lunes, 29 de julio de 2013

¿Esperar?

¿Esperar?
¿A Qué?
¿Que las rosas se desojen por completo?
¿Que el mar no vuelva a arrullarme más?
¿Que el viento no se deslice entre las ramas?
¿Que el sol no me regale más atardeceres?

¿Para que esperar?
Se bien que tu a mi no regresaras.
Tu amor murió,
lo olvidaste en los brazos de esa mujer,
¿Qué te dio?
¿No lo sé?
¿Será mejor que yo?
¡Tal vez!
¿Tendrá la luz en su mirada que el dolor me arrebató?
¿La risa que perdí con tu traición?
¿La alegría que llenaba mi corazón con tu amor?

¡No soy la misma!, ¡no!
Miles de lágrimas surcaron mi faz sin detenerse jamás,
no hubo un hombro amigo en el cual pudiera yo llorar,
nadie escuchó mi historia,
nadie sabrá jamás mi versión,
te has encargado de que yo sea la mala,
la que no comprendió,
la que no lucho,
la que nunca escuchó.

¡Tal vez tengas razón!
Jamás intuí que mientras yo vivía en un mundo irreal
¡de amor y fantasía! ¡jajajajaja!
Mientras yo te entregaba el alma y la vida,
tú solo recibías,
aquello que en tu mente creaste como tu realidad,
nada más alejado de la verdad.


Cuando finalmente la vida nos sorprendió,
aconsejado o no,
¡huiste!
como las ratas huyen del barco.
Contaste tu verdad a todos los que quisieron escuchar,
y hoy, esa verdad muy tuya,
¡amarga!
¡acaba con todo!
con todo eso que fue nuestra realidad.


http://youtu.be/zdj7Hebbiyw

¿Tienes hambre…?

Manuel era un chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve años.
Concha había dado a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas. Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo, pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los peones.
Al entrar en la casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba esperando –contesto Manuel.
- Y que me esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la cabeza como respuesta.
Concha se dirigió hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando que no había comido:
-¿Tienes hambre? –y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por respondón y desobediente.

Se acostó en su petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.

domingo, 28 de julio de 2013

Una sonrisa

Tu sonrisa fue el mundo que conocía,
tus palabras el credo que yo seguía,
tus caricias la gloria que perseguía,
tus besos el cielo que merecía.

Todo cambio,
todo se fue,
la desventura a mi llegó,
dura es la vida,
¿me amaste un día?
tal vez fue cierto,
pero acabó.

He aguardado
cuanto he podido
pero la vida
esa, no espera.
Cuando te fuiste
pronto encontraste
otros lugares para gozar,
y yo en cambio,
sólo quería hacer al tiempo
retroceder.

El tiempo pasa,
la vida sigue,
aún te amo,
pero no puedo ya esperar.
Nuestros caminos
se han distanciado,
rumbos distintos
llevando están.

Lloro en silencio
te he perdido,
y eso nunca
remediaré.

Voy caminando
sola, muy sola
en compañía
de mi dolor,
pero si alguien hoy me sonríe,
yo le devuelvo con gran sosiego,
esa sonrisa,
desde el fondo del corazón.

Pues la sonrisa que se regala
nace del fondo de nuestras almas,
 y trae alegría
al corazón.

Los espejos.

