¿Esperar?
¿A Qué?
¿Que las rosas se desojen por completo?
¿Que el mar no vuelva a arrullarme más?
¿Que el viento no se deslice entre las ramas?
¿Que el sol no me regale más atardeceres?
¿Para que esperar?
Se bien que tu a mi no regresaras.
Tu amor murió,
lo olvidaste en los brazos de esa mujer,
¿Qué te dio?
¿No lo sé?
¿Será mejor que yo?
¡Tal vez!
¿Tendrá la luz en su mirada que el dolor me arrebató?
¿La risa que perdí con tu traición?
¿La alegría que llenaba mi corazón con tu amor?
¡No soy la misma!, ¡no!
Miles de lágrimas surcaron mi faz sin detenerse jamás,
no hubo un hombro amigo en el cual pudiera yo llorar,
nadie escuchó mi historia,
nadie sabrá jamás mi versión,
te has encargado de que yo sea la mala,
la que no comprendió,
la que no lucho,
la que nunca escuchó.
¡Tal vez tengas razón!
Jamás intuí que mientras yo vivía en un mundo irreal
¡de amor y fantasía! ¡jajajajaja!
Mientras yo te entregaba el alma y la vida,
tú solo recibías,
aquello que en tu mente creaste como tu realidad,
nada más alejado de la verdad.
Cuando finalmente la vida nos sorprendió,
aconsejado o no,
¡huiste!
como las ratas huyen del barco.
Contaste tu verdad a todos los que quisieron escuchar,
y hoy, esa verdad muy tuya,
¡amarga!
¡acaba con todo!
con todo eso que fue nuestra realidad.
http://youtu.be/zdj7Hebbiyw
Un misterio, un enigma, tristezas y alegría. Un poco de sal y pimienta en la vida. Algo erótico o ternura tal vez desmedida. ¿Qué podrán encontrar en mis letras...? La persona que soy, lo que es mi vida...
lunes, 29 de julio de 2013
¿Tienes hambre…?
Manuel era un
chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras
y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando
él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas
gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido
soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su
padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía
cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo
después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía
cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de
cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no
porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no
obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas
palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña
Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve
años.
Concha había dado
a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas.
Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que
trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había
estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que
eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las
madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la
tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo,
pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había
luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su
casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana
no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le
daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los
peones.
Al entrar en la
casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela
encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás
haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba
esperando –contesto Manuel.
- Y que me
esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la
cabeza como respuesta.
Concha se dirigió
hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la
habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando
que no había comido:
-¿Tienes hambre?
–y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a
acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la
misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los
ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le
decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes
en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por
respondón y desobediente.
Se acostó en su
petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al
día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.
domingo, 28 de julio de 2013
Una sonrisa
Tu sonrisa fue el mundo que conocía,
tus palabras el credo que yo seguía,
tus caricias la gloria que perseguía,
tus besos el cielo que merecía.
Todo cambio,
todo se fue,
la desventura a mi llegó,
dura es la vida,
¿me amaste un día?
tal vez fue cierto,
pero acabó.
He aguardado
cuanto he podido
pero la vida
esa, no espera.
Cuando te fuiste
pronto encontraste
otros lugares para gozar,
y yo en cambio,
sólo quería hacer al tiempo
retroceder.
El tiempo pasa,
la vida sigue,
aún te amo,
pero no puedo ya esperar.
Nuestros caminos
se han distanciado,
rumbos distintos
llevando están.
Lloro en silencio
te he perdido,
y eso nunca
remediaré.
Voy caminando
sola, muy sola
en compañía
de mi dolor,
pero si alguien hoy me sonríe,
yo le devuelvo con gran sosiego,
esa sonrisa,
desde el fondo del corazón.
Pues la sonrisa que se regala
nace del fondo de nuestras almas,
y trae alegría
al corazón.
Los espejos.
Hoy
sería su día de suerte. El detective Olivo, se levantó como de costumbre muy
temprano, salió a correr, en parte por el deseo de ejercitarse y en mayor grado
para verificar que la guardia estuviera atenta. Regresó a su departamento para asearse y vestirse, de
camino al trabajo compró su acostumbrado expreso cortado. A las ocho de la
mañana, como todos los días se encontraba en la oficina del Inspector Del Olmo, la secretaria de éste le
saludo y le indicó que lo estaba esperando. Olivo, ni tardo ni perezoso entró:
-Buenos
días
-¡No
sé qué tienen de buenos Olivo!, tengo al
Procurador y al Presidente
presionándome, además la prensa y la televisión no pierden momento para
resaltar que ya han asesinado a doce mujeres en “Los viveros”, le han puesto
como nombre al caso “Los espejos”: seis asesinatos semejantes. Nosotros aún
seguimos con varias líneas de investigación... ¡Aquí van a empezar a rodar
cabezas y la mía no será!, así que ¡espero tenga buenas noticias!
-Olivo
con su calma habitual le dijo- Hoy le tendré resultados, nunca le he fallado y
esta no será la excepción, ¡confíe, Jefe, confíe!
-
¡Estas advertido! ¡La primera cabeza será la tuya! ¡Retírate!
Olivo,
salió de la oficina y del sector. En la calle la detective Zúñiga, le esperaba.
¿Cómo
estuvo el vendaval?
-¡Apenas
y fue llovizna! ¡Vamos!, tenemos que cuidar todos los detalles, Juárez y
González nos avisarán si hubiera jaleo, debemos conectarnos para confirmar que todo va de acuerdo a lo
planeado.
Ambos
policías subieron a su auto avanzando por calles transitadas sin prender las
luces y la torreta. Pararon frente a una
boutique. Zúñiga se apeó del automóvil,
ingresando al local. Los minutos comenzaron a pasar, hasta convertirse en casi una
hora. Olivo, desde su vehículo observaba la gran cantidad de mujeres que
entraban y salían del establecimiento. La puerta de éste se abrió una vez más,
llamándole la atención, una mujer de piel apiñonada con una minifalda color negro
que atrajo las miradas de cuanto hombre pasaba en esos momentos por la calle. A
pesar de estar de servicio deseo perderse un rato con ella, pero ese
pensamiento sólo le turbo unos segundos. Con asombro observó como la mujer se
acercaba al coche, como si se dispusiera a cruzar la calle, el detective sonrió
para sus adentros pensando que podría observarla de cerca. Su sorpresa fue
mayúscula cuando la mujer le tocó en la ventanilla, por lo que Olivo trató de
que su expresión fuera de indiferencia, bajo el vidrio.
-
¿En
qué puedo servirla?
-
¡Te
pasa algo! ¡Quita esa cara de bobo! –le espetó Zúñiga-
-
¿Estas…?
¡distinta!
La
detective sonrió disimuladamente, mientras Olivo abría la portezuela
-
Jamás pensé que no me reconocerías. ¡Sólo es
la ropa!
-
Y
el cabello, el maquillaje, los zapatos… la forma de caminar…
-
¡Vámonos!
–dijo Zúñiga- ¡Tenemos mucho trabajo!
Olivo
arrancó. Durante el trayecto de manera disimulada y a pesar de que trataba de
evitarlo, observaba a su compañera de reojo.
Después
de varios minutos, llegaron a un
edificio de departamentos, ingresaron a uno. En este lugar el trabajo era
frenético. Ambos se dirigieron hacia unos ordenadores. El técnico Villa, le
dijo:
-
Hace
unos minutos nuestro hombre se conectó, y comenzó a chatear con varias mujeres.
Olivo,
tomo un ordenador y tecleo una contraseña. Enseguida recibió un mensaje.
-
Amor,
te extrañé
-Olivo,
respondió -No más que yo corazón
-
Ardo en deseos de conocerte, ya quiero que sean las siete de la tarde para
poder verte.
