaron su visitadita, si hubo varias que fueron a dar a la plaza, donde habían rascado un hoyo bien grande y habían puesto los palos, bien picudos, si yo los divisé, con estos ojos que se han de comer los gusanos.
Si comadre, pus estaba yo echando mis gordas, cuando de pronto oyi en el patio muncho ruido, eran los zapatistas que habían entrado, y le preguntarón a Concha que estaba en el patio si la siñora Petra estaba, y ella, inocente, que después se echaba la culpa por haberles dicho que si estaba, les señaló la cocina de humo.
Entraron como cuatro hombres, así bien grandotes, y más que los vi, desde el suelo, que yo estaba arrodillada echando torteando, y me dijeron: 
-Tu eres Petra- 
Yo les dije:
 -No, es mi suegra, y se voltearon a verla y le dijeron: 
- ¡Ora si pinche puta! ¡ya te llevo el diablo!, y la tomaron por sus brazos y ella empezó a gritar.
 -Dejenme cabrones, se meten con mujeres solas, si estuviera mi marido, esto no sucedería.
-¡No pinche puta!, si estuviera tu marido, tu no tendrías otra hija, igualita a tu cuñado, ¿sabes que le hacemos a las putas? 
Y cuando esto dijeron, yo me puse a temblar, si todos sabemos que a las putas las empalan, mesmamente así se lo dijeron.
-Te gusta mucho esto –y el que hablaba se tomo su miembro- te gustan mucho los palos, que hasta con el palo de tu cuñado te metiste, pus a las putas las empalamos, y eso es lo que te va a pasar.
Cuando eso le dijeron, yo, como pude me metí entre las piernas de esos hombres, y me salí del jacal, y corrí, y corrí a buscar a mi Pancho, él junto con su hermano el Chicho, se jueron corriendo con lo que tenían a la mano, sus coas, sus palas, y por la calle, les gritaron a los vecinos, ayúdennos que nos matan a nuestra madre.
Cuando llegamos de vuelta a la casa, ya llevaban a mi suegra a rastras, casi llegaban a la calle, pero ahí, mi Pancho y el Chicho, se envalentonaron y les dijeron:
-Nuestra madre no está sola, si se la quieren matar, ¡primero nos matan a nosotros!
Que les dices a unos muchachitos de 15 y 14 años, que iban acompañados de todos los vecinos, puros jovencitos, que los mayores se habían ido con los pelones. Al verlos así, uno de los zapatistas les dijo a los otros: 
-Deja a la vieja, a poco vas a matar a estos muchachitos, por lo menos tienen pantalones pa’ defender a su madre, ya su marido se encargará de ajusticiarla cuando regrese.
Y los zapatistas se jueron, dejaron a mi suegra bien muina con todos nosotros.
Todos sabíamos que Guillerma era hija de don Guillermo, su misma cara, su misma voz, pero ni quien le dijera nada a mi suegra, su hermana Doña Fernanda era una santa, y pus su marido, no más se quito las ganas. Nunca le volvió a hacer caso a mi suegra, y menos cuando de entero que al siñor Simón lo mataron en la bola, y nunca se supo quien fue.

Así paso, por un pelito y empalan a mi suegra, como empalaron a otras, si, así comadre, así es como se hacía justicia en esos días, empalaban a las adulteras, y eso si, mi suegra, esa si fue bien adúltera.

Para Marellia que llora triste

Perdido entre mil comentarios
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...

Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.

Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.

Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.

2.- Jálate pa'l monte (María)