Hoy sería su día de suerte. El detective Olivo, se levantó como de costumbre muy temprano, salió a correr, en parte por el deseo de ejercitarse y en mayor grado para verificar que la guardia estuviera atenta. Regresó  a su departamento para asearse y vestirse, de camino al trabajo compró su acostumbrado expreso cortado. A las ocho de la mañana, como todos los días se encontraba en la oficina del  Inspector Del Olmo, la secretaria de éste le saludo y le indicó que lo estaba esperando. Olivo, ni tardo ni perezoso entró:
-Buenos días
-¡No sé qué tienen de buenos Olivo!, tengo al  Procurador y al Presidente  presionándome, además la prensa y la televisión no pierden momento para resaltar que ya han asesinado a doce mujeres en “Los viveros”, le han puesto como nombre al caso “Los espejos”: seis asesinatos semejantes. Nosotros aún seguimos con varias líneas de investigación... ¡Aquí van a empezar a rodar cabezas y la mía no será!, así que ¡espero tenga buenas noticias!
-Olivo con su calma habitual le dijo- Hoy le tendré resultados, nunca le he fallado y esta no será la excepción, ¡confíe, Jefe, confíe!
- ¡Estas advertido! ¡La primera cabeza será la tuya! ¡Retírate!
Olivo, salió de la oficina y del sector. En la calle la detective Zúñiga, le esperaba.
¿Cómo estuvo el vendaval?
-¡Apenas y fue llovizna! ¡Vamos!, tenemos que cuidar todos los detalles, Juárez y González nos avisarán si hubiera jaleo, debemos conectarnos  para confirmar que todo va de acuerdo a lo planeado.
Ambos policías subieron a su auto avanzando por calles transitadas sin prender las luces y la torreta. Pararon frente a  una boutique.  Zúñiga se apeó del automóvil, ingresando al local. Los minutos comenzaron a pasar, hasta convertirse en casi una hora. Olivo, desde su vehículo observaba la gran cantidad de mujeres que entraban y salían del establecimiento. La puerta de éste se abrió una vez más, llamándole la atención, una mujer de piel apiñonada con una minifalda color negro que atrajo las miradas de cuanto hombre pasaba en esos momentos por la calle. A pesar de estar de servicio deseo perderse un rato con ella, pero ese pensamiento sólo le turbo unos segundos. Con asombro observó como la mujer se acercaba al coche, como si se dispusiera a cruzar la calle, el detective sonrió para sus adentros pensando que podría observarla de cerca. Su sorpresa fue mayúscula cuando la mujer le tocó en la ventanilla, por lo que Olivo trató de que su expresión fuera de indiferencia,  bajo el vidrio.
-          ¿En qué puedo servirla?
-          ¡Te pasa algo! ¡Quita esa cara de bobo! –le espetó Zúñiga-
-          ¿Estas…? ¡distinta!
La detective sonrió disimuladamente, mientras Olivo abría la portezuela
-           Jamás pensé que no me reconocerías. ¡Sólo es la ropa!
-          Y el cabello, el maquillaje, los zapatos… la forma de caminar…
-          ¡Vámonos! –dijo Zúñiga- ¡Tenemos mucho trabajo!
Olivo arrancó. Durante el trayecto de manera disimulada y a pesar de que trataba de evitarlo, observaba a su compañera de reojo.
Después de varios minutos,  llegaron a un edificio de departamentos, ingresaron a uno. En este lugar el trabajo era frenético. Ambos se dirigieron hacia unos ordenadores. El técnico Villa, le dijo:
-          Hace unos minutos nuestro hombre se conectó, y comenzó a chatear con varias mujeres.
Olivo, tomo un ordenador y tecleo una contraseña. Enseguida recibió un mensaje.
-          Amor, te extrañé
-Olivo, respondió -No más que yo corazón
- Ardo en deseos de conocerte, ya quiero que sean las siete de la tarde para poder verte.
- ¿Cómo me reconocerás? –contestó Olivo-
- Serás la Trigueña sensual de los pants  azul celeste
- Rojos… –contesto el detective- como el amor que siento por ti…
- Recordaste que es mi color favorito
- Todo lo importante para ti, lo es para mí.
- Te llevaré el regalo que te prometí
- ¿De qué color será?
- Negro, sabes que ese color me excita… ¿Cómo estas vestida?
- Negro…
-Quisiera tocarte toda…
-Me estoy mojando, sólo de pensarlo
-Por qué no pones la cámara, quiero conocerte
- Habías prometido que aguardarías  hasta esta tarde
-Solo faltan una horas, si me amas. ¡Compláceme! ¡Nena! ¡Compláceme!
Olivo, reflexionó un momento y dirigiéndose  a Zúñiga le dijo: ¡Tendremos que hacerlo! La detective fue a otro ordenador dentro de un set en el que aparecía una estancia minimalista, pero acogedora; se retocó el labial, desabotonándose la blusa para que se pudiera ver su busto, encendió la cámara de video
- Esta bien, -escribió Olivo- ¿te veré?
- Por supuesto, nena, por supuesto.
Olivo dio el click definitivo para conectar a la detective en el chat, a partir de ese momento, quedaban a merced de la actuación que realizara su compañera.
La imagen que transmitió la pantalla les asombró: Un hombre fuerte y guapo, comenzó a pedir a la detective que se tocara ante la cámara, mientras le decía palabras obscenas. La detective actúo como si se sintiera excitada, su interlocutor se estaba volviendo loco, finalmente le dijo:
-          Nena, ¡te haré vibrar, te haré gritar…! nos vemos en la tarde –corto la comunicación-
Las horas siguientes, pasaron lentas. A las seis, Zúñiga ataviada con ropa deportiva roja entalladísima, que no dejaban  nada a la imaginación subió a un convertible amarillo, seguida de varios autos. En los viveros, varios detectives vigilaban el perímetro en posiciones estratégicas. Olivo vestido con pants verdes comenzó a correr treinta minutos antes de que Zúñiga pisara el parque.
La detective sabía que varias miradas la seguían, y contoneándose camino hasta el centro del vivero,  llegó a la “rotonda”, el lugar se encontraba solo y comenzó a calentar, sus sentidos alertas al máximo. Escucho como unos pasos se acercaban sigilosamente, trato de parecer distraída. La tarde languidecía y las primeras sombras de la noche se deslizaban entre la arboleda.
La detective sintió como una mano se posaba sobre su hombro, al mismo tiempo que una voz le decía:
-Al fin te conozco ¡nena…!
La detective emitió un suave ronroneo, el hombre le abrazo por la espalda.
-Eres más sexi de lo que recordaba –le acarició las nalgas- La detective lucho por mostrarse complacida, mientras en su mente maldecía a Olivo.
-Te traje un regalo –el hombre sustrajo del bolso de sus pantalones una tanga negra delgadísima-
Zúñiga le rodeo con los brazos –tratando de hacer tiempo- el hombre comenzó a besarla mientras la aventaba al pasto. En el suelo sintió como dos pares de brazos la sujetaban, mientras le metían en la boca la tanga para impedir que gritara y le arrancaban toda la ropa. Violentamente separaron sus piernas, ella se resistía con todas sus fuerzas, preguntándose ¿por qué tardaban tanto en acudir en su ayuda? en respuesta recibió un golpe en la boca del estómago que le sacó el aire y otro en la cabeza, dejándola  inconsciente.
Uno de los hombres grito:
-¡Métesela!
Cuando estaba a punto de penetrarla, los hombres la soltaron.
Olivo se quitó la sudadera cubriendo la desnudez de Zúñiga que seguía sin sentido. Los policías sometían a los sujetos. En otro sector del parque, un grupo de policías hacía lo mismo con dos sujetos idénticos que habían atacado a una segunda mujer.
Los titulares de los periódicos al día siguiente  destacaban: Gemelos idénticos, los asesinos de los viveros. Cuatro fotos de dos pares de hombres similares ilustraban el reportaje.
En la cama del hospital Zúñiga se recuperaba de la agresión sufrida, había permanecido desmayada  más de media hora. Olivo sentado en la silla junto a su cama la observaba despertar.
-¿Cómo te sientes?
- Como si hubieran tratado de violarme –sonrió Zúñiga- ¿Dime cómo descubriste que eran cuatro y no dos los asesinos?
El modus operandi fue fundamental, la prensa le llamó “El caso de los espejos”, las lesiones que presentaban las víctimas en manos y tobillos eran huellas de pulpejos de distinto tamaño; se determinó que el ADN del semen pertenecía a cuatro tipos diferentes, con semejanzas en las cadenas por pares. Finalmente, sabes que comencé a correr antes que llegarás. Me llamaron la atención en el circuito un par de hombres corriendo juntos, uno de ellos parecía ser el de internet, su cara estaba oculta tras una gorra. No podía seguirlos, pues sería demasiado obvio, así que corrí más rápido, pero antes de lo pensado volví a tropezar con una pareja idéntica, salvo porque uno de ellos al correr parecía estar lesionado. Sabíamos dónde era tu cita, pero no dónde sería agredida la segunda mujer, por eso tardamos un poco, deducir el segundo lugar fue lo difícil,  hasta que recordé que cerca de las canchas  de basquetbol hay otra rotonda, lo  demás es historia.
Olivo se acercó a Zúñiga, tendió su mano y acaricio su mejilla. 
- Jamás permitiré que vuelvas a correr riesgos –dijo besándola-
-No soy tu propiedad.
-Pero eres mi novia
- ¿Lo soy?
Se prendió  nuevamente de su boca, olvidándolo todo. En la pared un espejo reproducía la escena.




miércoles, 10 de julio de 2013

Fin del día

Todo el día había jugado, subido, bajado. No había un rincón de la casa que como un torbellino no hubiera recorrido. Ana era una pequeña de tres años que no se quedaba quieta ni un minuto.
Cuando sus hermanos regresaban del colegio, ella les recibía con una sonrisa y con su cuento favorito en las manos. Todos ellos de manera afable rechazaban su pedido de que le leyeran el cuento. Así que la chiquilla continuaba jugando en ocasiones, y en otras, echada sobre su estomago, pasaba una y otra vez las páginas de su libro.
Poco tiempo después, María, su madre regresaba del trabajo y comenzaba con el trajín del hogar: Hacer la comida, limpiar, lavar, planchar, etc., sus actividades no acababan nunca. Entre cosa y cosa vigilaba que sus hijos cumplieran con sus deberes escolares, escuchaba sus historias, sus problemas y cuitas. De ser necesario iba al supermercado o incluso a pagar algún servicio.
Al anochecer, cuando llegaba su marido, le  daba de cenar junto con todos sus hijos. Era el instante en que la familia se encontraba completa y escuchaban  los relatos de lo  que les había acontecido en el día a cualquiera de los miembros de  ésta. Al terminar, cuando los hijos mayores se retiraban para descansar y su marido escuchaba las noticias en la televisión, María  se sentaba en un sillón a acompañarle.
Noche a noche cumplía con el último de sus deberes. Ana su hija menor se presentaba y extendía hacia ella su libro favorito, se encaramaba en sus piernas, acomodándose en su regazo, y con su tierna voz infantil le decía: “Mami, ¿me lo puedes leer por favor?”. María, sonreía y con un libro entre las manos  comenzaba la lectura de ese cuento infantil.

