En esos años,
Xochimilco era un desbarajuste, como lo era todo el país, había grupos armados
en todas partes, y aquí, aquí era frecuente que llegaran los zapatistas, no en
balde, Zapata y Villa se reunieron en Xochimilco para platicar.
Me acuerdo muy
bien, de todo lo que sucedió, mi padre entró en la casa muy asustado, y llamo a
mi madre:
-Margarita, corre
mujer y trae a las niñas para dentro.
Mi madre
enseguida nos grito: María, Margarita, Lupita, nos llama su padre, todas
dejamos lo que estábamos haciendo y fuimos a la sala inmediatamente.
Al entrar mi
padre se levantó enseguida del asiento, y se acercó a nosotras: Nos vio, nos
recorrió con su mirada y le dijo a mi madre, hay mujer, ¿no sé qué hacer?, en
unas dos o tres horas cuando más, llegan los zapatistas, y esta niña –le dijo
dirigiendo su mirada hacia mi- ya es toda una señorita y corre peligro, así que
tenemos que hacer algo.
Se me acerco y me
abrazo delicadamente y me dijo: Mi dulce María, ya eres toda una mujercita, eres
una flor que cualquiera querrá arrancar -acariciándome mi larga trenza le dijo
a mi madre:
-Tienes que cortarle
el cabello, trae ropa de Otilio -refiríendose a uno de mis hermanos- y que se
vista como él, las voy a llevar pa’l monte, a ella y a las niñas. ¡No vamos a
correr riesgos!
-Pero padre –le
dije- ¿Por qué han de cortar mi cabello?
-Es por tu bien
mi niña, has oído hablar de los zapatistas, hasta este momento nunca han llegado
hasta el pueblo, pero las cosas ya están muy feas, y me han dicho, que hoy si
entran aquí a San Lucas, así que todo el pueblo va a esconder a las mujeres
jóvenes y bonitas, porque dicen que entran a los pueblos y se roban a las jovencitas,
las violentan, las desfloran, se las llevan, y si se cansan las matan o las
tiran por ahí, yo no quiero nada de eso para ustedes.
-Pero mis
hermanas son una niñas, dije refiriéndome a mis hermans de 7 y 6 años.
Así es, pero no
voy a correr el riesgo, todas se van contigo. A ti te vestimos de hombre, y
así, un jovencito imberbe cuidando a sus dos hermanitas, será motivo suficiente
para que no te lleve la leva, en caso de que ¡Dios no lo quiera! las
encuentren, no les harán nada.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, fue hacia su costurero, y tomando una tijeras se acerco a
mí, y poco a poco corto mi larga trenza. Mis ojos se llenaron de lágrimas, el
cabello era lo que más le gustaba de mi a José Guadalupe, el hermano de la
esposa de mi hermano Otilio, su mejor
amigo, a quien yo veía como mi amor imposible, porque era 20 años mayor que yo.
En ese momento recordé las palabras que él me decía cuando me veía con el cabello
suelto:
-María, pronto
serás la mujercita más linda del pueblo, tu cabello es tan negro como la noche,
como mi caballo –Lo que me hacia ruborizar- Tus mejillas parecen rosas y son
suaves como el terciopelo, quien tuviera tu edad.
Pensando en ello,
las lágrimas no dejaban de correr por mi rostro.
Mi madre me dijo:
-No llores, ya
volverá a crecer.
En menos de cinco
minutos, mi cabeza tenía el cabello tan corto como el de mis hermanos.
Mi madre entonces
me hizo señas para que le acompañara a la recámara- Ya en ésta, me dijo, vas a
tener que desnudarte, y tomando mis enaguas, las rasgo e hizo unas tiras largas
y delgadas, entonces me dijo:
-Quítate la
camisa.
Yo, me quite la
camisa, roja de vergüenza, pues mi madre hacía mucho que no me veía desnuda,
solo atine a tapar mi busto con las
manos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos me dijo:
Eres tan linda
como una flor hija de mi alma, no debes avergonzarte, sube los brazos –me ordenó-.
Entonces con gran
delicadeza comenzó a vendar y apretar mis senos para tratar de que pareciera yo
un jovencito.
