1.- El pastor.
Quien me lo iba a
decir, que este día dejaría honda huella
en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al
amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza
no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy
temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera
tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como
era mi obligación.
Ese día
tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado
con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l calor.
Todo eso me lo eche,
con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí
me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su
nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela,
blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer.
Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban
con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a
cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré,
que mi animal favorito, ese, ese era
Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era
el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y
no lo podía evitar, era el líder de mi hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el
sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de
rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de
ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que
trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se
acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así
que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus
pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de
una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura
fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un
arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos
pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los
borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el
pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil
figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio
día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para
otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para
dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba
re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo,
mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios
me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de
un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para
dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí
del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo
paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el
tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi
sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja,
el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de
que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas
habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a
desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y
camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de
carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me
llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me
mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza
que me metería se me puso la piel de
gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me
iba a escapar.
Entonces el miedo
pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el
cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al
despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba
arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las
flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir,
temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un
poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi
rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas.
De repente, mis narices percibieron un olor
riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa,
una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había
dos personas, en una esquina un tlecuil,
donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas
en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma
inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un
molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles
listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El
metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había
molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me
decían:
-¿Tu quién eres
muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme
patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se
percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y
trate de alejarme-
-Onde se ha visto
que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste
en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le
dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ –
tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la
vista.
- ¿Cómo te llamas
muchacho?
-Silvestre, pa’
servir a Dios y a uste’.
-Ella es
Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho?
¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy
de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor,
apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde
vienes llegando?
-¿Y onde es tu
pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo
don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la
siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja
que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre,
déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me
dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me
comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi
hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho,
me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi
casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar
hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de
tu casa muchacho.
-No, a esta hora
mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre
sollozos.
-Pus que hiciste
muchacho.
Entonces,
tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no
más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te
regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer
pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón,
yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y
pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale
ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.
Así fue que de
Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios
me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor
de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi
terruño natal.
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