Después de la primera frase, su pequeña, continuaba repitiendo la historia, simulando leerla. Al terminar el texto de cada página, la niña pasaba con delicadeza cada hoja, ante la mirada atenta de su madre. Así, noche a noche llegaba el fin del día para ambas.  

martes, 9 de julio de 2013

La estacada

Si no hubiera sido porque me encontraba ahí, mi suegra no lo hubiera contado. Si tan siquiera me hubiera dado las gracias, pero no, ¡la indina hasta me echo la culpa!. Dijo que yo había dejado abierto el portón. Después de tantos problemas, hubiera sido mejor que yo no hubiera hecho nada, tantos disgustos que me hubiera ahorrado. Mi Pancho, nunca se hubiera enojado conmigo por culpa de su ma’, pero esta doña Petra, era mala como carne de puerco.
Ahora comadre que te cuente cómo paso todo, me vas a decir y con razón, que fui tonta, al salvarla, pero entonces era yo una joven de 15 años, y mi pancho tenía 15 también, estábamos recién juntados, y yo no la conocía.
-Se bien que eso no es pretexto, la mala leche se le veía de lejos, pero era mi suegra y mi Pancho la quería, era su madre.
-Sí, ya sé que sería mejor que no tuviera madre, pero sí la tiene y pus que se le va a hacer.
- ¡Hay comadre! fue en la época de la revolución, cuando a todo Xochimilco llegaban los zapatistas, Villa y Zapata se habían encontrado en el merito Hotel de Xochimilco. Nosotros vivíamos de arrimados en la casa de mi suegra, acababa de nacer mi Domingo, si lo traía de brazos.
Estaba yo recién parida, pero mi suegra no me dejaba levantar hasta que terminaba  de tortear los dos cuartillos de maíz.
-Si comadre, ya sé que me trataba peor que sirvienta, que nunca me quiso, yo lo sé, pero ya ve, ni con sus malas artes logro que mi Pancho me dejara, mejor compramos el terrenito junto al suyo, y nos separamos.
- Ahora ya no me hace la vida de cuadritos a mí, sino a mi comadre Lupita, ¡santa mujer! 
- Si comadre, si, hasta a ella le hubiera evitado este suplicio de vivir con Manuel, entonces  Manuel no hubiera nacido.
- ¿Cómo? ¿No lo sabe? Todo esto fue antes de que sus hijos más chicos nacieran.
- Si comadre, ¡no coma ansias!, se lo voy a contar todo, siéntese uste, porque me voy a tardar un buen rato.
Era allá por el año de 1914, por el mes de junio, mi Domingo tenía quince días de nacido, y yo estaba en la cocina, junto al tlacuil, echando las gordas en el comal. Mi Pancho se había ido a Tlapechicalli, a cuidar la siembra, yo tenía que terminar de tortear, para después ir a dejarla a la chinampa el taco.
Mi suegra como siempre, andaba de un lado a otro, bien emperifollada, a sus casi treinta y soa años, todos los días se tardaba en hacer sus cosas pa’ arreglarse. Pa’ lo único que se acercaba al tlacuil era pa’ tomar tizne y ponerse en sus ojos, y en la siembra nunca debían faltar los betabeles, que no los usaba pa’ comer, no, si nomás los usaba pa’ ponerse sus chapas, si hubiese trabajado un poco, solititas le hubieran salido, pero la endina ¡era bien holgazana! Buena pa’ mandar, pero pa’ hacer era bien floja, pa’ eso estábamos sus dos nueras y sus hijas.
Su marido, el apa de mi Pancho se había ido con los alzados, con los villistas, y ellos se enteraron de que en esos cuatro años, mi suegra, sin tener quien le calentara el tapete, pus su marido se había ido a la bola, pus, ya se había mercado otra iscuincla, y ésta era igualita a su cuñado Guillerno, el marido de doña Fernanda, si la mocosa tenía la misma nariz aguileña del siñor y su voz, chillona, como sólo el siñor Guillermo podía tenerla, y pensar que don Simón le encargo su mujer a su cuñado, vaya que si la cuido, que hasta un hijo le hizo.
Ese día, mi suegra no fue la única a la que le echaron su visitadita, si hubo varias que fueron a dar a la plaza, donde habían rascado un hoyo bien grande y habían puesto los palos, bien picudos, si yo los divisé, con estos ojos que se han de comer los gusanos.
Si comadre, pus estaba yo echando mis gordas, cuando de pronto oyi en el patio muncho ruido, eran los zapatistas que habían entrado, y le preguntarón a Concha que estaba en el patio si la siñora Petra estaba, y ella, inocente, que después se echaba la culpa por haberles dicho que si estaba, les señaló la cocina de humo.
Entraron como cuatro hombres, así bien grandotes, y más que los vi, desde el suelo, que yo estaba arrodillada echando torteando, y me dijeron: 
-Tu eres Petra- 
Yo les dije:
 -No, es mi suegra, y se voltearon a verla y le dijeron: 
- ¡Ora si pinche puta! ¡ya te llevo el diablo!, y la tomaron por sus brazos y ella empezó a gritar.
 -Dejenme cabrones, se meten con mujeres solas, si estuviera mi marido, esto no sucedería.
-¡No pinche puta!, si estuviera tu marido, tu no tendrías otra hija, igualita a tu cuñado, ¿sabes que le hacemos a las putas? 
Y cuando esto dijeron, yo me puse a temblar, si todos sabemos que a las putas las empalan, mesmamente así se lo dijeron.
-Te gusta mucho esto –y el que hablaba se tomo su miembro- te gustan mucho los palos, que hasta con el palo de tu cuñado te metiste, pus a las putas las empalamos, y eso es lo que te va a pasar.
Cuando eso le dijeron, yo, como pude me metí entre las piernas de esos hombres, y me salí del jacal, y corrí, y corrí a buscar a mi Pancho, él junto con su hermano el Chicho, se jueron corriendo con lo que tenían a la mano, sus coas, sus palas, y por la calle, les gritaron a los vecinos, ayúdennos que nos matan a nuestra madre.
Cuando llegamos de vuelta a la casa, ya llevaban a mi suegra a rastras, casi llegaban a la calle, pero ahí, mi Pancho y el Chicho, se envalentonaron y les dijeron:
-Nuestra madre no está sola, si se la quieren matar, ¡primero nos matan a nosotros!
Que les dices a unos muchachitos de 15 y 14 años, que iban acompañados de todos los vecinos, puros jovencitos, que los mayores se habían ido con los pelones. Al verlos así, uno de los zapatistas les dijo a los otros: 
-Deja a la vieja, a poco vas a matar a estos muchachitos, por lo menos tienen pantalones pa’ defender a su madre, ya su marido se encargará de ajusticiarla cuando regrese.
Y los zapatistas se jueron, dejaron a mi suegra bien muina con todos nosotros.
Todos sabíamos que Guillerma era hija de don Guillermo, su misma cara, su misma voz, pero ni quien le dijera nada a mi suegra, su hermana Doña Fernanda era una santa, y pus su marido, no más se quito las ganas. Nunca le volvió a hacer caso a mi suegra, y menos cuando de entero que al siñor Simón lo mataron en la bola, y nunca se supo quien fue.