-No te debes
quitar las vendas, y si encuentras a alguien que no conozcas, no alces la
vista, si ven esos hermosos ojos verdes, se darán cuenta de que no eres un
muchacho.
Mi madre terminó
de vendarme y me dio ropa de mi hermano, me puse sus pantalones, camiseta,
camisa y me puse sus botas.
-Madre –le dije-
me quedan muy grandes las botas y no podré caminar.
Mis hermanas, en
ese momento se asomaban en la recámara y les dijo:
-Traigan algo del
algodón que está en el botiquín.
Lupita salió
corriendo, y en un instante estaba de regreso con el algodón.
-Anda, sácate las
botas – me dijo mi madre, y dándome el algodón me indicó que rellenara las
botas con él-
Mientras tanto,
les dijo a mis hermanas que se pudieran sus vestidos más viejos y sus abrigos.
Ya vestida como
jovencito me ordenó:
-Vamos a la
cocina, ahí, me indicó que manchara mi cara con el tizne del fogón, y así, ya
sucia y vestida me dijo:
-Vamos con tu
papá.
Al llegar a la
sala, mi padre ya no se encontraba solo, estaba Otilio, mi hermano con su
mujer, que estaba esperando a su primer hijo, y le faltaban uno o dos meses
para parir. Al verme sonrió y comentó:
-María, nadie te
va a reconocer, si pareces un muchachito, y mis hermanitas parecen una
mococitas, no las señoritas hermosas que son.
Yo pregunte:
-¿A dónde vamos a
ir?
Te acuerdas del
jacal que está en Tepehuizco –refiriéndose a un terreno que tenía en el monte,
muy lejos del pueblo-
-Si papá, pero
cómo vamos a llegar?
En ese momento,
entro a la sala de la casa Guadalupe, el cuñado de mi hermano.
-¿De dónde salió
este jovencito? Me dijo, iluminando su rostro con una sonrisa.
-¿No me reconoce
usted? -le dije- Mirándole con mis ojos llenitos de amor.
Mi padre en ese
momento interrumpió, no hay tiempo para charlas, en este momento te jalas para
el monte, José Guadalupe las va a llevar a ti y a las niñas, se van a ir en los
caballos y se van a llevar a uno de los asnos, ya ahí, José Guadalupe les va a
dejar bien escondidas e instaladas y sólo se van a quedar con el asno, todas adentro
del jacal, adentro de éste hay un hoyo bien disimulado, si llegar a oír que
alguien se acerca, las cuatro se van a meter en él. Deben aparentar que el
jacal está abandonado, mucho cuidado, no hagan ruido, escondan al burro entre
la milpa, ¿me entendieron bien? –nos dijo mi padre- Si alguien las llega a ver,
trata de imitar la voz de tu hermano Andrés, y el tonillo de las personas que no
saben leer ni escribir, no te vayan a delatar tus modales –me dijo mi padre
preocupado-
Todas asentimos.
Mi madre con
lágrimas en los ojos, comenzó a darnos la bendición a cada una de nosotras, mi
padre hizo lo propio.
La mujer de
Otilio lloraba, y me decía:
-Cuídate mucho
María y cuida a tus hermanas, sean prudentes, que Dios las proteja.
Los caballos estaban
ensillados, el burro amarrado detrás de ellos. Monte en un caballo con Lupita
agarrada atrás de mi, José Guadalupe se
subió en ancas a Margarita.
Así, mis hermanas
con lágrimas en los ojos, agitaron sus manitas y se despidieron de mis
padres, mi hermano y Magdalena, mi cuñada.
Yo trataba de
hacerme la fuerte, sólo oí como mi padre le
decía a José Guadalupe: Jálate para el monte, déjalas seguras y de
regreso borra todas las huellas, jálate para el monte y deja ahí a mi mayor
tesoro: mis hijas. Dios las cuide, pronto iremos por ustedes.- Su voz, entonces
se quebró y el llanto de mi madre inundó el silencio.
Así fue como ese
día 3 de diciembre del 1914 huí para el monte para salvar mi vida, mi honra y
la de mis hermanitas.
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