-
¿Cómo me reconocerás? –contestó Olivo-
-
Serás la Trigueña sensual de los pants
azul celeste
-
Rojos… –contesto el detective- como el amor que siento por ti…
-
Recordaste que es mi color favorito
-
Todo lo importante para ti, lo es para mí.
-
Te llevaré el regalo que te prometí
-
¿De qué color será?
-
Negro, sabes que ese color me excita… ¿Cómo estas vestida?
-
Negro…
-Quisiera
tocarte toda…
-Me
estoy mojando, sólo de pensarlo
-Por
qué no pones la cámara, quiero conocerte
-
Habías prometido que aguardarías hasta
esta tarde
-Solo
faltan una horas, si me amas. ¡Compláceme! ¡Nena! ¡Compláceme!
Olivo,
reflexionó un momento y dirigiéndose a
Zúñiga le dijo: ¡Tendremos que hacerlo! La detective fue a otro ordenador
dentro de un set en el que aparecía una estancia minimalista, pero acogedora;
se retocó el labial, desabotonándose la blusa para que se pudiera ver su busto,
encendió la cámara de video
-
Esta bien, -escribió Olivo- ¿te veré?
-
Por supuesto, nena, por supuesto.
Olivo
dio el click definitivo para conectar a la detective en el chat, a partir de
ese momento, quedaban a merced de la actuación que realizara su compañera.
La
imagen que transmitió la pantalla les asombró: Un hombre fuerte y guapo,
comenzó a pedir a la detective que se tocara ante la cámara, mientras le decía
palabras obscenas. La detective actúo como si se sintiera excitada, su
interlocutor se estaba volviendo loco, finalmente le dijo:
-
Nena,
¡te haré vibrar, te haré gritar…! nos vemos en la tarde –corto la comunicación-
Las
horas siguientes, pasaron lentas. A las seis, Zúñiga ataviada con ropa
deportiva roja entalladísima, que no dejaban
nada a la imaginación subió a un convertible amarillo, seguida de varios
autos. En los viveros, varios detectives vigilaban el perímetro en posiciones
estratégicas. Olivo vestido con pants verdes comenzó a correr treinta minutos
antes de que Zúñiga pisara el parque.
La
detective sabía que varias miradas la seguían, y contoneándose camino hasta el
centro del vivero, llegó a la “rotonda”,
el lugar se encontraba solo y comenzó a calentar, sus sentidos alertas al
máximo. Escucho como unos pasos se acercaban sigilosamente, trato de parecer
distraída. La tarde languidecía y las primeras sombras de la noche se deslizaban
entre la arboleda.
La
detective sintió como una mano se posaba sobre su hombro, al mismo tiempo que
una voz le decía:
-Al
fin te conozco ¡nena…!
La
detective emitió un suave ronroneo, el hombre le abrazo por la espalda.
-Eres
más sexi de lo que recordaba –le acarició las nalgas- La detective lucho por
mostrarse complacida, mientras en su mente maldecía a Olivo.
-Te
traje un regalo –el hombre sustrajo del bolso de sus pantalones una tanga negra
delgadísima-
Zúñiga
le rodeo con los brazos –tratando de hacer tiempo- el hombre comenzó a besarla
mientras la aventaba al pasto. En el suelo sintió como dos pares de brazos la
sujetaban, mientras le metían en la boca la tanga para impedir que gritara y le
arrancaban toda la ropa. Violentamente separaron sus piernas, ella se resistía
con todas sus fuerzas, preguntándose ¿por qué tardaban tanto en acudir en su
ayuda? en respuesta recibió un golpe en la boca del estómago que le sacó el
aire y otro en la cabeza, dejándola inconsciente.
Uno
de los hombres grito:
-¡Métesela!
Cuando
estaba a punto de penetrarla, los hombres la soltaron.
Olivo
se quitó la sudadera cubriendo la desnudez de Zúñiga que seguía sin sentido. Los
policías sometían a los sujetos. En otro sector del parque, un grupo de
policías hacía lo mismo con dos sujetos idénticos que habían atacado a una
segunda mujer.
Los
titulares de los periódicos al día siguiente
destacaban: Gemelos idénticos, los asesinos de los viveros. Cuatro fotos
de dos pares de hombres similares ilustraban el reportaje.
En
la cama del hospital Zúñiga se recuperaba de la agresión sufrida, había
permanecido desmayada más de media hora.
Olivo sentado en la silla junto a su cama la observaba despertar.
-¿Cómo
te sientes?
-
Como si hubieran tratado de violarme –sonrió Zúñiga- ¿Dime cómo descubriste que
eran cuatro y no dos los asesinos?
El
modus operandi fue fundamental, la prensa le llamó “El caso de los espejos”,
las lesiones que presentaban las víctimas en manos y tobillos eran huellas de
pulpejos de distinto tamaño; se determinó que el ADN del semen pertenecía a
cuatro tipos diferentes, con semejanzas en las cadenas por pares. Finalmente,
sabes que comencé a correr antes que llegarás. Me llamaron la atención en el
circuito un par de hombres corriendo juntos, uno de ellos parecía ser el de
internet, su cara estaba oculta tras una gorra. No podía seguirlos, pues sería
demasiado obvio, así que corrí más rápido, pero antes de lo pensado volví a
tropezar con una pareja idéntica, salvo porque uno de ellos al correr parecía
estar lesionado. Sabíamos dónde era tu cita, pero no dónde sería agredida la
segunda mujer, por eso tardamos un poco, deducir el segundo lugar fue lo
difícil, hasta que recordé que cerca de
las canchas de basquetbol hay otra
rotonda, lo demás es historia.
Olivo
se acercó a Zúñiga, tendió su mano y acaricio su mejilla.
-
Jamás permitiré que vuelvas a correr riesgos –dijo besándola-
-No
soy tu propiedad.
-Pero
eres mi novia
-
¿Lo soy?
Se
prendió nuevamente de su boca, olvidándolo
todo. En la pared un espejo reproducía la escena.
miércoles, 10 de julio de 2013
Fin del día
Todo el día había jugado, subido, bajado. No había un rincón
de la casa que como un torbellino no hubiera recorrido. Ana era una pequeña de
tres años que no se quedaba quieta ni un minuto.
Cuando sus hermanos regresaban del colegio, ella les recibía
con una sonrisa y con su cuento favorito en las manos. Todos ellos de manera
afable rechazaban su pedido de que le leyeran el cuento. Así que la chiquilla
continuaba jugando en ocasiones, y en otras, echada sobre su estomago, pasaba
una y otra vez las páginas de su libro.
Poco tiempo después, María, su madre regresaba del trabajo y
comenzaba con el trajín del hogar: Hacer la comida, limpiar, lavar, planchar,
etc., sus actividades no acababan nunca. Entre cosa y cosa vigilaba que sus
hijos cumplieran con sus deberes escolares, escuchaba sus historias, sus
problemas y cuitas. De ser necesario iba al supermercado o incluso a pagar
algún servicio.
Al anochecer, cuando llegaba su marido, le daba de cenar junto con todos sus hijos. Era
el instante en que la familia se encontraba completa y escuchaban los relatos de lo que les había acontecido en el día a
cualquiera de los miembros de ésta. Al
terminar, cuando los hijos mayores se retiraban para descansar y su marido
escuchaba las noticias en la televisión, María se sentaba en un sillón a acompañarle.
Noche a noche cumplía con el último de sus deberes. Ana su
hija menor se presentaba y extendía hacia ella su libro favorito, se encaramaba
en sus piernas, acomodándose en su regazo, y con su tierna voz infantil le
decía: “Mami, ¿me lo puedes leer por favor?”. María, sonreía y con un libro
entre las manos comenzaba la lectura de
ese cuento infantil.
Después de la primera frase, su pequeña, continuaba
repitiendo la historia, simulando leerla. Al terminar el texto de cada página,
la niña pasaba con delicadeza cada hoja, ante la mirada atenta de su madre.