Así paso, por un pelito y empalan a mi suegra, como empalaron a otras, si, así comadre, así es como se hacía justicia en esos días, empalaban a las adulteras, y eso si, mi suegra, esa si fue bien adúltera.

Para Marellia que llora triste

Perdido entre mil comentarios
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...

Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.

Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.

Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.

2.- Jálate pa'l monte (María)


En esos años, Xochimilco era un desbarajuste, como lo era todo el país, había grupos armados en todas partes, y aquí, aquí era frecuente que llegaran los zapatistas, no en balde, Zapata y Villa se reunieron en Xochimilco para platicar.
Me acuerdo muy bien, de todo lo que sucedió, mi padre entró en la casa muy asustado, y llamo a mi madre:
-Margarita, corre mujer y trae a las niñas para dentro.
Mi madre enseguida nos grito: María, Margarita, Lupita, nos llama su padre, todas dejamos lo que estábamos haciendo y fuimos a la sala inmediatamente.
Al entrar mi padre se levantó enseguida del asiento, y se acercó a nosotras: Nos vio, nos recorrió con su mirada y le dijo a mi madre, hay mujer, ¿no sé qué hacer?, en unas dos o tres horas cuando más, llegan los zapatistas, y esta niña –le dijo dirigiendo su mirada hacia mi- ya es toda una señorita y corre peligro, así que tenemos que hacer algo.
Se me acerco y me abrazo delicadamente y me dijo: Mi dulce María, ya eres toda una mujercita, eres una flor que cualquiera querrá arrancar -acariciándome mi larga trenza le dijo a mi madre:
-Tienes que cortarle el cabello, trae ropa de Otilio -refiríendose a uno de mis hermanos- y que se vista como él, las voy a llevar pa’l monte, a ella y a las niñas. ¡No vamos a correr riesgos!
-Pero padre –le dije- ¿Por qué han de cortar mi cabello?
-Es por tu bien mi niña, has oído hablar de los zapatistas, hasta este momento nunca han llegado hasta el pueblo, pero las cosas ya están muy feas, y me han dicho, que hoy si entran aquí a San Lucas, así que todo el pueblo va a esconder a las mujeres jóvenes y bonitas, porque dicen que entran a los pueblos y se roban a las jovencitas, las violentan, las desfloran, se las llevan, y si se cansan las matan o las tiran por ahí, yo no quiero nada de eso para ustedes.
-Pero mis hermanas son una niñas, dije refiriéndome a mis hermans de 7 y 6 años.
Así es, pero no voy a correr el riesgo, todas se van contigo. A ti te vestimos de hombre, y así, un jovencito imberbe cuidando a sus dos hermanitas, será motivo suficiente para que no te lleve la leva, en caso de que ¡Dios no lo quiera! las encuentren, no les harán nada.
Mi madre con lágrimas en los ojos, fue hacia su costurero, y tomando una tijeras se acerco a mí, y poco a poco corto mi larga trenza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el cabello era lo que más le gustaba de mi a José Guadalupe, el hermano de la esposa de  mi hermano Otilio, su mejor amigo, a quien yo veía como mi amor imposible, porque era 20 años mayor que yo. En ese momento recordé las palabras que  él me decía cuando me veía con el cabello suelto:
-María, pronto serás la mujercita más linda del pueblo, tu cabello es tan negro como la noche, como mi caballo –Lo que me hacia ruborizar- Tus mejillas parecen rosas y son suaves como el terciopelo, quien tuviera tu edad.
Pensando en ello, las lágrimas no dejaban de correr por mi rostro.
Mi madre me dijo:
-No llores, ya volverá a crecer.
En menos de cinco minutos, mi cabeza tenía el cabello tan corto como el de mis hermanos.
Mi madre entonces me hizo señas para que le acompañara a la recámara- Ya en ésta, me dijo, vas a tener que desnudarte, y tomando mis enaguas, las rasgo e hizo unas tiras largas y delgadas, entonces me dijo:
-Quítate la camisa.
Yo, me quite la camisa, roja de vergüenza, pues mi madre hacía mucho que no me veía desnuda, solo atine  a tapar mi busto con las manos.
Mi madre con lágrimas en los ojos me dijo:
Eres tan linda como una flor hija de mi alma, no debes avergonzarte, sube los brazos –me ordenó-.
Entonces con gran delicadeza comenzó a vendar y apretar mis senos para tratar de que pareciera yo un jovencito.
-No te debes quitar las vendas, y si encuentras a alguien que no conozcas, no alces la vista, si ven esos hermosos ojos verdes, se darán cuenta de que no eres un muchacho.
Mi madre terminó de vendarme y me dio ropa de mi hermano, me puse sus pantalones, camiseta, camisa y me puse sus botas.
-Madre –le dije- me quedan muy grandes las botas y no podré caminar.
Mis hermanas, en ese momento se asomaban en la recámara y les dijo:
-Traigan algo del algodón que está en el botiquín.
Lupita salió corriendo, y en un instante estaba de regreso con el algodón.
-Anda, sácate las botas – me dijo mi madre, y dándome el algodón me indicó que rellenara las botas con él-
Mientras tanto, les dijo a mis hermanas que se pudieran sus vestidos más viejos y sus abrigos.
Ya vestida como jovencito me ordenó:
-Vamos a la cocina, ahí, me indicó que manchara mi cara con el tizne del fogón, y así, ya sucia y vestida me dijo:
-Vamos con tu papá.
Al llegar a la sala, mi padre ya no se encontraba solo, estaba Otilio, mi hermano con su mujer, que estaba esperando a su primer hijo, y le faltaban uno o dos meses para parir. Al verme sonrió y comentó:
-María, nadie te va a reconocer, si pareces un muchachito, y mis hermanitas parecen una mococitas, no las señoritas hermosas que son.
Yo pregunte:
-¿A dónde vamos a ir?
Te acuerdas del jacal que está en Tepehuizco –refiriéndose a un terreno que tenía en el monte, muy lejos del pueblo-
-Si papá, pero cómo vamos a llegar?
En ese momento, entro a la sala de la casa Guadalupe, el cuñado de mi hermano.
-¿De dónde salió este jovencito? Me dijo, iluminando su rostro con una sonrisa.
-¿No me reconoce usted? -le dije- Mirándole con mis ojos llenitos de amor.
Mi padre en ese momento interrumpió, no hay tiempo para charlas, en este momento te jalas para el monte, José Guadalupe las va a llevar a ti y a las niñas, se van a ir en los caballos y se van a llevar a uno de los asnos, ya ahí, José Guadalupe les va a dejar bien escondidas e instaladas y sólo se van a quedar con el asno, todas adentro del jacal, adentro de éste hay un hoyo bien disimulado, si llegar a oír que alguien se acerca, las cuatro se van a meter en él. Deben aparentar que el jacal está abandonado, mucho cuidado, no hagan ruido, escondan al burro entre la milpa, ¿me entendieron bien? –nos dijo mi padre- Si alguien las llega a ver, trata de imitar la voz de tu hermano Andrés, y el tonillo de las personas que no saben leer ni escribir, no te vayan a delatar tus modales –me dijo mi padre preocupado-
Todas asentimos.
Mi madre con lágrimas en los ojos, comenzó a darnos la bendición a cada una de nosotras, mi padre hizo lo propio.
La mujer de Otilio lloraba, y me decía:
-Cuídate mucho María y cuida a tus hermanas, sean prudentes, que Dios las proteja.
Los caballos estaban ensillados, el burro amarrado detrás de ellos. Monte en un caballo con Lupita agarrada atrás de mi,  José Guadalupe se subió en ancas a Margarita.
Así, mis hermanas con lágrimas en los ojos, agitaron sus manitas y se despidieron de mis padres,  mi hermano y  Magdalena, mi cuñada.
Yo trataba de hacerme la fuerte, sólo oí como mi padre le  decía a José Guadalupe: Jálate para el monte, déjalas seguras y de regreso borra todas las huellas, jálate para el monte y deja ahí a mi mayor tesoro: mis hijas. Dios las cuide, pronto iremos por ustedes.- Su voz, entonces se quebró y el llanto de mi madre inundó el silencio.

