jueves, 1 de agosto de 2013

"R"


Me preguntan el ¿por qué del tatuaje en la parte posterior de mi hombro izquierdo? Mi respuesta es la misma, siempre acompañada de una sonrisa que dicen es enigmática; significa “Rojo”. Como la sangre, las rosas, el color del mar en el ocaso, las sandías o las amapolas, como el amor que perdí…
La conocí una tarde de otoño, cuando las hojas muertas tapizan las calles, ella caminaba por el parque y por sus mejillas rodaban perlas que brindaban a su mirada un brillo nostálgico que me impresionó. La observé y sin que ella lo notara seguí sus pasos. El viento le arrebató de las manos una carta y la fortuna permitió que llegara a mí, la tome y se la entregué. Con una sonrisa me dio las gracias- Le pregunté si podía hacer algo por ella, en respuesta su llanto inundó el ambiente e impulsivamente le abracé, mi pecho enjugó sus lágrimas y poco a poco estas acabaron.
Nuevamente me dio las gracias y me explicó que su hermana menor había fallecido de leucemia, caminamos por un largo tiempo y me dijo su nombre: Renata.
Ese día olvidé todas mis actividades, pasando la tarde con ella, quien me contó la historia de su hermana menor, la unión tan grande que entre ellas existía y el gran amor que se profesaban.
Al caer la noche me permitió acercarla hasta el domicilio que habitaba, el cual era una casa para estudiantes de provincia cerca de la Universidad, al despedirse de mí, me regaló algo muy preciado, una sonrisa que iluminó mi alma.
Durante los siguientes días al salir del trabajo me paseaba fuera del lugar dónde vivía pero nunca tuve suerte de encontrarla y jamás me atreví a tocar a su puerta y preguntar por ella.
Llegó el fin de semana y decidí pasear por el parque en que la había conocido- Como si fuera un imán me dirigí a un rincón del mismo, en el cual las hojas caían como lluvia de abril. Ahí, sentada en una banca la encontré, absorta en su cuaderno de dibujo, en el cual plasmaba con maestría esa llovizna pertinaz.
Estaba tan concentrada en lo que hacía que ni siquiera notó mi presencia, pero la lluvia interrumpió su trabajo y apresuradamente trato de poner a salvo su cuaderno, fue entonces cuando le hice notar mi presencia al guarecerla bajo el paraguas que llevaba, ella se sorprendió al verme, pero agradeció mi ayuda.
La lluvia arreció y yo la conduje hasta mi auto, ofreciendo llevarla al lugar que me indicara. Renata me pidió que nos quedáramos en el parque, y ahí, mientras el tintineo de la lluvia nos acompañaba, continuó dibujando. Yo me dedique embelesado a  observarla.
Al fin el cielo se despejó y ella tendió hacia mí una de las hojas de su cuaderno, en la que había plasmado mi rostro visto a través de un cristal en el que las gotas de lluvia caían profusamente, sólo me dijo: Es tuyo.
La invité a cenar y ella accedió, finalmente la lleve a su domicilio.
Desde ese día, al salir del trabajo pasaba frente a su casa con la ilusión de poder verla, pero nunca tenía suerte, sólo los domingos, en ese mismo parque me hacía el encontradizo. Después de varios meses de estos encuentros, me atreví a pedirle que fuera mi amiga, su respuesta fue tan inocente y sencilla: “No lo somos ya”.
Me contó que estudiaba medicina y que el dibujo era sólo un pasatiempo.
Al paso de los días me presentó a varias de sus amigas, jóvenes de veinte años como ella, las cuales se sorprendían al saber que un viejo de treinta y cinco años era su amigo.
La diferencia de edades no le importaba a ella. Poco a poco fui convirtiéndome en su mejor amigo, compañero y confidente.
Cuando cumplió veintiún años, insistí en que organizara una fiesta a la que pedía invitara a todos sus amigos, quería verla feliz, pienso que lo fue. Yo era el hombre mas afortunado al estar cerca de ella. El día de su fiesta llegó y fue todo un éxito, ella se veía radiante y contenta, me presento a todos los amigos y amigas que aún no conocía. Al ver a los jóvenes que la rodeaban disputándose su atención, me percaté que yo no podía competir con ellos, Renata, parecía que comprendía mi pesar, y trato de manera generosa de integrarme al grupo, sin embargo, la alegría había terminado para mí.
Después de esa fiesta decidí alejarme, por espacio de quince días no le llamé ni la visité, pero el día dieciséis, ella me sorprendió en mi trabajo, al presentarse a primera hora de la mañana, sin que yo le hubiera comentado jamás dónde laboraba.