Así, noche a noche llegaba el fin del día para ambas.
martes, 9 de julio de 2013
La estacada
Si no hubiera
sido porque me encontraba ahí, mi suegra no lo hubiera contado. Si tan siquiera
me hubiera dado las gracias, pero no, ¡la indina hasta me echo la culpa!. Dijo que yo había dejado abierto el portón.
Después de tantos problemas, hubiera sido mejor que yo no hubiera hecho nada,
tantos disgustos que me hubiera ahorrado. Mi Pancho, nunca se hubiera enojado
conmigo por culpa de su ma’, pero esta doña Petra, era mala como carne de
puerco.
Ahora comadre que
te cuente cómo paso todo, me vas a decir y con razón, que fui tonta, al
salvarla, pero entonces era yo una joven de 15 años, y mi pancho tenía 15
también, estábamos recién juntados, y yo no la conocía.
-Se bien que eso
no es pretexto, la mala leche se le veía de lejos, pero era mi suegra y mi
Pancho la quería, era su madre.
-Sí, ya sé que
sería mejor que no tuviera madre, pero sí la tiene y pus que se le va a hacer.
- ¡Hay comadre! fue
en la época de la revolución, cuando a todo Xochimilco llegaban los zapatistas,
Villa y Zapata se habían encontrado en el merito Hotel de Xochimilco. Nosotros vivíamos de arrimados en la casa de mi suegra, acababa de nacer mi
Domingo, si lo traía de brazos.
Estaba yo recién
parida, pero mi suegra no me dejaba levantar hasta que terminaba de tortear los dos cuartillos de maíz.
-Si comadre, ya
sé que me trataba peor que sirvienta, que nunca me quiso, yo lo sé, pero ya ve,
ni con sus malas artes logro que mi Pancho me dejara, mejor compramos el
terrenito junto al suyo, y nos separamos.
- Ahora ya no me
hace la vida de cuadritos a mí, sino a mi comadre Lupita, ¡santa mujer!
- Si
comadre, si, hasta a ella le hubiera evitado este suplicio de vivir con Manuel,
entonces Manuel no hubiera nacido.
- ¿Cómo? ¿No lo sabe? Todo esto fue antes de que sus hijos más chicos nacieran.
- Si
comadre, ¡no coma ansias!, se lo voy a contar todo, siéntese uste, porque me voy
a tardar un buen rato.
Era allá por el
año de 1914, por el mes de junio, mi Domingo tenía quince días de nacido, y yo
estaba en la cocina, junto al tlacuil, echando las gordas en el comal. Mi
Pancho se había ido a Tlapechicalli, a cuidar la siembra, yo tenía que terminar
de tortear, para después ir a dejarla a la chinampa el taco.
Mi suegra como
siempre, andaba de un lado a otro, bien emperifollada, a sus casi treinta y soa años,
todos los días se tardaba en hacer sus cosas pa’ arreglarse. Pa’ lo único que
se acercaba al tlacuil era pa’ tomar tizne y ponerse en sus ojos, y en la
siembra nunca debían faltar los betabeles, que no los usaba pa’ comer, no, si
nomás los usaba pa’ ponerse sus chapas, si hubiese trabajado un poco, solititas
le hubieran salido, pero la endina ¡era bien holgazana! Buena pa’ mandar,
pero pa’ hacer era bien floja, pa’ eso estábamos sus dos nueras y sus hijas.
Su marido, el apa
de mi Pancho se había ido con los alzados, con los villistas, y ellos se
enteraron de que en esos cuatro años, mi suegra, sin tener quien le calentara
el tapete, pus su marido se había ido a la bola, pus, ya se había mercado otra
iscuincla, y ésta era igualita a su cuñado Guillerno, el marido de doña Fernanda,
si la mocosa tenía la misma nariz aguileña del siñor y su voz, chillona, como
sólo el siñor Guillermo podía tenerla, y pensar que don Simón le encargo su
mujer a su cuñado, vaya que si la cuido, que hasta un hijo le hizo.
Ese día, mi suegra
no fue la única a la que le echaron su visitadita, si hubo varias que fueron a
dar a la plaza, donde habían rascado un hoyo bien grande y habían puesto los
palos, bien picudos, si yo los divisé, con estos ojos que se han de comer los
gusanos.
Si comadre, pus
estaba yo echando mis gordas, cuando de pronto oyi en el patio muncho ruido,
eran los zapatistas que habían entrado, y le preguntarón a Concha que estaba en
el patio si la siñora Petra estaba, y ella, inocente, que después se echaba la
culpa por haberles dicho que si estaba, les señaló la cocina de humo.
Entraron como
cuatro hombres, así bien grandotes, y más que los vi, desde el suelo, que yo
estaba arrodillada echando torteando, y me dijeron:
-Tu eres Petra-
Yo les
dije:
-No, es mi suegra, y se voltearon a verla y le dijeron:
- ¡Ora si pinche
puta! ¡ya te llevo el diablo!, y la tomaron por sus brazos y ella empezó a
gritar.
-Dejenme cabrones, se meten con mujeres solas, si estuviera mi marido,
esto no sucedería.
-¡No pinche puta!,
si estuviera tu marido, tu no tendrías otra hija, igualita a tu cuñado, ¿sabes
que le hacemos a las putas?
Y cuando esto dijeron, yo me puse a temblar, si
todos sabemos que a las putas las empalan, mesmamente así se lo dijeron.
-Te gusta mucho
esto –y el que hablaba se tomo su miembro- te gustan mucho los palos, que hasta
con el palo de tu cuñado te metiste, pus a las putas las empalamos, y eso es lo
que te va a pasar.
Cuando eso le
dijeron, yo, como pude me metí entre las piernas de esos hombres, y me salí del
jacal, y corrí, y corrí a buscar a mi Pancho, él junto con su hermano el
Chicho, se jueron corriendo con lo que tenían a la mano, sus coas, sus palas, y
por la calle, les gritaron a los vecinos, ayúdennos que nos matan a nuestra
madre.
Cuando llegamos
de vuelta a la casa, ya llevaban a mi suegra a rastras, casi llegaban a la
calle, pero ahí, mi Pancho y el Chicho, se envalentonaron y les dijeron:
-Nuestra madre no
está sola, si se la quieren matar, ¡primero nos matan a nosotros!
Que les dices a
unos muchachitos de 15 y 14 años, que iban acompañados de todos los vecinos,
puros jovencitos, que los mayores se habían ido con los pelones. Al verlos así,
uno de los zapatistas les dijo a los otros:
-Deja a la vieja, a poco vas a
matar a estos muchachitos, por lo menos tienen pantalones pa’ defender a su
madre, ya su marido se encargará de ajusticiarla cuando regrese.
Y los zapatistas
se jueron, dejaron a mi suegra bien muina con todos nosotros.
Todos sabíamos
que Guillerma era hija de don Guillermo, su misma cara, su misma voz, pero ni
quien le dijera nada a mi suegra, su hermana Doña Fernanda era una santa, y pus
su marido, no más se quito las ganas. Nunca le volvió a hacer caso a mi suegra,
y menos cuando de entero que al siñor Simón lo mataron en la bola, y nunca se
supo quien fue.
Así paso, por un
pelito y empalan a mi suegra, como empalaron a otras, si, así comadre, así es
como se hacía justicia en esos días, empalaban a las adulteras, y eso si, mi
suegra, esa si fue bien adúltera.
Para Marellia que llora triste
Perdido entre mil comentarios
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...
Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.
Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.
Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.
entre millones de publicaciones
de personas con las que me une la soledad
algunas palabras tuyas...
Lloras, es lo que manifiestas
y quisiera convertirme en suspiro
en viento.
salir volando,
llegar al otro hemisferio
y pode decirte, amiga Marellia
estoy contigo.