En esos años, Xochimilco era un desbarajuste, como lo era todo el país, había grupos armados en todas partes, y aquí, aquí era frecuente que llegaran los zapatistas, no en balde, Zapata y Villa se reunieron en Xochimilco para platicar.
Me acuerdo muy bien, de todo lo que sucedió, mi padre entró en la casa muy asustado, y llamo a mi madre:
-Margarita, corre mujer y trae a las niñas para dentro.
Mi madre enseguida nos grito: María, Margarita, Lupita, nos llama su padre, todas dejamos lo que estábamos haciendo y fuimos a la sala inmediatamente.
Al entrar mi padre se levantó enseguida del asiento, y se acercó a nosotras: Nos vio, nos recorrió con su mirada y le dijo a mi madre, hay mujer, ¿no sé qué hacer?, en unas dos o tres horas cuando más, llegan los zapatistas, y esta niña –le dijo dirigiendo su mirada hacia mi- ya es toda una señorita y corre peligro, así que tenemos que hacer algo.
Se me acerco y me abrazo delicadamente y me dijo: Mi dulce María, ya eres toda una mujercita, eres una flor que cualquiera querrá arrancar -acariciándome mi larga trenza le dijo a mi madre:
-Tienes que cortarle el cabello, trae ropa de Otilio -refiríendose a uno de mis hermanos- y que se vista como él, las voy a llevar pa’l monte, a ella y a las niñas. ¡No vamos a correr riesgos!
-Pero padre –le dije- ¿Por qué han de cortar mi cabello?
-Es por tu bien mi niña, has oído hablar de los zapatistas, hasta este momento nunca han llegado hasta el pueblo, pero las cosas ya están muy feas, y me han dicho, que hoy si entran aquí a San Lucas, así que todo el pueblo va a esconder a las mujeres jóvenes y bonitas, porque dicen que entran a los pueblos y se roban a las jovencitas, las violentan, las desfloran, se las llevan, y si se cansan las matan o las tiran por ahí, yo no quiero nada de eso para ustedes.
-Pero mis hermanas son una niñas, dije refiriéndome a mis hermans de 7 y 6 años.
Así es, pero no voy a correr el riesgo, todas se van contigo. A ti te vestimos de hombre, y así, un jovencito imberbe cuidando a sus dos hermanitas, será motivo suficiente para que no te lleve la leva, en caso de que ¡Dios no lo quiera! las encuentren, no les harán nada.
Mi madre con lágrimas en los ojos, fue hacia su costurero, y tomando una tijeras se acerco a mí, y poco a poco corto mi larga trenza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el cabello era lo que más le gustaba de mi a José Guadalupe, el hermano de la esposa de  mi hermano Otilio, su mejor amigo, a quien yo veía como mi amor imposible, porque era 20 años mayor que yo. En ese momento recordé las palabras que  él me decía cuando me veía con el cabello suelto:
-María, pronto serás la mujercita más linda del pueblo, tu cabello es tan negro como la noche, como mi caballo –Lo que me hacia ruborizar- Tus mejillas parecen rosas y son suaves como el terciopelo, quien tuviera tu edad.
Pensando en ello, las lágrimas no dejaban de correr por mi rostro.
Mi madre me dijo:
-No llores, ya volverá a crecer.
En menos de cinco minutos, mi cabeza tenía el cabello tan corto como el de mis hermanos.
Mi madre entonces me hizo señas para que le acompañara a la recámara- Ya en ésta, me dijo, vas a tener que desnudarte, y tomando mis enaguas, las rasgo e hizo unas tiras largas y delgadas, entonces me dijo:
-Quítate la camisa.
Yo, me quite la camisa, roja de vergüenza, pues mi madre hacía mucho que no me veía desnuda, solo atine  a tapar mi busto con las manos.
Mi madre con lágrimas en los ojos me dijo:
Eres tan linda como una flor hija de mi alma, no debes avergonzarte, sube los brazos –me ordenó-.
Entonces con gran delicadeza comenzó a vendar y apretar mis senos para tratar de que pareciera yo un jovencito.
-No te debes quitar las vendas, y si encuentras a alguien que no conozcas, no alces la vista, si ven esos hermosos ojos verdes, se darán cuenta de que no eres un muchacho.
Mi madre terminó de vendarme y me dio ropa de mi hermano, me puse sus pantalones, camiseta, camisa y me puse sus botas.
-Madre –le dije- me quedan muy grandes las botas y no podré caminar.
Mis hermanas, en ese momento se asomaban en la recámara y les dijo:
-Traigan algo del algodón que está en el botiquín.
Lupita salió corriendo, y en un instante estaba de regreso con el algodón.
-Anda, sácate las botas – me dijo mi madre, y dándome el algodón me indicó que rellenara las botas con él-
Mientras tanto, les dijo a mis hermanas que se pudieran sus vestidos más viejos y sus abrigos.
Ya vestida como jovencito me ordenó:
-Vamos a la cocina, ahí, me indicó que manchara mi cara con el tizne del fogón, y así, ya sucia y vestida me dijo:
-Vamos con tu papá.
Al llegar a la sala, mi padre ya no se encontraba solo, estaba Otilio, mi hermano con su mujer, que estaba esperando a su primer hijo, y le faltaban uno o dos meses para parir. Al verme sonrió y comentó:
