martes, 9 de julio de 2013

La estacada

Si no hubiera sido porque me encontraba ahí, mi suegra no lo hubiera contado. Si tan siquiera me hubiera dado las gracias, pero no, ¡la indina hasta me echo la culpa!. Dijo que yo había dejado abierto el portón. Después de tantos problemas, hubiera sido mejor que yo no hubiera hecho nada, tantos disgustos que me hubiera ahorrado. Mi Pancho, nunca se hubiera enojado conmigo por culpa de su ma’, pero esta doña Petra, era mala como carne de puerco.
Ahora comadre que te cuente cómo paso todo, me vas a decir y con razón, que fui tonta, al salvarla, pero entonces era yo una joven de 15 años, y mi pancho tenía 15 también, estábamos recién juntados, y yo no la conocía.
-Se bien que eso no es pretexto, la mala leche se le veía de lejos, pero era mi suegra y mi Pancho la quería, era su madre.
-Sí, ya sé que sería mejor que no tuviera madre, pero sí la tiene y pus que se le va a hacer.
- ¡Hay comadre! fue en la época de la revolución, cuando a todo Xochimilco llegaban los zapatistas, Villa y Zapata se habían encontrado en el merito Hotel de Xochimilco. Nosotros vivíamos de arrimados en la casa de mi suegra, acababa de nacer mi Domingo, si lo traía de brazos.
Estaba yo recién parida, pero mi suegra no me dejaba levantar hasta que terminaba  de tortear los dos cuartillos de maíz.
-Si comadre, ya sé que me trataba peor que sirvienta, que nunca me quiso, yo lo sé, pero ya ve, ni con sus malas artes logro que mi Pancho me dejara, mejor compramos el terrenito junto al suyo, y nos separamos.
- Ahora ya no me hace la vida de cuadritos a mí, sino a mi comadre Lupita, ¡santa mujer! 
- Si comadre, si, hasta a ella le hubiera evitado este suplicio de vivir con Manuel, entonces  Manuel no hubiera nacido.
- ¿Cómo? ¿No lo sabe? Todo esto fue antes de que sus hijos más chicos nacieran.
- Si comadre, ¡no coma ansias!, se lo voy a contar todo, siéntese uste, porque me voy a tardar un buen rato.
Era allá por el año de 1914, por el mes de junio, mi Domingo tenía quince días de nacido, y yo estaba en la cocina, junto al tlacuil, echando las gordas en el comal. Mi Pancho se había ido a Tlapechicalli, a cuidar la siembra, yo tenía que terminar de tortear, para después ir a dejarla a la chinampa el taco.
Mi suegra como siempre, andaba de un lado a otro, bien emperifollada, a sus casi treinta y soa años, todos los días se tardaba en hacer sus cosas pa’ arreglarse. Pa’ lo único que se acercaba al tlacuil era pa’ tomar tizne y ponerse en sus ojos, y en la siembra nunca debían faltar los betabeles, que no los usaba pa’ comer, no, si nomás los usaba pa’ ponerse sus chapas, si hubiese trabajado un poco, solititas le hubieran salido, pero la endina ¡era bien holgazana! Buena pa’ mandar, pero pa’ hacer era bien floja, pa’ eso estábamos sus dos nueras y sus hijas.
Su marido, el apa de mi Pancho se había ido con los alzados, con los villistas, y ellos se enteraron de que en esos cuatro años, mi suegra, sin tener quien le calentara el tapete, pus su marido se había ido a la bola, pus, ya se había mercado otra iscuincla, y ésta era igualita a su cuñado Guillerno, el marido de doña Fernanda, si la mocosa tenía la misma nariz aguileña del siñor y su voz, chillona, como sólo el siñor Guillermo podía tenerla, y pensar que don Simón le encargo su mujer a su cuñado, vaya que si la cuido, que hasta un hijo le hizo.
Ese día, mi suegra no fue la única a la que le echaron su visitadita, si hubo varias que fueron a dar a la plaza, donde habían rascado un hoyo bien grande y habían puesto los palos, bien picudos, si yo los divisé, con estos ojos que se han de comer los gusanos.
Si comadre, pus estaba yo echando mis gordas, cuando de pronto oyi en el patio muncho ruido, eran los zapatistas que habían entrado, y le preguntarón a Concha que estaba en el patio si la siñora Petra estaba, y ella, inocente, que después se echaba la culpa por haberles dicho que si estaba, les señaló la cocina de humo.
Entraron como cuatro hombres, así bien grandotes, y más que los vi, desde el suelo, que yo estaba arrodillada echando torteando, y me dijeron: 
-Tu eres Petra- 
Yo les dije:
 -No, es mi suegra, y se voltearon a verla y le dijeron: 
- ¡Ora si pinche puta! ¡ya te llevo el diablo!, y la tomaron por sus brazos y ella empezó a gritar.
 -Dejenme cabrones, se meten con mujeres solas, si estuviera mi marido, esto no sucedería.
-¡No pinche puta!, si estuviera tu marido, tu no tendrías otra hija, igualita a tu cuñado, ¿sabes que le hacemos a las putas? 
Y cuando esto dijeron, yo me puse a temblar, si todos sabemos que a las putas las empalan, mesmamente así se lo dijeron.
-Te gusta mucho esto –y el que hablaba se tomo su miembro- te gustan mucho los palos, que hasta con el palo de tu cuñado te metiste, pus a las putas las empalamos, y eso es lo que te va a pasar.
Cuando eso le dijeron, yo, como pude me metí entre las piernas de esos hombres, y me salí del jacal, y corrí, y corrí a buscar a mi Pancho, él junto con su hermano el Chicho, se jueron corriendo con lo que tenían a la mano, sus coas, sus palas, y por la calle, les gritaron a los vecinos, ayúdennos que nos matan a nuestra madre.
Cuando llegamos de vuelta a la casa, ya llevaban a mi suegra a rastras, casi llegaban a la calle, pero ahí, mi Pancho y el Chicho, se envalentonaron y les dijeron:
-Nuestra madre no está sola, si se la quieren matar, ¡primero nos matan a nosotros!
Que les dices a unos muchachitos de 15 y 14 años, que iban acompañados de todos los vecinos, puros jovencitos, que los mayores se habían ido con los pelones. Al verlos así, uno de los zapatistas les dijo a los otros: 
-Deja a la vieja, a poco vas a matar a estos muchachitos, por lo menos tienen pantalones pa’ defender a su madre, ya su marido se encargará de ajusticiarla cuando regrese.
Y los zapatistas se jueron, dejaron a mi suegra bien muina con todos nosotros.
Todos sabíamos que Guillerma era hija de don Guillermo, su misma cara, su misma voz, pero ni quien le dijera nada a mi suegra, su hermana Doña Fernanda era una santa, y pus su marido, no más se quito las ganas. Nunca le volvió a hacer caso a mi suegra, y menos cuando de entero que al siñor Simón lo mataron en la bola, y nunca se supo quien fue.

Así paso, por un pelito y empalan a mi suegra, como empalaron a otras, si, así comadre, así es como se hacía justicia en esos días, empalaban a las adulteras, y eso si, mi suegra, esa si fue bien adúltera.

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