martes, 9 de julio de 2013

1.- El pastor.

1.- El pastor.
Quien me lo iba a decir, que este  día dejaría honda huella en mi vida. Todo parecía normal, despertar en cuanto el gallo, cantaba al amanecer. ¿Lavarme?, pues, ¡cómo no! Mi madre me había enseñado que la pobreza no podía estar reñida jamás con la limpieza; además la pobrecita, se paraba muy temprano, pa´ llegarse hasta el rio, y tener agua en la casa, pa’ que pudiera tomar, mi té de hojas o el café, antes de arrear a mis ovejas al monte, como era mi obligación.
Ese día tempranito, después de tomarme el té, mi ma’ me entregó, mi itacate preparado con tortillas y un poco de requesón y mi guaje bien llenito de agua, pa’l  calor.
Todo eso me lo eche, con gusto en el morral, y silbando como siempre me acerque hasta el corral, ahí me estaban aguardando, todas mis ovejitas, que ya eran mis amigas, si hasta su nombre a cada una, yo les había mentado.
Estaba ahí la Chabela, blanca como nubecita, y su crio “el Algodoncillo”, bien chonchito de comer. Junto a ellos se encontraban también Chencho, Juancho y Rafael, que empujaban con su hocico la puerta, pues ya querían sentirse libres, otra vez.
No les voy a cansar, repitiéndoles los nombres de todos mis animales, pero si les contaré, que mi animal favorito, ese, ese  era Lucifer, endemoniado muchacho, era el más grandotote, rebosante de salud, era el que corría hacia el monte con mayor velocidad, pos la pastura le llamaba, y no lo podía evitar, era el líder de mi  hato y el que más me hacía soñar.
Apenas salía el sol, y me encamine corriendo, atrás de mis animales, hacia el monte y mas allá.
Mis animalitos de rancho, corriendo se alejaron, saltaban muy, muy contentos, y yo iba a tras de ellos, arreándolos sin parar, disfrutando del paseo, pues para mi más que trabajo, era un juego ser pastor.
El invierno se acercaba y cada día la dificultad era mayor para encontrar buenos pastos, así que ante el hambre de mi rebaño, decidí llevarlos más lejos, para que sus pobres pancitas no tuvieran ya más hambres. Caminamos todos juntos, poco más de una hora, nos alejamos del pueblo, pero al fin llegamos a un lugar con pastura fresquecita, y mis animalitos se pusieron a comer.
Cerca había un arrollo, y pensé pa´ mis adentros: -que surte tenemos hoy, no sólo tenemos pasto, sino agua pa´ saciar la sed.
Todos los borregos se encontraban ya comiendo, y como muchas veces, me acosté en el pasto, y comencé a ver las nubes pasar en el cielo, mi imaginación corría, mil figuras encontraba y así me divertía.
Pasado el medio día, comencé a jugar con “el Algodoncillo”, ambos corríamos, de un lado para otro, yo era feliz. Después de un buen rato y cuando  “Algodoncillo” se acurrucó junto a su ma’ para dormir, saque mi itacate, y en lo que canta un gallo me lo terminé.
El sol calentaba re fuerte y tenía calor, así, que me acerque al arrollo, y me quite mi jorongo, mi pantalón, mi camisa de manta, mi sombrero y mis huaraches. Ansina, como Dios me trajo al mundo me metí a bañar, me puse a jugar con el agua, pero después de un rato, me salí, porque la mayoría de mis animales se estaban echando para dormir un rato, cobijados por el sol, y yo me dije: -Pus, hay que acompañarlos.
Así que me salí del arroyo, me vestí y tomando mi morral como almohada me puse a dormir.
Cuanto tiempo paso, no lo sé, de repente el frío me despertó, el sol se estaba ocultando, el tiempo se me había pasado volando, me paré hecho un rayo, y grande fue mi sorpresa al buscar a mi rebaño y darme cuenta de que no había una sola oveja, el espanto me entro por todos lados, y más aún creció, cuando me di cuenta de que había sangre, en el prado, mucha sangre, y ni un animal muerto.
Todas mis ovejas habían desparecido, el rebaño entero, y no sabía pa’ dónde caminar. Comencé a desandar el camino, pero no encontré ni rastro de ellas, así que me regresé y camine más pal monte, cerca de ahí, vi una vereda, y en ella unas llantas de carreta habían dejado grandes surcos en la tierra. Los de a pipizca se me llenaron de lágrimas, me habían robado todo el rebaño, ¿qué iba  hacer? No podía regresar a casa, mi jefe me mataría, el rebaño era el capital de la familia, no más de pensar en la cueriza que me metería  se me puso la piel de gallina, ¡chinita, chinita! Aunque mi madrecita me defendiera, de esta no me iba a escapar.