-María, nadie te va a reconocer, si pareces un muchachito, y mis hermanitas parecen una mococitas, no las señoritas hermosas que son.
Yo pregunte:
-¿A dónde vamos a ir?
Te acuerdas del jacal que está en Tepehuizco –refiriéndose a un terreno que tenía en el monte, muy lejos del pueblo-
-Si papá, pero cómo vamos a llegar?
En ese momento, entro a la sala de la casa Guadalupe, el cuñado de mi hermano.
-¿De dónde salió este jovencito? Me dijo, iluminando su rostro con una sonrisa.
-¿No me reconoce usted? -le dije- Mirándole con mis ojos llenitos de amor.
Mi padre en ese momento interrumpió, no hay tiempo para charlas, en este momento te jalas para el monte, José Guadalupe las va a llevar a ti y a las niñas, se van a ir en los caballos y se van a llevar a uno de los asnos, ya ahí, José Guadalupe les va a dejar bien escondidas e instaladas y sólo se van a quedar con el asno, todas adentro del jacal, adentro de éste hay un hoyo bien disimulado, si llegar a oír que alguien se acerca, las cuatro se van a meter en él. Deben aparentar que el jacal está abandonado, mucho cuidado, no hagan ruido, escondan al burro entre la milpa, ¿me entendieron bien? –nos dijo mi padre- Si alguien las llega a ver, trata de imitar la voz de tu hermano Andrés, y el tonillo de las personas que no saben leer ni escribir, no te vayan a delatar tus modales –me dijo mi padre preocupado-
Todas asentimos.
Mi madre con lágrimas en los ojos, comenzó a darnos la bendición a cada una de nosotras, mi padre hizo lo propio.
La mujer de Otilio lloraba, y me decía:
-Cuídate mucho María y cuida a tus hermanas, sean prudentes, que Dios las proteja.
Los caballos estaban ensillados, el burro amarrado detrás de ellos. Monte en un caballo con Lupita agarrada atrás de mi,  José Guadalupe se subió en ancas a Margarita.
Así, mis hermanas con lágrimas en los ojos, agitaron sus manitas y se despidieron de mis padres,  mi hermano y  Magdalena, mi cuñada.
Yo trataba de hacerme la fuerte, sólo oí como mi padre le  decía a José Guadalupe: Jálate para el monte, déjalas seguras y de regreso borra todas las huellas, jálate para el monte y deja ahí a mi mayor tesoro: mis hijas. Dios las cuide, pronto iremos por ustedes.- Su voz, entonces se quebró y el llanto de mi madre inundó el silencio.

Así fue como ese día 3 de diciembre del 1914 huí para el monte para salvar mi vida, mi honra y la de mis hermanitas. 


1.- El pastor.

1.- El pastor.
Quien me lo iba a decir, que este  día dejaría honda huella en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como era mi obligación.
Ese día tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l  calor.
Todo eso me lo eche, con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela, blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer. Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré, que mi animal favorito, ese, ese  era Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y no lo podía evitar, era el líder de mi  hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando  “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo, mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja, el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba  hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza que me metería  se me puso la piel de gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me iba a escapar.
Entonces el miedo pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir, temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas. De repente, mis narices  percibieron un olor riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa, una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había dos personas,  en una esquina un tlecuil, donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me decían:
-¿Tu quién eres muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y  trate de alejarme-
-Onde se ha visto que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ – tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la vista.
- ¿Cómo te llamas muchacho?
-Silvestre, pa’ servir a Dios y a uste’.
-Ella es Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho? ¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor, apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde vienes llegando?
-Pus de mi pueblo
-¿Y onde es tu pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre, déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho, me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de tu casa muchacho.
-No, a esta hora mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre sollozos.
-Pus que hiciste muchacho.
Entonces, tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón, yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.

Así fue que de Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi terruño natal.