-Ingeniero Aguirre, le buscan en recepción –señaló el altoparlante de la oficina.-
Extrañado me dirigí hacia ese lugar.
-¡Hola, buenos días ingeniero! –Me saludó Renata-
-Buen día –conteste intrigado-
- ¿Tendrá mi proyecto?
- Me faltan algunos datos para terminarlo, podríamos pasar a mi oficina para que me los proporcioné –contesté-
-Con gusto.
Renata se dirigió hacia dónde yo le señalaba sonriendo. Al llegar a mi oficina me dijo:
-Nunca me la imaginé así.
- No creí que hubieres pensado en ella.
-En muchas ocasiones –respondió- esta oficina tiene mucho de ti.
- ¿Eso opinas?
- Por supuesto, por ejemplo, este globo terráqueo debe ser el instrumento mediante el cual eliges los lugares que visitaras en tus vacaciones, lo haces girar, cierra los ojos y señalas un lugar y ¡ya está! El lugar soñado aparece. ¿Estoy en lo cierto?
- Casi, he soñado con hacer lo que tú dices.
- Bien, estás trabajando y no quiero hacerte perder tu tiempo, así que iré al grano. ¿Por qué no has ido a buscarme?
-He tenido mucho trabajo.
- Mmmm. Te he extrañado.
-¿Deberías estar en la escuela en este momento?
- Si, pero no saber de ti me preocupaba.
- Pues como ves me encuentro perfectamente.
- ¿Tú no me has extrañado?
- ¡No tengo tiempo para ello! ¿Necesitas algo?
- Si, pero creo que lo que necesito tú no puedes proporcionármelo –acercándose a mi escritorio puse un sobre en el mismo-
- te traje esto –me dijo- ¡No lo abras! Debo irme. Me dio gusto saber que te encuentras bien – salió de mi oficina corriendo, dejándome estupefacto-
Abrí el sobre y dentro del mismo encontré un dibujo hecho a lápiz de mi rostro, en la parte inferior del mismo firmaba “Reb”. Yo jamás había posado para ella. Guardé el dibujo y seguí trabajando todo el día, preguntándome cuándo y cómo lo había hecho.
Por la noche, al llegar a mi casa, volví a sacar el dibujo. Fue entonces cuando me percaté que en la parte posterior del mismo había una frase: “Por siempre, te amo”.
Quise correr a verla pero era demasiado tarde y ella debía estar dormida. Pensé: ¡cómo podía haber sido tan estúpido!
Decidí ir a su domicilio a pesar de la hora, como era de esperarse, todo estaba a oscuras y cerrado, sin embargo, me quedé ahí, viendo desde mi coche el ventanal de su recámara. Sin saber cómo me quedé dormido, hasta que unos golpes leves en la ventanilla me despertaron.
-      ¿Qué haces aquí? –me dijo Renata-
-      Tu dibujo… yo… ¿a dónde vas?
-      A la escuela.
-      ¿Te llevo
-      ¿No trabajas hoy?
-      No te preocupes.-Ella subió al auto- ¿Es cierto lo que dice el dibujo?
En respuesta Renata me dio un beso. A partir de ese momento fui el hombre más feliz y más enamorado del mundo.
A los seis meses nos casamos. Ella continuaba con sus estudios como Interna en un Hospital. Era pesado, pues hacia guardias, descansando una noche y trabajando en la siguiente y así sucesivamente. Yo trataba de ayudarla en lo que podía dentro de la casa, pero comencé a notar que perdía peso, le pedí que descansara ella en respuesta me dijo:
-      ¡Soy feliz! Solo tengo que acostumbrarme a las desveladas.
Así pasaron  tres meses más, cuando estaba en el sexto mes del internado, una de sus mejores amigas me llamó al trabajo:
-      ¡Hola Alex!, Soy victoria.
-      ¿Sucede algo? ¿Renata está bien?
-      No te alarmes, se desmayó y el profesor pidió que llamáramos a un familiar y…
-      Voy enseguida –le dije mientras salía corriendo de la oficina-
Al llegar al Hospital me recibió  Victoria, quien me llevó inmediatamente con el Dr. Segovia, profesor de mi esposa:
-           Me dicen que usted es el esposo de Renata.
-           Así es, ¿cómo esta ella?
-           Siéntese por favor. Tenemos que hacerle varios estudios para descartar cualquier enfermedad, pero parece que solo es agotamiento, y podría ser que estuviera anémica, está muy delgada y baja de peso, así que vamos a mandarla a descansar y le pondremos una dieta especial para que mejore.