Así fue como ese día 3 de diciembre del 1914 huí para el monte para salvar mi vida, mi honra y la de mis hermanitas. 


1.- El pastor.

1.- El pastor.
Quien me lo iba a decir, que este  día dejaría honda huella en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como era mi obligación.
Ese día tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l  calor.
Todo eso me lo eche, con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela, blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer. Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré, que mi animal favorito, ese, ese  era Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y no lo podía evitar, era el líder de mi  hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando  “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo, mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja, el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba  hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza que me metería  se me puso la piel de gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me iba a escapar.
Entonces el miedo pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir, temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas. De repente, mis narices  percibieron un olor riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa, una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había dos personas,  en una esquina un tlecuil, donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me decían:
-¿Tu quién eres muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y  trate de alejarme-
-Onde se ha visto que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ – tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la vista.
- ¿Cómo te llamas muchacho?
-Silvestre, pa’ servir a Dios y a uste’.
-Ella es Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho? ¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor, apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde vienes llegando?
-Pus de mi pueblo
-¿Y onde es tu pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre, déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho, me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de tu casa muchacho.
-No, a esta hora mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre sollozos.
-Pus que hiciste muchacho.
Entonces, tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón, yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.

Así fue que de Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi terruño natal.

Raíces

Desde niña aprendí a amar a los libros, las historias que en ellos encontraba, las hacía mías, yo era la protagonista, mi imaginación me permitía ser polifacética, igual la heroína, que la bruja malvada. Mediante éstos he viajado y conocido personas, costumbres, ciudades. Los libros han sido mis compañeros en los momentos más tristes y más alegres de mi vida.
Hoy recuerdo aún mi primer intento de escribir un cuento a los 5 o 6 años de edad, mi mente ha bloqueado el recuerdo exacto, se que fue cruel, yo estaba ilusionada y muy contenta por mi logro, pero no pudo ser.
Desde ese día, me prometí que algún día escribiría. Por azares del destino elegí estudiar derecho, haciendo a un lado mi deseo de estudiar Ciencias de la Comunicación o Lengua y literatura hispanoamericanas, y  dejando para más tarde mi afición por la escritura. Han pasado muchos años desde que realicé esa elección, y aún cuando en distintas etapas de mi vida he escrito, estos textos jamás han llegado a ver la luz, periódicamente he destruido estos manuscritos, quizás aguijoneada aún por la duda sobre mi capacidad como escritora. Hoy, debo darme esa oportunidad que he venido relegando desde que tenía 5 años, este compás de espera ya ha sido demasiado largo.
Hoy quiero ser la protagonista, no de la historia, pero sí de la autoría de las letras. Me lo debo, se lo debo a esa niña que sufrió la angustia de la mofa y el sarcasmo de una mujer   mayor, por la que de cuajo corto su sueño de ser escritora. Hoy, ya no me importa recordar los hechos acontecidos con exactitud, ni el nombre de esa persona; hoy quiero revivir esas historias, que forman parte de mi pasado,  y que aún cuando no son mías, son historias de vida de mis ancestros, de mis raíces, de mis orígenes. Si estas historias no se hubieren dado como en su momento sucedieron, yo no sería la persona que ahora soy, tal vez ni siquiera existiría porque yo no habría nacido.
De una u otra manera en estas anécdotas se ven siempre mujeres involucradas, pueden ser las buenas o las malvadas, eso no es importante, lo importante es que su presencia, su actuar, hicieron que estos relatos tengan en mi vida una importancia tal, que han quedadas grabadas en mi memoria, y ahora las quiero compartir. Chuscas o dramáticas, son parte de mi historia, dejaron huella en mí y trascendieron en mi formación, me hicieron ser el ser humano que soy.

“El pastor”, es la historia de mi bisabuelo, el por qué llega al Distrito federal, desde su natal Morelia, en el siglo XXIX. “Jálate para el monte”, es una anécdota de la revolución en la que se ve involucrada mi abuela materna. “La estacada” narra la forma milagrosa como mi abuela paterna se salvo de morir en la revolución. “Tienes hambre…” es una historia en la infancia de mi padre. En “La justiciera” hablo nuevamente de mi abuela paterna. En “La última visita…” narro un incidente que sucedió entre mi abuelo materno y mi abuela paterna, “Se me sale el corazón…”, es una de tantas anécdotas de mi infancia. “El chipiturco” narro mi primer intento fallido por escribir, siendo una niña; “La mesa de tres patas”, es una historia sucedida en donde se involucra la muerte de mi padre; en “La esposa del león…” evoca hechos en los que jamás debí verme involucrada y los cuáles dieron origen a una pérdida terrible en mi vida y finalmente “Camina para papi” es la historia con un amigo que me anima a seguir y me hace sonreír.

