miércoles, 10 de julio de 2013

Fin del día

Todo el día había jugado, subido, bajado. No había un rincón de la casa que como un torbellino no hubiera recorrido. Ana era una pequeña de tres años que no se quedaba quieta ni un minuto.
Cuando sus hermanos regresaban del colegio, ella les recibía con una sonrisa y con su cuento favorito en las manos. Todos ellos de manera afable rechazaban su pedido de que le leyeran el cuento. Así que la chiquilla continuaba jugando en ocasiones, y en otras, echada sobre su estomago, pasaba una y otra vez las páginas de su libro.
Poco tiempo después, María, su madre regresaba del trabajo y comenzaba con el trajín del hogar: Hacer la comida, limpiar, lavar, planchar, etc., sus actividades no acababan nunca. Entre cosa y cosa vigilaba que sus hijos cumplieran con sus deberes escolares, escuchaba sus historias, sus problemas y cuitas. De ser necesario iba al supermercado o incluso a pagar algún servicio.
Al anochecer, cuando llegaba su marido, le  daba de cenar junto con todos sus hijos. Era el instante en que la familia se encontraba completa y escuchaban  los relatos de lo  que les había acontecido en el día a cualquiera de los miembros de  ésta. Al terminar, cuando los hijos mayores se retiraban para descansar y su marido escuchaba las noticias en la televisión, María  se sentaba en un sillón a acompañarle.
Noche a noche cumplía con el último de sus deberes. Ana su hija menor se presentaba y extendía hacia ella su libro favorito, se encaramaba en sus piernas, acomodándose en su regazo, y con su tierna voz infantil le decía: “Mami, ¿me lo puedes leer por favor?”. María, sonreía y con un libro entre las manos  comenzaba la lectura de ese cuento infantil.

Después de la primera frase, su pequeña, continuaba repitiendo la historia, simulando leerla. Al terminar el texto de cada página, la niña pasaba con delicadeza cada hoja, ante la mirada atenta de su madre. Así, noche a noche llegaba el fin del día para ambas.  

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