-           Lo que usted ordene doctor
-           Bien, regrese en tres horas, en ese lapso le haremos los estudios y después podrá llevarla a su casa, de acuerdo.
-           Puedo quedarme si es necesario.
-           Necesitamos que trabaje para que la alimente adecuadamente, no se preocupe –dijo el médico sonriendo- vaya a trabajar y déjenos a nosotros hacer lo propio,
Ese día recogí a Renta en el hospital y la lleve a casa. Ella al ver mi cara de preocupación me dijo:
-      ¡Tontín! Solo estoy un poco cansada, así que no quiero que me trates como una enferma.
Yo callé. Las semanas siguientes me encargué de que Renata cumpliera con su dieta, sin embargo, seguía igual de delgada. Ella se reintegró a sus estudios. Dos semanas después del incidente, acudí al hospital, en el cual el Dr. Segovia me recibió muy amablemente, junto con mi esposa.
-      Bien, dígame ¿cómo se ha portado su esposa? ¿Sigue la dieta?
-      Pos supuesto doctor, yo me he encargado de que la siga al pie de la letra.
-      Siéntense ambos y pónganme atención –nos dijo el médico- Renata está enferma y debemos someterla a un tratamiento.
-      Pero me siento perfectamente –dijo mi esposa-
-      ¿Qué tiene? ¿Es grave –inquirí yo-
-      Leucemia
-      ¡No! Gimió Renata.
-      ¡Imposible! ¡Solo está cansada! -Grite yo-
-      Sé que es difícil de entender, pero los estudios así lo indican, pero estamos a muy buen tiempo para que el tratamiento sea un éxito.
-      ¡Debe haber un error! –le dije al doctor-
-      Lamentablemente no
Mientras este diálogo sucedía, Renata se había quedado callada y su palidez era extrema, el doctor se percató de ella y le dijo:
-      Renata, muchacha, no hay de qué preocuparse, estamos a tiempo, el tratamiento será un éxito.
-      Como quisiera que su voz fuera de profeta profesor –pero las lágrimas resbalaban por su tez-
Al día siguiente Renata comenzó su tratamiento de quimioterapia. La rapidez me dejó asombrado. Después de un mes, su cabello comenzó a caer, y a los dos meses, decidió cortarlo al ras, así que yo también me rape completamente. A pesar de que seguía la dieta al pie de la letra, cada vez estaba más delgada y ojerosa. Para animarla le compraba todo lo que se me ocurría, desde una peluca, gorras, vestidos, muñecos, flores, cuadernos de dibujo, todo lo imaginable y lo imaginable. Ella sólo sonreía con paz infinita.
Cuando terminó el primer tratamiento, y después de realizar una serie de estudios el doctor Segovia nos cito en el consultorio. Ambos íbamos esperanzados e incluso habíamos hablado de ir a bailar para celebrar la mejoría de la que sin duda nos hablaría el doctor. Cuando llegamos al consultorio, la enfermera nos hizo pasar inmediatamente, a pesar de que habían más personas esperando consulta.
-      Renata, hermosa, ¿cómo te has sentido?
-      Bien doctor, gracias.
-      Que me dice usted, ¿cómo va el ánimo de su esposa?
-      Renta es una mujer muy valiente y animosa –le contesté- pero sin duda lo que usted nos diga nos animará mas.
El doctor se quedó en silencio unos minutos y nos dijo:
-      Lamento no tenerles tan buenas noticias. El tratamiento no fue lo exitoso que esperaba. El tipo de leucemia que presenta Renata es muy agresivo y ha empeorado.
-      ¿Es como el de mi hermana? –preguntó Renata-
-      Si, no puedo mentir –contesto el médico-
-      ¿Cuánto tiempo tengo?
-      No podría asegurarte nada, tal vez seis meses, pueden ser más, tal vez menos –señaló el doctor-
-      ¡Es imposible lo que dice! –interrumpí yo- ¡Debe haber un error! ¡Debe haber otras opciones, otros tratamientos! ¡Cualquier cosa! ¡Por favor! –pronuncié estas últimas palabras entrecortadas por los sollozos y con los ojos anegados en llanto-
Renata en respuesta me tomó de la mano y con serenidad pasmosa me dijo:
-      Estaremos bien amor ¡No sufras!
Mi respuesta fue abrazarla como un niño.
El doctor Segovia conmovido sólo atinó a decir:
- Continuaremos con el tratamiento, quizás podemos lograr un cambio.
- No doctor –le dijo Renata- No quiero pasar los últimos días de mi vida sin poder comer, con nauseas y vomitando eternamente. No quiero ver como caen uno a uno mis cabellos. Quiero morir con dignidad y no debilitada por los medicamentos.