Entonces el miedo pudo más en mi, y me puse a correr, pal monte. Camine y caminé, hasta que el cansancio me venció y me quedé dormido debajo de un árbol. Al día siguiente al despertar, sólo pensé en seguir caminando, así seguí haciéndolo, buscaba arroyos para beber agua, y trataba de comer frutos de los árboles, hasta las flores chupaba y me comía, caminé como una semana, el miedo me hacia seguir, temía que me encontrarán. Al décimo día se estar caminando, de repente, vi un poblado a lo lejos, no lo reconocí, los tejados no eran de teja roja como en mi rancho, las paredes eran de tejamanil o de adobe, había techos de madera, de ramas. De repente, mis narices  percibieron un olor riquísimo. Con miedo me acerqué a la casa más próxima, vi al lado de la casa, una cocina de humo, con su piso de tierra bien apisonado, dentro de ella había dos personas,  en una esquina un tlecuil, donde una niña, la más hermosa que había visto en mi vida, hechaba unas tortas en el comal, a un ladito, encima del mismo comal, una olla despedía el aroma inconfundible del café, y a un lado de ella, la madre de la niña, en un molcajete con el tejolote molía chiles para hacer una salsa roja, los frijoles listos para comer ya se encontraban en otra olla, yo nomás estaba divisando. El metate descansaba junto a la pared, después de que con el metlacuil se había molido el maíz de las tortas. Sentí que una mano se posaba en mi hombro y me decían:
-¿Tu quién eres muchacho? ¿qué estás haciendo aquí? ¿qué se te perdió?
-Perdóneme patrón, yo solo iba pasando –le dije- tragando saliva, no más del olor que se percibía en el ambiente. Ya me lo voy –y  trate de alejarme-
-Onde se ha visto que en mi casa, alguien se vaya sin echarse un taco, pásate pa’ la sombra, llegaste en hora güena – y tomándome de los hombros me empujo pa’ dentro de la cocina.
-Órale Rosita -le dijo a la niña- llena un jarró y dale un café a nuestro invitao.
-Si apa’ – tomando un jarro con sus manitas, llenó el jarro y me lo dio, sin alzar la vista.
- ¿Cómo te llamas muchacho?
-Silvestre, pa’ servir a Dios y a uste’.
-Ella es Joaquina, mi mujer y mi hija Rosita, yo soy José. ¿De dónde vienes muchacho? ¿No eres de por estos lares?
-No siñor, no soy de por aquí.
-¿Dónde vives?
-No tengo casa siñor, apenitas voy llegando.
-¿Y de dónde vienes llegando?
-Pus de mi pueblo
-¿Y onde es tu pueblo?
-Morelia patrón.
-Fiuuuuuu- chiflo don José- si que vienes de lejos. ¿Qué te trae por aquí?
En ese momento la siñora Joaquina le dijo:
-Ya José, deja que tome su café y que se eche unas gordas, se ve que tiene harta hambre, déjalo comer, después le preguntas lo que quieras – y diciendo lo anterior me dio un plato con unos frijoles cuyo olor era la gloria-
- En un ratito me comí todo y doña Joaquina me lleno el plato más de una vez, cuando sacie mi hambre, don José me dijo:
-Ora si muchacho, me vas a contar de andas haciendo por acá.
-Me escapé de mi casa –dije bajando los ojos- me robaron todo el rebaño, y no puedo regresar hasta que gane pa’ comprar otro.
-Te corrieron de tu casa muchacho.
-No, a esta hora mi ma’ debe estar llorando pensando que me mataron u algo peor, dije entre sollozos.
-Pus que hiciste muchacho.
Entonces, tragándome los mocos, le conté lo que me había pasado.
-Hay muchacho, no más preocupaste a tus apas, ora veras, si tuviera dinero te daba pa’ que te regresaras con ellos, pero apenas y la vamos pasando. Lo único que puedo hacer pa’ ayudarte, es darte techo, y pus un taco no te va a faltar.
-Gracias patrón, yo se lo voy a pagar, voy a trabajar mucho, pa’ juntar pa mercar el rebaño, y pa’ pagarle todo lo que me trague, gracias patrón, dios se lo ha de pagar.
-No más échale ganas, trabaja mucho, y ya Dios proveerá.

Así fue que de Morelia, llegué a San Lucas Xochimanca, a una casa, donde con el favor de Dios me dieron cobijo y comida y con el tiempo, este fue mi hogar. Me gané el amor de mi Rosita, la niña más bella que conocí jamás, y ya nunca regrese a mi terruño natal.

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