Quiero aliviar tu dolor
la distancia es tanta,
tan grande
y sin embargo,
vuela mi alma,
con mi corazón,
ahí, junto a ti yo estoy.
Siente mi abrazo,
siente mi aliento,
siente la calma
siente el anhelo,
hoy yo te mando
templanza, fuerza,
amiga mía,
quisiera ser hoy tu consuelo.
2.- Jálate pa'l monte (María)
En esos años,
Xochimilco era un desbarajuste, como lo era todo el país, había grupos armados
en todas partes, y aquí, aquí era frecuente que llegaran los zapatistas, no en
balde, Zapata y Villa se reunieron en Xochimilco para platicar.
Me acuerdo muy
bien, de todo lo que sucedió, mi padre entró en la casa muy asustado, y llamo a
mi madre:
-Margarita, corre
mujer y trae a las niñas para dentro.
Mi madre
enseguida nos grito: María, Margarita, Lupita, nos llama su padre, todas
dejamos lo que estábamos haciendo y fuimos a la sala inmediatamente.
Al entrar mi
padre se levantó enseguida del asiento, y se acercó a nosotras: Nos vio, nos
recorrió con su mirada y le dijo a mi madre, hay mujer, ¿no sé qué hacer?, en
unas dos o tres horas cuando más, llegan los zapatistas, y esta niña –le dijo
dirigiendo su mirada hacia mi- ya es toda una señorita y corre peligro, así que
tenemos que hacer algo.
Se me acerco y me
abrazo delicadamente y me dijo: Mi dulce María, ya eres toda una mujercita, eres
una flor que cualquiera querrá arrancar -acariciándome mi larga trenza le dijo
a mi madre:
-Tienes que cortarle
el cabello, trae ropa de Otilio -refiríendose a uno de mis hermanos- y que se
vista como él, las voy a llevar pa’l monte, a ella y a las niñas. ¡No vamos a
correr riesgos!
-Pero padre –le
dije- ¿Por qué han de cortar mi cabello?
-Es por tu bien
mi niña, has oído hablar de los zapatistas, hasta este momento nunca han llegado
hasta el pueblo, pero las cosas ya están muy feas, y me han dicho, que hoy si
entran aquí a San Lucas, así que todo el pueblo va a esconder a las mujeres
jóvenes y bonitas, porque dicen que entran a los pueblos y se roban a las jovencitas,
las violentan, las desfloran, se las llevan, y si se cansan las matan o las
tiran por ahí, yo no quiero nada de eso para ustedes.
-Pero mis
hermanas son una niñas, dije refiriéndome a mis hermans de 7 y 6 años.
Así es, pero no
voy a correr el riesgo, todas se van contigo. A ti te vestimos de hombre, y
así, un jovencito imberbe cuidando a sus dos hermanitas, será motivo suficiente
para que no te lleve la leva, en caso de que ¡Dios no lo quiera! las
encuentren, no les harán nada.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, fue hacia su costurero, y tomando una tijeras se acerco a
mí, y poco a poco corto mi larga trenza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el
cabello era lo que más le gustaba de mi a José Guadalupe, el hermano de la
esposa de mi hermano Otilio, su mejor
amigo, a quien yo veía como mi amor imposible, porque era 20 años mayor que yo.
En ese momento recordé las palabras que él me decía cuando me veía con el cabello
suelto:
-María, pronto
serás la mujercita más linda del pueblo, tu cabello es tan negro como la noche,
como mi caballo –Lo que me hacia ruborizar- Tus mejillas parecen rosas y son
suaves como el terciopelo, quien tuviera tu edad.
Pensando en ello,
las lágrimas no dejaban de correr por mi rostro.
Mi madre me dijo:
-No llores, ya
volverá a crecer.
En menos de cinco
minutos, mi cabeza tenía el cabello tan corto como el de mis hermanos.
Mi madre entonces
me hizo señas para que le acompañara a la recámara- Ya en ésta, me dijo, vas a
tener que desnudarte, y tomando mis enaguas, las rasgo e hizo unas tiras largas
y delgadas, entonces me dijo:
-Quítate la
camisa.
Yo, me quite la
camisa, roja de vergüenza, pues mi madre hacía mucho que no me veía desnuda,
solo atine a tapar mi busto con las
manos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos me dijo:
Eres tan linda
como una flor hija de mi alma, no debes avergonzarte, sube los brazos –me ordenó-.
Entonces con gran
delicadeza comenzó a vendar y apretar mis senos para tratar de que pareciera yo
un jovencito.
-No te debes
quitar las vendas, y si encuentras a alguien que no conozcas, no alces la
vista, si ven esos hermosos ojos verdes, se darán cuenta de que no eres un
muchacho.
Mi madre terminó
de vendarme y me dio ropa de mi hermano, me puse sus pantalones, camiseta,
camisa y me puse sus botas.
-Madre –le dije-
me quedan muy grandes las botas y no podré caminar.
Mis hermanas, en
ese momento se asomaban en la recámara y les dijo:
-Traigan algo del
algodón que está en el botiquín.
Lupita salió
corriendo, y en un instante estaba de regreso con el algodón.
-Anda, sácate las
botas – me dijo mi madre, y dándome el algodón me indicó que rellenara las
botas con él-
Mientras tanto,
les dijo a mis hermanas que se pudieran sus vestidos más viejos y sus abrigos.
Ya vestida como
jovencito me ordenó:
-Vamos a la
cocina, ahí, me indicó que manchara mi cara con el tizne del fogón, y así, ya
sucia y vestida me dijo:
-Vamos con tu
papá.
Al llegar a la
sala, mi padre ya no se encontraba solo, estaba Otilio, mi hermano con su
mujer, que estaba esperando a su primer hijo, y le faltaban uno o dos meses
para parir. Al verme sonrió y comentó:
-María, nadie te
va a reconocer, si pareces un muchachito, y mis hermanitas parecen una
mococitas, no las señoritas hermosas que son.
Yo pregunte:
-¿A dónde vamos a
ir?
Te acuerdas del
jacal que está en Tepehuizco –refiriéndose a un terreno que tenía en el monte,
muy lejos del pueblo-
-Si papá, pero
cómo vamos a llegar?
En ese momento,
entro a la sala de la casa Guadalupe, el cuñado de mi hermano.
-¿De dónde salió
este jovencito? Me dijo, iluminando su rostro con una sonrisa.
-¿No me reconoce
usted? -le dije- Mirándole con mis ojos llenitos de amor.
Mi padre en ese
momento interrumpió, no hay tiempo para charlas, en este momento te jalas para
el monte, José Guadalupe las va a llevar a ti y a las niñas, se van a ir en los
caballos y se van a llevar a uno de los asnos, ya ahí, José Guadalupe les va a
dejar bien escondidas e instaladas y sólo se van a quedar con el asno, todas adentro
del jacal, adentro de éste hay un hoyo bien disimulado, si llegar a oír que
alguien se acerca, las cuatro se van a meter en él. Deben aparentar que el
jacal está abandonado, mucho cuidado, no hagan ruido, escondan al burro entre
la milpa, ¿me entendieron bien? –nos dijo mi padre- Si alguien las llega a ver,
trata de imitar la voz de tu hermano Andrés, y el tonillo de las personas que no
saben leer ni escribir, no te vayan a delatar tus modales –me dijo mi padre
preocupado-
Todas asentimos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, comenzó a darnos la bendición a cada una de nosotras, mi
padre hizo lo propio.
La mujer de
Otilio lloraba, y me decía:
-Cuídate mucho
María y cuida a tus hermanas, sean prudentes, que Dios las proteja.
Los caballos estaban
ensillados, el burro amarrado detrás de ellos. Monte en un caballo con Lupita
agarrada atrás de mi, José Guadalupe se
subió en ancas a Margarita.