lunes, 8 de julio de 2013

Sola

Un día de trabajo esta por acabar. Con placer por una jornada fructífera, deslizo los dedos sobre el teclado de la computadora, agradecida por un día más. Me preparó para apagar mi ordenador, y en el ínterin preparo mi bolsa. Afuera la lluvia de advierte que debo tomar un impermeable y un paraguas. Apurada como estoy me sorprende el timbre del teléfono. Observo la pantalla y su nombre me remonta a tiempos mejores, en esos que me sentí amada, deseada... Contesto.
- Buenas noches
- Hola, ¿qué milagro? ¿Como has estado?
- Bien -responde su voz varonil y profunda- Tú, ¿cómo estas?
- No tan bien como tú -mi respuesta favorita, sale de mi boca sin pensarlo-
- ¿Cómo sabes que estoy bien?
- De lo contrario tendría noticias de ti por algún otro medio...
- ¡Te extraño!
No puedo remediarlo y una carcajada sale de mi garganta.
-¿Por qué te ríes?
- No te parece que para extrañarme tanto, resulta paradójico que no te comuniques conmigo, que no me busques.
- Te hable el viernes y jamás me devolviste la llamada.
- Discúlpame, cuando me di cuenta de una llamada perdida tuya, era bastante tarde. Pero... no volviste a llamarme.
-Quería invitarte a comer
- ¡Mmmmhhh! ¿Quería? ¿Pero ya no quisiste o no quieres?
- ¡Olvídalo! ¡Te extraño mucho!, ¡te amo!
- ¡Ya! y ¿dónde estas?
- Voy hacia mi casa
- Quiero verte
- ¿Cuando? ¿Ahora?
- No, ahora no puedo, pero mañana, tal vez, ¿podrías?
- Yo puedo siempre, pero el problema no soy yo ¿lo recuerdas?
- ¿Por qué no me hablas?
- Será porque prefiero evitarme y evitarte problemas.
- No entiendo
- Es mejor así.¡Salúdame a tu esposa!
Él corta la llamada.
Katia con una sonrisa triste termina su ritual de oficina y sale a la calle, el anonimato y la soledad entre la muchedumbre la rodean. Con paso apresurado, siente como los brazos de la luna la rodean y le acompañan en su camino. Sola, siempre sola, se dirige hacia su casa.

En el Emir.

Hoy, después de más de cuatro años, como hacía muchos días lluviosos y soleados no sucedía, volvimos a tomar un café juntos.
Se bien que la rutina, el trabajo y tus múltiples compromisos sociales nos han alejado, al igual que mi retraimiento y ostracismo. Pero por alguna razón que de cierto, no se precisar, después de comprar los cartuchos de repuesto para la impresora de la oficina, de pronto, como si fuera magia apareció frente a nuestros pasos esa cafetería.
Al verla, mi estómago comenzó a gruñir, pues el aroma del café recién tostado impregnaba toda la calle, tuve la impresión de que a ti te sucedía lo mismo y con esa sonrisa tan característica que siempre ilumina tu cara, cuando surge alguna idea brillante en tu mente me dijiste: ¿Entramos?
Yo, no pude dejar de ilusionarme y pensar: “¡Sigue adivinando mis deseos!” y lo único que pude hacer fue asentir.
Así que en menos de cinco minutos nos encontrábamos sentadas como antaño ante dos tazas de café, acompañadas de un pastel y un strudel.
Tu hablaste sin parar, haciéndome notar una hermosa fotografía que adornaba el lugar así como la leyenda que escrita en la pared explicaba el origen del “café tostado”, yo simplemente te escuchaba embelesada.
En el pasado hubiera sido yo quien llevara el hilo de la conversación, pero las cosas han cambiado tanto, ya no soy aquella chica sociable que era el centro de atención, la tristeza y la melancolía han tornado mi personalidad, volviéndome retraída, reservada. Sin embargo, hoy, escuchando tus historias, tus ocurrencias, volví a sonreír y me di cuenta, por enésima ocasión de por qué me enamore de ti.
Me enamoré de tu sonrisa inocente, casi angelical; de tu mirada sincera, sencilla, directa; de tu simpatía al contar historias para agradar a las personas y sobre todo, me enamoré de tu alma blanca y de tu enorme corazón.
Por un instante, un breve momento, estuve a punto de decirte dos palabras: “te amo”. Mi mirada se llenó de ti, mi corazón volvió a latir de esa manera desbocada, de esa forma que sólo tú provocas. Pero afortunadamente para mí y para mi dignidad me mantuve callada y brevemente, mis ojos se perdieron en el infinito de mi corazón.
De repente, tú: callaste; al percatarme de tu silencio pregunte: ¿Pasa algo?
Respondiste rápidamente: ¿Eso es lo que yo pregunto? ¿Qué te pasa?
-        ¿A mí?, ¡nada!
Y seguiste con tus bromas e historias llenas de fantasía e ilusión. Yo disimulé mi tristeza y aflicción, pero sobre todo, oculte en lo más hondo de mi corazón este inmenso amor.
Charlamos un buen rato, tu alegría me iluminó y me brindó ese calor que tanta falta me hace, el café, se deslizaba por mi garganta, paliando el frio en que quería envolver mi corazón para evitar seguir amando.
De pronto, miraste el reloj y al percatarte de que el tiempo inexorable había pasado inadvertidamente para ambos, me dijiste: ¿Nos vamos?
Yo asentí, simulando una sonrisa: ¡Por supuesto, tenemos trabajo!

Ambos nos dirigimos hacia la oficina a seguir nuestra rutina, tú cada vez más alegre al ver las manecillas del reloj acercarse al momento de ir a los brazos de ella. Yo, ordenándole a mi mente trabajar, no pensar en ti, y suplicándole a mi corazón que te olvide para evitar que mi alma muera de dolor.

No creo...

Han sido días y noches
luchando sin descansar
tratando de olvidar,
de no soñar,
de no sentir.

Extraño tanto de ti,
extraño tanto de mi,
de lo que fuimos,
de eso que colmo mi vida,
tu vida,
de eso que lleno de júbilo
mis noches,
tus días.
De ese tiempo añorado en que me diste tanto
en que te di yo todo
sin que existiera ni un roce de nuestros labios,
sin una palabra de amor
nos amábamos...
nos complementábamos...
siempre,
nos complementábamos... tanto.

¿Por qué?
¿Por qué no adivine?
¿Por qué si lo sabías?
Incapaz fuiste de abrirme los ojos.
Tuve todo de ti, sin yo saberlo,
y hoy, aún cuando estas conmigo,
ya nada tengo.

¿Por qué no luchaste?
¿Por qué no me enfrentaste con esta realidad tan clara?
con esta realidad
que en mi ceguera no pude observar.
¿Por qué me abandonaste? Aún cuando estas aquí.

No sé por te quedas,
no sé por que me quedó,
a fuerza de quererte,
a fuerza de adorarte,
me muero,
me convierto
en algo que no quiero,
me pierdo en el desierto,
me pierdo entre la gente,
me ven, pero no soy yo,
¿que soy?
yo no lo entiendo,
no lo sé,
no lo siento,
no soy quien fui un día .

Soy un ser sin aliento,
mi esencia se perdió,
agónica y errante
me pierdo,
no me encuentro,
soy solo un fantasma
un muerto que camina
sin rumbo por el mundo,
buscando entre la gente,
su pobre corazón.


