domingo, 30 de junio de 2013

Un Breve Encuentro.

Con paso firme y decidido avanzó por la habitación, lentamente, con una sensualidad innata. Por la ventana, el viento la observaba, irreverente se coló por un resquicio ávido de tocarla toda, acariciándola delicadamente y haciendo que su piel se erizara cual si manos de hombre la tocaran: dos botones erectos aparecieron en su pecho. Ahí, sobre la mesa le observó, quieto, negro como el ébano, fuerte, duro, inalterable, inmutable, como si su cuerpo escultural no le causara ni el más mínimo deseo. Se acercó a él. Sin tocarle, rodeo el lugar en el que se encontraba, saboreando, intuyendo el momento de su encuentro. Por su mente pasaron sus historias pasadas: la miel derramada en su sexo, las caricias en su vientre, el roce de su torso con sus pezones erectos, el momento tan anhelado en que finalmente con un ritmo inmemorial la hacía suya, la calidez que finalmente derramaba en su centro. Al fin se decidió y sus manos le tocaron, acariciándolo, abrazándolo con sus dedos, el sintió unos puntos de calor mullido sobre sus teclas como la leve cosquilla de un despertar sin apremio. Ella tomo una hoja blanca y la hundió en el centro de su cuerpo, entre sus rodillos. Así su deseo todo se vertió en este cuento, llenando la página blanca de palabras, exponiéndola toda hasta el más recóndito de sus anhelos, desnudando el pensamiento , despojándola de toda su vestimenta mostrando su cuerpo y alma al mismo tiempo.

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