Así, mis hermanas
con lágrimas en los ojos, agitaron sus manitas y se despidieron de mis
padres, mi hermano y Magdalena, mi cuñada.
Yo trataba de
hacerme la fuerte, sólo oí como mi padre le
decía a José Guadalupe: Jálate para el monte, déjalas seguras y de
regreso borra todas las huellas, jálate para el monte y deja ahí a mi mayor
tesoro: mis hijas. Dios las cuide, pronto iremos por ustedes.- Su voz, entonces
se quebró y el llanto de mi madre inundó el silencio.
Así fue como ese
día 3 de diciembre del 1914 huí para el monte para salvar mi vida, mi honra y
la de mis hermanitas.
1.- El pastor.
1.- El pastor.
Quien me lo iba a
decir, que este día dejaría honda huella
en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al
amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza
no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy
temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera
tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como
era mi obligación.
Ese día
tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado
con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l calor.
Todo eso me lo eche,
con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí
me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su
nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela,
blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer.
Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban
con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a
cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré,
que mi animal favorito, ese, ese era
Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era
el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y
no lo podía evitar, era el líder de mi hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el
sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de
rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de
ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que
trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se
acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así
que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus
pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de
una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura
fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un
arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos
pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los
borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el
pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil
figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio
día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para
otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para
dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba
re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo,
mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios
me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de
un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para
dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí
del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo
paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el
tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi
sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja,
el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de
que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas
habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a
desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y
camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de
carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me
llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me
mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza
que me metería se me puso la piel de
gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me
iba a escapar.
Entonces el miedo
pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el
cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al
despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba
arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las
flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir,
temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un
poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi
rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas.
De repente, mis narices percibieron un olor
riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa,
una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había
dos personas, en una esquina un tlecuil,
donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas
en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma
inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un
molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles
listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El
metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había
molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me
decían:
-¿Tu quién eres
muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme
patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se
percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y
trate de alejarme-
-Onde se ha visto
que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste
en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le
dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ –
tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la
vista.
- ¿Cómo te llamas
muchacho?
-Silvestre, pa’
servir a Dios y a uste’.
-Ella es
Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho?
¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy
de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor,
apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde
vienes llegando?
-¿Y onde es tu
pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo
don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la
siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja
que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre,
déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me
dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me
comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi
hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho,
me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi
casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar
hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de
tu casa muchacho.
-No, a esta hora
mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre
sollozos.
-Pus que hiciste
muchacho.
Entonces,
tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no
más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te
regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer
pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón,
yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y
pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale
ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.
Así fue que de
Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios
me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor
de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi
terruño natal.
Raíces
Desde niña
aprendí a amar a los libros, las historias que en ellos encontraba, las hacía
mías, yo era la protagonista, mi imaginación me permitía ser polifacética,
igual la heroína, que la bruja malvada. Mediante éstos he viajado y conocido
personas, costumbres, ciudades. Los libros han sido mis compañeros en los
momentos más tristes y más alegres de mi vida.
Hoy recuerdo aún mi
primer intento de escribir un cuento a los 5 o 6 años de edad, mi mente ha
bloqueado el recuerdo exacto, se que fue cruel, yo estaba ilusionada y muy
contenta por mi logro, pero no pudo ser.
Desde ese día, me
prometí que algún día escribiría. Por azares del destino elegí estudiar
derecho, haciendo a un lado mi deseo de estudiar Ciencias de la Comunicación o
Lengua y literatura hispanoamericanas, y dejando para más tarde mi afición por la
escritura. Han pasado muchos años desde que realicé esa elección, y aún cuando
en distintas etapas de mi vida he escrito, estos textos jamás han llegado a ver
la luz, periódicamente he destruido estos manuscritos, quizás aguijoneada aún
por la duda sobre mi capacidad como escritora. Hoy, debo darme esa oportunidad
que he venido relegando desde que tenía 5 años, este compás de espera ya ha
sido demasiado largo.
Hoy quiero ser la
protagonista, no de la historia, pero sí de la autoría de las letras. Me lo
debo, se lo debo a esa niña que sufrió la angustia de la mofa y el sarcasmo de
una mujer mayor, por la que de cuajo corto su sueño de
ser escritora. Hoy, ya no me importa recordar los hechos acontecidos con
exactitud, ni el nombre de esa persona; hoy quiero revivir esas historias, que
forman parte de mi pasado, y que aún
cuando no son mías, son historias de vida de mis ancestros, de mis raíces, de
mis orígenes. Si estas historias no se hubieren dado como en su momento
sucedieron, yo no sería la persona que ahora soy, tal vez ni siquiera existiría
porque yo no habría nacido.
De una u otra
manera en estas anécdotas se ven siempre mujeres involucradas, pueden ser las
buenas o las malvadas, eso no es importante, lo importante es que su presencia,
su actuar, hicieron que estos relatos tengan en mi vida una importancia tal,
que han quedadas grabadas en mi memoria, y ahora las quiero compartir. Chuscas
o dramáticas, son parte de mi historia, dejaron huella en mí y trascendieron en
mi formación, me hicieron ser el ser humano que soy.
“El pastor”, es
la historia de mi bisabuelo, el por qué llega al Distrito federal, desde su
natal Morelia, en el siglo XXIX. “Jálate para el monte”, es una anécdota de la
revolución en la que se ve involucrada mi abuela materna. “La estacada” narra
la forma milagrosa como mi abuela paterna se salvo de morir en la revolución.
“Tienes hambre…” es una historia en la infancia de mi padre. En “La justiciera”
hablo nuevamente de mi abuela paterna. En “La última visita…” narro un
incidente que sucedió entre mi abuelo materno y mi abuela paterna, “Se me sale
el corazón…”, es una de tantas anécdotas de mi infancia. “El chipiturco” narro
mi primer intento fallido por escribir, siendo una niña; “La mesa de tres patas”,
es una historia sucedida en donde se involucra la muerte de mi padre; en “La
esposa del león…” evoca hechos en los que jamás debí verme involucrada y los
cuáles dieron origen a una pérdida terrible en mi vida y finalmente “Camina
para papi” es la historia con un amigo que me anima a seguir y me hace sonreír.
lunes, 8 de julio de 2013
Sola
Un día de trabajo esta por acabar. Con placer por una jornada fructífera, deslizo los dedos sobre el teclado de la computadora, agradecida por un día más. Me preparó para apagar mi ordenador, y en el ínterin preparo mi bolsa. Afuera la lluvia de advierte que debo tomar un impermeable y un paraguas. Apurada como estoy me sorprende el timbre del teléfono. Observo la pantalla y su nombre me remonta a tiempos mejores, en esos que me sentí amada, deseada... Contesto.
- Buenas noches
- Hola, ¿qué milagro? ¿Como has estado?
- Bien -responde su voz varonil y profunda- Tú, ¿cómo estas?
- No tan bien como tú -mi respuesta favorita, sale de mi boca sin pensarlo-
- ¿Cómo sabes que estoy bien?
- De lo contrario tendría noticias de ti por algún otro medio...
- ¡Te extraño!
No puedo remediarlo y una carcajada sale de mi garganta.
-¿Por qué te ríes?
- No te parece que para extrañarme tanto, resulta paradójico que no te comuniques conmigo, que no me busques.
- Te hable el viernes y jamás me devolviste la llamada.
- Discúlpame, cuando me di cuenta de una llamada perdida tuya, era bastante tarde. Pero... no volviste a llamarme.
-Quería invitarte a comer
- ¡Mmmmhhh! ¿Quería? ¿Pero ya no quisiste o no quieres?
- ¡Olvídalo! ¡Te extraño mucho!, ¡te amo!
- ¡Ya! y ¿dónde estas?
- Voy hacia mi casa
- Quiero verte
- ¿Cuando? ¿Ahora?