Si el corazón  es músculo
pregunto entonces ¿por qué tanto dolor?
¡No existe explicación!

Este olvido tuyo
que laceró mi orgullo
que desgarró mi ánimo,
que quebrantó  mi espíritu,
mató toda esperanza,
no quiero,
no puedo más seguir
luchando,
ya no más.

¿Te extraño?
Tanto, tanto
que a veces de extrañarte
mi asombro es tan enorme,
que olvido mi nombre,
que olvido tu nombre,
y sólo me pregunto
¿de verdad le he amado?
¿Acaso a mi me amo?
Solo hay una respuesta
No creo que eso haya sido por su parte amor...



viernes, 5 de julio de 2013

Bajo la cama

¡Basta!, ¡no soy un bebé!
Y volviéndose hacia la pared dio la espalda a su madre. Ésta con una sonrisa, entre complacida y cómplice, salió de la recámara apagando la luz, sin darle un beso de buenas noches. 
Carlos cumplía hoy cinco años. Ya era un niño mayor. Como regaló pidió a sus padres una cama nueva, sin barandales, y éstos lo habían complacido. Su madre intentó arroparlo, por eso se había enojado. 
Ahora sólo en su recámara, abrió los ojos. La lámpara estaba apagada. La oscuridad lo esperaba. El niño intentó acostumbrarse a ésta. No veía nada más allá de sus narinas. Su cuarto no tenía ventana. Lo poco que distinguía era distinto a lo que él recordaba. Se dijo a sí mismo: “Es el cambio de los muebles”.
Escuchó un ruido que lo hizo incorporarse. Sus manos comenzaron a sudar. De golpe se acostó en la cama y se tapó con las sábanas hasta la cabeza. El ruido se hacía más claro: “tac, tac, tac…” Parecía como si alguien caminara dentro de su cuarto. Tomó la ropa de cama con las manos lo más fuerte posible. Sus nudillos comenzaron a ponerse blancos. Escondido el niño repetía para sí: “No hay nada, ¡se valiente, quítate las sábanas de la cabeza!”, pero su corazón latía cada vez más fuerte. El sonido de éste no servía para acallar los pasos, que cada vez sonaban más cerca y claros. Su piel comenzó a ponerse chinita y sus dientes castañeaban.
Sintió como alguien tomaba las sábanas al pié de la cama. Carlos estuvo a punto de chillar y sujetó éstas con más fuerza, no permitiría que se las quitaran. Después de unos cuantos segundos, escuchó un suspiro y las soltaron. Percibió que arrastraban algo muy pesado bajo su lecho. Unas lágrimas asomaron a sus ojos, el terror se apoderó del niño. Comenzó a rezar en la forma que su madre le había enseñado. Volvieron a sujetar las sábanas, ahora a un costado de él, sintió un aliento fétido y frío sobre su nuca…No pudo más, un grito salió de su garganta: ¡Ah!
Su madre llegó corriendo y prendió la luz: 
— Carlos, ¡despierta!, estas soñando.
El niño se destapó. Su mamá lo consoló: “¿Qué pasa?
Él no habló, con los ojos buscó por toda la habitación: “Había alguien en el cuarto” -manifestó.
La señora comprensiva le dijo: “No hay nada” y abriendo las puertas del closet le mostró que sólo estaba su ropa. 
“¡Bajo la cama mamá!, ¡bajo la cama!”
Ella se agachó: “Tampoco hay nada”. “Ve tu mismo” y lo invitó a bajar y asomarse por debajo del colchón, Carlos así lo hizo. No había nada. 
— “¡Vamos, vuelve a acostarte!”, el niño subió y ella lo arropó, apagó la luz y prendió la lámpara de noche. “Duerme, me quedaré un rato”. El cerró los ojos, tomando su mano.
Al día siguiente Carlos desayunaba en la cocina con sus padres y su hermano. Su progenitora le pregunto: “¿Dormiste bien?” 
— Si, gracias.
— ¿Qué pasó?, preguntó su hermano adolescente.
— Tu hermano tuvo una pesadilla, nada de importancia.
Carlos observó que Roberto palidecía y se quedaba callado.
A media tarde, cuando éste regresó de jugar, el niño le preguntó:
— ¿Por qué te asustaste?
— ¡Yo nunca me asusto!
— ¿Entonces porque parecías veladora? Estabas blanco como la cera.
— ¿No puedo hablar, lo publicarías como periódico?
— ¿Parezco vieja chismosa?
— ¡Prométeme que no lo contarás!
— Prometido, será un secreto entre los dos.
— Confiaré en ti. Cuando yo era un chiquillo, tu cuarto era mi recámara, eso fue antes que nacieras.
— ¡No lo sabía! -le interrumpió.
— Les pedí que me cambiaran de cuarto, porque en las noches escuchaba pasos, y trataban de quitarme las sábanas.
— ¡Estás loco! -afirmó Carlos.
— No, yo las sujetaba muy fuerte, pero cada noche regresaban, hasta que un día se las llevaron.
— ¡Patrañas! Esos son cuentos tuyos.
— ¡Jamás te mentiría!
— ¡Quieres asustarme!
— No, lo peor fue que a la noche siguiente, me tomaron por los pies y comenzaron a jalarme, yo me resistí. Me sujeté con todas mis fuerzas a la cabecera. Eran unas manos frías. Esa noche me dejaron muchos arañazos en la piel. Mamá pensó que me los hice jugando.
— Piensas que soy un bebé, pero no me vas a asustar.
— No, soy incapaz, ¿dime?, ¿te ha pasado algo?
— ¡Claro que no!, ¡estas chiflado!
— ¡Cuéntame!, por favor.
— No ha pasado nada, pareces una niñita de parvulario –y diciendo lo anterior Carlos se marchó.
Esa noche el niño permitió que su madre lo arropara, y se quedó dormido enseguida.
Al día siguiente su madre mando a su hermano a buscarlo, pues era tarde y el chiquillo no se había despertado. Roberto fue a su recámara, pero la cama estaba vacía, las sábanas yacían hechas jirones. 
¡Mamá! –grito aterrado.
La señora corrió hacia la recámara del pequeño, en donde su hermano temblaba y lloraba diciendo: ¡Debí haberlo dicho!, ¡debí haberlo dicho!, ¡mi hermanito!
— ¿Dónde está tu hermano?-gritó la señora.
Roberto con la mirada perdida sólo decía: “¡Se lo llevaron!, ¡se lo llevaron!”.
La policía llegó unas horas más tarde. No había huellas de que hubieran forzado las cerraduras de puertas o ventanas, sólo encontraron unas sábanas hechas guiñapos, cual si las hubieran hecho trizas con garras y dientes. Al análisis criminalístico, no había huellas de saliva o sangre. Ningún indicio. No había explicación lógica para la desaparición del pequeño.
Roberto sedado dormía en su habitación, así lo mantuvieron por tres días, al cuarto, su madre destrozada contempló como abría los ojos y se ponía a temblar. Ella lo abrazó, no quería perder al único hijo que le quedaba. El jovencito le pidió que lo dejara ir a la habitación de su hermano. La señora renuente accedió. Al llegar allí, lo primero que hizo fue agacharse debajo de la cama y meterse. La ropa de ésta lo ocultó. Pasaron unos segundos. La señora escucho como si rascaran con las uñas y después un grito. Al ver que el chico no salía se agacho también, su hijo había desaparecido, sobre la duela unos rasguños de unas garras enormes, y entre los tablones unos cuantos jirones de la camisa de su hijo, y el sonido de unos pasos “tac, tac, tac” que se alejaban hacia lo más profundo, siempre debajo de la cama…