- Por favor Renata, siempre hay esperanza de que el tratamiento resulte.
- No doctor, olvida que le conté como vi acabarse a mi hermana, yo no quiero que me suceda lo mismo, no quiero alargar mi agonía ni la de mi esposa y mis padres, ellos no resistirán perder a la única hija que es queda de la misma forma que a mi hermana –la serenidad de mi esposa cuando pronunció estas palabras era asombrosa-
- Pero Renata…
- No hay peros que valgan, agradezco su ayuda maestro, pero ya he tomado una decisión.
- ¡Renata, debemos intentarlo todo! ¡No te voy a dejar morir! –Grité desesperado-
Por toda respuesta mi mujer me tomó de la mano y besándola enseguida, mirándome a los ojos me dijo:
-      Alex, no permitiré que me suceda lo mismo que a mi hermana, quiero vivir mis últimos días a plenitud, contigo, con mis padres, ¡Entera! ¡por favor! ¡respeta mi decisión!
-      No puedo, ¡lucharé!
-      Si me amas, será como yo digo – y dirigiéndose al doctor le dijo:
-      Gracias doctor, ha sido usted fantástico conmigo, lo veré después –se despidió y salió del consultorio y yo tras ella-

Renata me tomó de la mano y me dijo:
-      ¡Vamos a festejar el diagnóstico!
-      ¡Cómo puedes decirle eso¡
-      No lo entiendes, tenemos seis mese para vivirlos al máximo, para disfrutar nuestro amor ¡debemos hacerlo! ¡Algo más! No se lo diremos a mis padres, sino hasta que ya sea inevitable ¡por favor!
Me abrazó y yo me aferré a su cuerpo, mientras ella me abrazaba y consolaba como a un niño.
Después de platicar toda la tarde y gran parte de la noche con mi esposa, decidimos que tramitaría un permiso en el trabajo para irnos de vacaciones y después un permiso sin goce de sueldo, para estar con ella el mayor tiempo posible.
Sin embargo el deterioro en su salud fue tremendamente rápido. Apenas habíamos pasado una semana con sus padres y un mes recorriendo varias partes de la provincia mexicana, cuando ante mis ojos se marchito, sus ojos perdieron el brillo que tanto me fascinaba. Su tez blanca se volvió macilenta. Su cabello antes lustroso y negro se volvió gris y opaco. Su sonrisa, esa sonrisa que yo tanto amaba, a pesar de su esfuerzo demostraba una tristeza inveterada, en resumen parecía un espectro de la mujer que yo amaba, pero al menos estaba viva.
Exactamente dos meses después del día que hablamos por última vez con el médico, tuvimos que acudir nuevamente a su consulta, pues los dolores que sufría Renata eran enormes, el doctor le receto morfina para paliar un poco los mismos. Mi bella esposa, tomaba la droga, sin embargo, el dolor no disminuía, vivía en un grito eterno. Llegó un momento, en que me pidió me acercara a ella y murmurándome al oído me dijo:
-      Amor, no lo resisto más, por favor, tengo que acabar ¡Ayúdame!
-      ¿Qué quieres que haga?
-      Mátame
-      ¡No! ¡Jamás podría hacerlo!
-      ¡Por favor!
-      ¡No! ¡he dicho mi última palabra!
Seguí suministrándole la droga, pero ésta no disminuía en nada el suplicio de mi adorada esposa. Una noche, cuando los gritos desgarradores de mi esposa me hacían temblar, sufriendo por su dolor, la vista se me nublo, una mancha roja apareció ante mis ojos, envolviéndolo todo… fue entonces que lo decidí. Tome una almohada entre mis manos, y me acerque a la cama en donde se encontraba mi esposa, mi amor… Ella me vio con sus ojos enormes, en esa cara tan demacrada, me acerqué a ella y con gran esfuerzo me dio un beso, sonrió y con voz apenas audible me dijo: “Gracias, te amo, siempre te amaré”
Entonces, si fue entonces cuando la ahogue con la almohada. Se estremeció unos breves segundos. Destapé su cara, se veía tranquila, como si durmiera plácidamente, el sufrimiento había desaparecido de su rostro. Tomé el teléfono, y hable a la policía confesando mi crimen. Hoy todavía esa nube roja me envuelve. Sé que faltan pocos días para que se cumpla la condena. Doy gracias a Dios de que se haya restablecido la pena capital en mi país. Espero la muerte con tranquilidad. Sé que ella me está esperando, y yo, yo quiero ir con ella, pues todavía la amo, siempre la he amado y siempre la voy a amar.


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