- ¿Por qué no me hablas?
- Será porque prefiero evitarme y evitarte problemas.
- No entiendo
- Es mejor así.¡Salúdame a tu esposa!
Él corta la llamada.
Katia con una sonrisa triste termina su ritual de oficina y sale a la calle, el anonimato y la soledad entre la muchedumbre la rodean. Con paso apresurado, siente como los brazos de la luna la rodean y le acompañan en su camino. Sola, siempre sola, se dirige hacia su casa.
- Buenas noches
- Hola, ¿qué milagro? ¿Como has estado?
- Bien -responde su voz varonil y profunda- Tú, ¿cómo estas?
- No tan bien como tú -mi respuesta favorita, sale de mi boca sin pensarlo-
- ¿Cómo sabes que estoy bien?
- De lo contrario tendría noticias de ti por algún otro medio...
- ¡Te extraño!
No puedo remediarlo y una carcajada sale de mi garganta.
-¿Por qué te ríes?
- No te parece que para extrañarme tanto, resulta paradójico que no te comuniques conmigo, que no me busques.
- Te hable el viernes y jamás me devolviste la llamada.
- Discúlpame, cuando me di cuenta de una llamada perdida tuya, era bastante tarde. Pero... no volviste a llamarme.
-Quería invitarte a comer
- ¡Mmmmhhh! ¿Quería? ¿Pero ya no quisiste o no quieres?
- ¡Olvídalo! ¡Te extraño mucho!, ¡te amo!
- ¡Ya! y ¿dónde estas?
- Voy hacia mi casa
- Quiero verte
- ¿Cuando? ¿Ahora?
- No, ahora no puedo, pero mañana, tal vez, ¿podrías?
- Yo puedo siempre, pero el problema no soy yo ¿lo recuerdas?- ¿Por qué no me hablas?
- Será porque prefiero evitarme y evitarte problemas.
- No entiendo
- Es mejor así.¡Salúdame a tu esposa!
Él corta la llamada.
Katia con una sonrisa triste termina su ritual de oficina y sale a la calle, el anonimato y la soledad entre la muchedumbre la rodean. Con paso apresurado, siente como los brazos de la luna la rodean y le acompañan en su camino. Sola, siempre sola, se dirige hacia su casa.
En el Emir.
Hoy, después de más de cuatro años,
como hacía muchos días lluviosos y soleados no sucedía, volvimos a tomar un
café juntos.
Se bien que la rutina, el trabajo y tus
múltiples compromisos sociales nos han alejado, al igual que mi retraimiento y
ostracismo. Pero por alguna razón que de cierto, no se precisar, después de
comprar los cartuchos de repuesto para la impresora de la oficina, de pronto,
como si fuera magia apareció frente a nuestros pasos esa cafetería.
Al verla, mi estómago comenzó a gruñir,
pues el aroma del café recién tostado impregnaba toda la calle, tuve la
impresión de que a ti te sucedía lo mismo y con esa sonrisa tan característica
que siempre ilumina tu cara, cuando surge alguna idea brillante en tu mente me
dijiste: ¿Entramos?
Yo, no pude dejar de ilusionarme y
pensar: “¡Sigue adivinando mis deseos!” y lo único que pude hacer fue asentir.
Así que en menos de cinco minutos nos
encontrábamos sentadas como antaño ante dos tazas de café, acompañadas de un
pastel y un strudel.
Tu hablaste sin parar, haciéndome notar
una hermosa fotografía que adornaba el lugar así como la leyenda que escrita en
la pared explicaba el origen del “café tostado”, yo simplemente te escuchaba
embelesada.
En el pasado hubiera sido yo quien
llevara el hilo de la conversación, pero las cosas han cambiado tanto, ya no
soy aquella chica sociable que era el centro de atención, la tristeza y la
melancolía han tornado mi personalidad, volviéndome retraída, reservada. Sin
embargo, hoy, escuchando tus historias, tus ocurrencias, volví a sonreír y me
di cuenta, por enésima ocasión de por qué me enamore de ti.
Me enamoré de tu sonrisa inocente, casi
angelical; de tu mirada sincera, sencilla, directa; de tu simpatía al contar
historias para agradar a las personas y sobre todo, me enamoré de tu alma
blanca y de tu enorme corazón.
Por un instante, un breve momento,
estuve a punto de decirte dos palabras: “te amo”. Mi mirada se llenó de ti, mi
corazón volvió a latir de esa manera desbocada, de esa forma que sólo tú
provocas. Pero afortunadamente para mí y para mi dignidad me mantuve callada y
brevemente, mis ojos se perdieron en el infinito de mi corazón.
De repente, tú: callaste; al percatarme
de tu silencio pregunte: ¿Pasa algo?
Respondiste rápidamente: ¿Eso es lo que
yo pregunto? ¿Qué te pasa?
-
¿A mí?, ¡nada!
Y seguiste con tus bromas e historias
llenas de fantasía e ilusión. Yo disimulé mi tristeza y aflicción, pero sobre
todo, oculte en lo más hondo de mi corazón este inmenso amor.
Charlamos un buen rato, tu alegría me
iluminó y me brindó ese calor que tanta falta me hace, el café, se deslizaba
por mi garganta, paliando el frio en que quería envolver mi corazón para evitar
seguir amando.
De pronto, miraste el reloj y al
percatarte de que el tiempo inexorable había pasado inadvertidamente para
ambos, me dijiste: ¿Nos vamos?
Yo asentí, simulando una sonrisa: ¡Por
supuesto, tenemos trabajo!
Ambos nos dirigimos hacia la oficina a
seguir nuestra rutina, tú cada vez más alegre al ver las manecillas del reloj acercarse
al momento de ir a los brazos de ella. Yo, ordenándole a mi mente trabajar, no
pensar en ti, y suplicándole a mi corazón que te olvide para evitar que mi alma
muera de dolor.
No creo...
Han sido días y noches
luchando sin descansar
tratando de olvidar,
de no soñar,
de no sentir.
Extraño tanto de ti,
extraño tanto de mi,
de lo que fuimos,
de eso que colmo mi vida,
tu vida,
de eso que lleno de júbilo
mis noches,
tus días.
De ese tiempo añorado en que me diste tanto
en que te di yo todo
sin que existiera ni un roce de nuestros labios,
sin una palabra de amor
nos amábamos...
nos complementábamos...
siempre,
nos complementábamos... tanto.
¿Por qué?
¿Por qué no adivine?
¿Por qué si lo sabías?
Incapaz fuiste de abrirme los ojos.
Tuve todo de ti, sin yo saberlo,
y hoy, aún cuando estas conmigo,
ya nada tengo.
¿Por qué no luchaste?
¿Por qué no me enfrentaste con esta realidad tan clara?
con esta realidad
que en mi ceguera no pude observar.
¿Por qué me abandonaste? Aún cuando estas aquí.
No sé por te quedas,
no sé por que me quedó,
a fuerza de quererte,
a fuerza de adorarte,
me muero,
me convierto
en algo que no quiero,
me pierdo en el desierto,
me pierdo entre la gente,
me ven, pero no soy yo,
¿que soy?
yo no lo entiendo,
no lo sé,
no lo siento,
no soy quien fui un día .
Soy un ser sin aliento,
mi esencia se perdió,
agónica y errante
me pierdo,
no me encuentro,
soy solo un fantasma
un muerto que camina
sin rumbo por el mundo,
buscando entre la gente,
su pobre corazón.
Si el corazón es músculo
pregunto entonces ¿por qué tanto dolor?
¡No existe explicación!
Este olvido tuyo
que laceró mi orgullo
que desgarró mi ánimo,
que quebrantó mi espíritu,
mató toda esperanza,
no quiero,
no puedo más seguir
luchando,
ya no más.
¿Te extraño?