Un sueño

El llanto de su hermano más pequeño le hizo despertar sobresaltado, no podía evitarlo, apenas tenía 5 años, pero trataba de ayudar a su madre en todo lo posible, así se lo había prometido a sí mismo a tan temprana edad, cuando comprendió las responsabilidades que tenía como hijo y  hermano mayor. 
Su hermano seguía llorando y eso hizo que se espabilara, saltó de su catre y salió corriendo para ir por el pan, que les regalaba todos los días el dueño de la tienda que se encontraba a dos jacalones del que habitaba con su familia en esa zona marginada. Esta era la primera tarea que tenía que realizar. El frío de la mañana le hizo reparar al entrar al tendejón, en que por las prisas no se había puesto el calzón que por la noche se había quitado, pues sufría de enuresis, provocada por el temor constante de que su padre maltratara a su madre o a sus hermanos. Su rostro se torno escarlata, y Don Víctor, el comerciante, viendo el bochorno del pequeño, le tendió la bolsa con la comida y le indicó con la cabeza que corriera a su casa, el pequeño no necesitó nada más, salió precipitadamente hacia su hogar.
El tiempo pasaba, su padre decidió irse a una ciudad más grande, pues la progenie había crecido. Mike tenía nueve años, a esa edad llego a la Ciudad de México; por primera vez, junto con dos de sus hermanos comenzó a ir a la escuela, en un turno vespertino. Las necesidades de la familia iban en aumento, con cuatro hermanos y uno más por nacer, al observar que había muchas personas en esa urbe, le pidió a su madre que le comprara una caja de chicles para vender, más tarde descubrió el comercio de periódico. Todos los días muy de mañana iba por las calles vendiendo y se prohibía regresar hasta no terminar su mercancía. En ocasiones en el aula de clases, los ojos comenzaban a cerrarse por el cansancio, pero su ansia de poder leer libros se imponía, él quería ser más y mejor cada día. 
Su trabajo era importante para la familia, con sus ganancias, un día compraban comida, en otras ocasiones, después de juntar el producto de sus ventas Mike podía ver como alguno de sus  hermanos estrenaba zapatos nuevos, la sonrisa en la cara de ellos le hacía sentirse inmensamente feliz. 
Los años pasaban, y pronto llegó el momento de elegir una profesión. Ingeniería, Física, carreras disímbolas para cada hermano y Mike, eligió una carrera acorde con sus ideales: Derecho. Siempre buscando un trabajo que le permitiera combinar los estudios y el deber. 
Cuando llego a quinto semestre consiguió un empleo administrativo en una Secretaría de estado. Afortunadamente su padre había conseguido establecer un negocio propio, así que su rutina ahora se encontraba completa: Su trabajo, la escuela y por las noches a la par que estudiar, ayudar en el negocio. Sin embargo, un buen día, se dio cuenta que quería hacer algo para sí, y recordó que gozaba sentir el aire en el rostro cuando corría, en esa forma sentía la libertad. Sus hábitos cambiaron, su jornada se amplió, el agotamiento también,  pero ahora él era feliz.
Un buen día, corriendo conoció a la mujer que le regaló lo más preciado en la vida: Un hijo. 
Sus obligaciones seguían, aumentaban: sus hermanos, sus padres, su hijo, su mujer, nunca el cansancio se asomó a sus ojos, la felicidad lo llenaba todo. Pronto se encontró corriendo maratones, no sólo en su Ciudad, también en el extranjero, sus triunfos comenzaban, cosechaba los primeros frutos de su dedicación y trabajo.  La vida, siempre inclemente le privó cruelmente del amor de su mujer, sus caminos se separaron, pero su trabajo, su familia y su hijo le salvaron. 
Se fue adentrando más y más en el mundo del derecho, apasionándose de él, en compañía de un maestro y compañero con el que compartían esa vehemencia. Sin embargo, ambos dejaron de lado algo importante, un título, que avalara la sapiencia que con los años adquirieron.
La oportunidad se presentó, y a casi treinta años de haber egresado de su escuela, logró la inscripción anhelada en un diplomado para obtener el título y la cédula que tanto deseaba. Olaf, el compañero de batallas, por problemas inesperados no pudo inscribirse. Mike, lo observaba, añorando una oportunidad que esperaba pronto volviera a darse.
Un buen día, dejó a Olaf, esperando al dueño del local en el que tenían su oficina. Al regresar, lo encontró con un problema terrible de salud. Mike, desesperado hizo hasta lo imposible por conseguir que se le diera la mejor atención, pero desgraciadamente se habían perdido minutos preciosos, y aún ante los esfuerzos más denodados de los médicos, vio como la vida se escapaba de su cuerpo, sólo la esperanza de despedirse de sus hijos, mantenía su corazón latiendo. Cuando éstos llegaron, su vida se apago, cómo se apagan al amanecer los luceros.
La tristeza le embargo, inundando su corazón y alma. Como hombre de principios inmutables, hasta el último momento, le cumplió a Olaf. Nunca hubo amigo mejor, todo lo que pudo hacer por él y su familia fue hecho, y finalmente, en la figura de su hijo, abogado principiante, siguió cumpliendo el deber que su honor le imponía, orientándolo, enseñándole, retribuyendo con creces lo que a él le habían obsequiado, y todo lo que él tenía, lo que él sabía, lo que él era, se lo regalaba, generoso como siempre.
 Esto hizo que el trabajo se redoblara. A la par, continuó con su titulación, destacándose en el curso por sus intervenciones acertadas, incisivas, profesionales. Entregado por completo, de igual forma que a todo lo que él hacía.
El tiempo, corrió aprisa, el diplomado como un sueño se esfumó, dejando en su mente inquietudes y proyectos por dar un paso más, por seguir siempre adelante.
Finalmente, la utopía dejó de serlo. Uno de sus anhelos más grandes se realizaba. Rodeado de los compañeros de aventura, un 27 de junio, recibió  las flores de la amistad y el triunfo. A su lado, su hijo veía conmovido, como ese hombre fuerte  como un roble, tierno en lo profundo, bromista ante las contrariedades y valeroso en todo momento,  dejaba correr por sus mejillas lágrimas de felicidad y contento, demostrando que sólo los verdaderos hombres son capaces de llorar cuando se ha cumplido uno de sus más encarecidos sueños…