Manuel era un
chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras
y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando
él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas
gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido
soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su
padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía
cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo
después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía
cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de
cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no
porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no
obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas
palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña
Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve
años.
Concha había dado
a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas.
Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que
trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había
estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que
eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las
madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la
tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo,
pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había
luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su
casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana
no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le
daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los
peones.
Al entrar en la
casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela
encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás
haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba
esperando –contesto Manuel.
- Y que me
esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la
cabeza como respuesta.
Concha se dirigió
hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la
habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando
que no había comido:
-¿Tienes hambre?
–y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a
acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la
misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los
ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le
decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes
en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por
respondón y desobediente.
Se acostó en su
petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al
día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.
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