Tanto, tanto
que a veces de extrañarte
mi asombro es tan enorme,
que olvido mi nombre,
que olvido tu nombre,
y sólo me pregunto
¿de verdad le he amado?
¿Acaso a mi me amo?
Solo hay una respuesta
No creo que eso haya sido por su parte amor...
luchando sin descansar
tratando de olvidar,
de no soñar,
de no sentir.
Extraño tanto de ti,
extraño tanto de mi,
de lo que fuimos,
de eso que colmo mi vida,
tu vida,
de eso que lleno de júbilo
mis noches,
tus días.
De ese tiempo añorado en que me diste tanto
en que te di yo todo
sin que existiera ni un roce de nuestros labios,
sin una palabra de amor
nos amábamos...
nos complementábamos...
siempre,
nos complementábamos... tanto.
¿Por qué?
¿Por qué no adivine?
¿Por qué si lo sabías?
Incapaz fuiste de abrirme los ojos.
Tuve todo de ti, sin yo saberlo,
y hoy, aún cuando estas conmigo,
ya nada tengo.
¿Por qué no luchaste?
¿Por qué no me enfrentaste con esta realidad tan clara?
con esta realidad
que en mi ceguera no pude observar.
¿Por qué me abandonaste? Aún cuando estas aquí.
No sé por te quedas,
no sé por que me quedó,
a fuerza de quererte,
a fuerza de adorarte,
me muero,
me convierto
en algo que no quiero,
me pierdo en el desierto,
me pierdo entre la gente,
me ven, pero no soy yo,
¿que soy?
yo no lo entiendo,
no lo sé,
no lo siento,
no soy quien fui un día .
Soy un ser sin aliento,
mi esencia se perdió,
agónica y errante
me pierdo,
no me encuentro,
soy solo un fantasma
un muerto que camina
sin rumbo por el mundo,
buscando entre la gente,
su pobre corazón.
Si el corazón es músculo
pregunto entonces ¿por qué tanto dolor?
¡No existe explicación!
Este olvido tuyo
que laceró mi orgullo
que desgarró mi ánimo,
que quebrantó mi espíritu,
mató toda esperanza,
no quiero,
no puedo más seguir
luchando,
ya no más.
¿Te extraño?
Tanto, tanto
que a veces de extrañarte
mi asombro es tan enorme,
que olvido mi nombre,
que olvido tu nombre,
y sólo me pregunto
¿de verdad le he amado?
¿Acaso a mi me amo?
Solo hay una respuesta
No creo que eso haya sido por su parte amor...
viernes, 5 de julio de 2013
Bajo la cama
¡Basta!, ¡no soy un bebé!
Y volviéndose hacia la pared dio la espalda a su madre. Ésta con una sonrisa, entre complacida y cómplice, salió de la recámara apagando la luz, sin darle un beso de buenas noches.
Carlos cumplía hoy cinco años. Ya era un niño mayor. Como regaló pidió a sus padres una cama nueva, sin barandales, y éstos lo habían complacido. Su madre intentó arroparlo, por eso se había enojado.
Ahora sólo en su recámara, abrió los ojos. La lámpara estaba apagada. La oscuridad lo esperaba. El niño intentó acostumbrarse a ésta. No veía nada más allá de sus narinas. Su cuarto no tenía ventana. Lo poco que distinguía era distinto a lo que él recordaba. Se dijo a sí mismo: “Es el cambio de los muebles”.
Escuchó un ruido que lo hizo incorporarse. Sus manos comenzaron a sudar. De golpe se acostó en la cama y se tapó con las sábanas hasta la cabeza. El ruido se hacía más claro: “tac, tac, tac…” Parecía como si alguien caminara dentro de su cuarto. Tomó la ropa de cama con las manos lo más fuerte posible. Sus nudillos comenzaron a ponerse blancos. Escondido el niño repetía para sí: “No hay nada, ¡se valiente, quítate las sábanas de la cabeza!”, pero su corazón latía cada vez más fuerte. El sonido de éste no servía para acallar los pasos, que cada vez sonaban más cerca y claros. Su piel comenzó a ponerse chinita y sus dientes castañeaban.
Sintió como alguien tomaba las sábanas al pié de la cama. Carlos estuvo a punto de chillar y sujetó éstas con más fuerza, no permitiría que se las quitaran. Después de unos cuantos segundos, escuchó un suspiro y las soltaron. Percibió que arrastraban algo muy pesado bajo su lecho. Unas lágrimas asomaron a sus ojos, el terror se apoderó del niño. Comenzó a rezar en la forma que su madre le había enseñado. Volvieron a sujetar las sábanas, ahora a un costado de él, sintió un aliento fétido y frío sobre su nuca…No pudo más, un grito salió de su garganta: ¡Ah!
Su madre llegó corriendo y prendió la luz:
— Carlos, ¡despierta!, estas soñando.
El niño se destapó. Su mamá lo consoló: “¿Qué pasa?
Él no habló, con los ojos buscó por toda la habitación: “Había alguien en el cuarto” -manifestó.
La señora comprensiva le dijo: “No hay nada” y abriendo las puertas del closet le mostró que sólo estaba su ropa.
“¡Bajo la cama mamá!, ¡bajo la cama!”
Ella se agachó: “Tampoco hay nada”. “Ve tu mismo” y lo invitó a bajar y asomarse por debajo del colchón, Carlos así lo hizo. No había nada.
— “¡Vamos, vuelve a acostarte!”, el niño subió y ella lo arropó, apagó la luz y prendió la lámpara de noche. “Duerme, me quedaré un rato”. El cerró los ojos, tomando su mano.
Al día siguiente Carlos desayunaba en la cocina con sus padres y su hermano. Su progenitora le pregunto: “¿Dormiste bien?”
— Si, gracias.
— ¿Qué pasó?, preguntó su hermano adolescente.
— Tu hermano tuvo una pesadilla, nada de importancia.
Carlos observó que Roberto palidecía y se quedaba callado.
A media tarde, cuando éste regresó de jugar, el niño le preguntó:
— ¿Por qué te asustaste?
— ¡Yo nunca me asusto!
— ¿Entonces porque parecías veladora? Estabas blanco como la cera.
— ¿No puedo hablar, lo publicarías como periódico?
— ¿Parezco vieja chismosa?
— ¡Prométeme que no lo contarás!
— Prometido, será un secreto entre los dos.
— Confiaré en ti. Cuando yo era un chiquillo, tu cuarto era mi recámara, eso fue antes que nacieras.
— ¡No lo sabía! -le interrumpió.
— Les pedí que me cambiaran de cuarto, porque en las noches escuchaba pasos, y trataban de quitarme las sábanas.
— ¡Estás loco! -afirmó Carlos.
— No, yo las sujetaba muy fuerte, pero cada noche regresaban, hasta que un día se las llevaron.
— ¡Patrañas! Esos son cuentos tuyos.
— ¡Jamás te mentiría!
— ¡Quieres asustarme!
— No, lo peor fue que a la noche siguiente, me tomaron por los pies y comenzaron a jalarme, yo me resistí. Me sujeté con todas mis fuerzas a la cabecera. Eran unas manos frías. Esa noche me dejaron muchos arañazos en la piel. Mamá pensó que me los hice jugando.
— Piensas que soy un bebé, pero no me vas a asustar.
— No, soy incapaz, ¿dime?, ¿te ha pasado algo?
— ¡Claro que no!, ¡estas chiflado!
— ¡Cuéntame!, por favor.
— No ha pasado nada, pareces una niñita de parvulario –y diciendo lo anterior Carlos se marchó.
Esa noche el niño permitió que su madre lo arropara, y se quedó dormido enseguida.
Al día siguiente su madre mando a su hermano a buscarlo, pues era tarde y el chiquillo no se había despertado. Roberto fue a su recámara, pero la cama estaba vacía, las sábanas yacían hechas jirones.
¡Mamá! –grito aterrado.
La señora corrió hacia la recámara del pequeño, en donde su hermano temblaba y lloraba diciendo: ¡Debí haberlo dicho!, ¡debí haberlo dicho!, ¡mi hermanito!
— ¿Dónde está tu hermano?-gritó la señora.
Roberto con la mirada perdida sólo decía: “¡Se lo llevaron!, ¡se lo llevaron!”.
La policía llegó unas horas más tarde. No había huellas de que hubieran forzado las cerraduras de puertas o ventanas, sólo encontraron unas sábanas hechas guiñapos, cual si las hubieran hecho trizas con garras y dientes. Al análisis criminalístico, no había huellas de saliva o sangre. Ningún indicio. No había explicación lógica para la desaparición del pequeño.
Roberto sedado dormía en su habitación, así lo mantuvieron por tres días, al cuarto, su madre destrozada contempló como abría los ojos y se ponía a temblar. Ella lo abrazó, no quería perder al único hijo que le quedaba. El jovencito le pidió que lo dejara ir a la habitación de su hermano. La señora renuente accedió. Al llegar allí, lo primero que hizo fue agacharse debajo de la cama y meterse. La ropa de ésta lo ocultó. Pasaron unos segundos. La señora escucho como si rascaran con las uñas y después un grito. Al ver que el chico no salía se agacho también, su hijo había desaparecido, sobre la duela unos rasguños de unas garras enormes, y entre los tablones unos cuantos jirones de la camisa de su hijo, y el sonido de unos pasos “tac, tac, tac” que se alejaban hacia lo más profundo, siempre debajo de la cama…
Un sueño
El llanto de su hermano más pequeño le hizo despertar sobresaltado, no podía evitarlo, apenas tenía 5 años, pero trataba de ayudar a su madre en todo lo posible, así se lo había prometido a sí mismo a tan temprana edad, cuando comprendió las responsabilidades que tenía como hijo y hermano mayor.
Su hermano seguía llorando y eso hizo que se espabilara, saltó de su catre y salió corriendo para ir por el pan, que les regalaba todos los días el dueño de la tienda que se encontraba a dos jacalones del que habitaba con su familia en esa zona marginada. Esta era la primera tarea que tenía que realizar. El frío de la mañana le hizo reparar al entrar al tendejón, en que por las prisas no se había puesto el calzón que por la noche se había quitado, pues sufría de enuresis, provocada por el temor constante de que su padre maltratara a su madre o a sus hermanos. Su rostro se torno escarlata, y Don Víctor, el comerciante, viendo el bochorno del pequeño, le tendió la bolsa con la comida y le indicó con la cabeza que corriera a su casa, el pequeño no necesitó nada más, salió precipitadamente hacia su hogar.
El tiempo pasaba, su padre decidió irse a una ciudad más grande, pues la progenie había crecido. Mike tenía nueve años, a esa edad llego a la Ciudad de México; por primera vez, junto con dos de sus hermanos comenzó a ir a la escuela, en un turno vespertino. Las necesidades de la familia iban en aumento, con cuatro hermanos y uno más por nacer, al observar que había muchas personas en esa urbe, le pidió a su madre que le comprara una caja de chicles para vender, más tarde descubrió el comercio de periódico. Todos los días muy de mañana iba por las calles vendiendo y se prohibía regresar hasta no terminar su mercancía. En ocasiones en el aula de clases, los ojos comenzaban a cerrarse por el cansancio, pero su ansia de poder leer libros se imponía, él quería ser más y mejor cada día.
Su trabajo era importante para la familia, con sus ganancias, un día compraban comida, en otras ocasiones, después de juntar el producto de sus ventas Mike podía ver como alguno de sus hermanos estrenaba zapatos nuevos, la sonrisa en la cara de ellos le hacía sentirse inmensamente feliz.
Los años pasaban, y pronto llegó el momento de elegir una profesión. Ingeniería, Física, carreras disímbolas para cada hermano y Mike, eligió una carrera acorde con sus ideales: Derecho. Siempre buscando un trabajo que le permitiera combinar los estudios y el deber.
Cuando llego a quinto semestre consiguió un empleo administrativo en una Secretaría de estado. Afortunadamente su padre había conseguido establecer un negocio propio, así que su rutina ahora se encontraba completa: Su trabajo, la escuela y por las noches a la par que estudiar, ayudar en el negocio. Sin embargo, un buen día, se dio cuenta que quería hacer algo para sí, y recordó que gozaba sentir el aire en el rostro cuando corría, en esa forma sentía la libertad. Sus hábitos cambiaron, su jornada se amplió, el agotamiento también, pero ahora él era feliz.
Un buen día, corriendo conoció a la mujer que le regaló lo más preciado en la vida: Un hijo.
Sus obligaciones seguían, aumentaban: sus hermanos, sus padres, su hijo, su mujer, nunca el cansancio se asomó a sus ojos, la felicidad lo llenaba todo. Pronto se encontró corriendo maratones, no sólo en su Ciudad, también en el extranjero, sus triunfos comenzaban, cosechaba los primeros frutos de su dedicación y trabajo. La vida, siempre inclemente le privó cruelmente del amor de su mujer, sus caminos se separaron, pero su trabajo, su familia y su hijo le salvaron.
Se fue adentrando más y más en el mundo del derecho, apasionándose de él, en compañía de un maestro y compañero con el que compartían esa vehemencia. Sin embargo, ambos dejaron de lado algo importante, un título, que avalara la sapiencia que con los años adquirieron.
La oportunidad se presentó, y a casi treinta años de haber egresado de su escuela, logró la inscripción anhelada en un diplomado para obtener el título y la cédula que tanto deseaba. Olaf, el compañero de batallas, por problemas inesperados no pudo inscribirse. Mike, lo observaba, añorando una oportunidad que esperaba pronto volviera a darse.
Un buen día, dejó a Olaf, esperando al dueño del local en el que tenían su oficina. Al regresar, lo encontró con un problema terrible de salud. Mike, desesperado hizo hasta lo imposible por conseguir que se le diera la mejor atención, pero desgraciadamente se habían perdido minutos preciosos, y aún ante los esfuerzos más denodados de los médicos, vio como la vida se escapaba de su cuerpo, sólo la esperanza de despedirse de sus hijos, mantenía su corazón latiendo. Cuando éstos llegaron, su vida se apago, cómo se apagan al amanecer los luceros.
La tristeza le embargo, inundando su corazón y alma. Como hombre de principios inmutables, hasta el último momento, le cumplió a Olaf. Nunca hubo amigo mejor, todo lo que pudo hacer por él y su familia fue hecho, y finalmente, en la figura de su hijo, abogado principiante, siguió cumpliendo el deber que su honor le imponía, orientándolo, enseñándole, retribuyendo con creces lo que a él le habían obsequiado, y todo lo que él tenía, lo que él sabía, lo que él era, se lo regalaba, generoso como siempre.
Esto hizo que el trabajo se redoblara. A la par, continuó con su titulación, destacándose en el curso por sus intervenciones acertadas, incisivas, profesionales. Entregado por completo, de igual forma que a todo lo que él hacía.
El tiempo, corrió aprisa, el diplomado como un sueño se esfumó, dejando en su mente inquietudes y proyectos por dar un paso más, por seguir siempre adelante.
Finalmente, la utopía dejó de serlo. Uno de sus anhelos más grandes se realizaba. Rodeado de los compañeros de aventura, un 27 de junio, recibió las flores de la amistad y el triunfo. A su lado, su hijo veía conmovido, como ese hombre fuerte como un roble, tierno en lo profundo, bromista ante las contrariedades y valeroso en todo momento, dejaba correr por sus mejillas lágrimas de felicidad y contento, demostrando que sólo los verdaderos hombres son capaces de llorar cuando se ha cumplido uno de sus más encarecidos sueños…
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