lunes, 29 de julio de 2013

¿Tienes hambre…?

Manuel era un chiquillo de no más de cinco años. Su madre se dedicaba a cultivar las tierras y a comerciar lo producido. Su marido, el padre de Manuel había muerto cuando él apenas era un bebé recién nacido. Junto con él había muerto una de sus hijas gemelas, y poco después había muerto la otra, como si no hubiera podido soportar la ausencia de su gemela, se había ido marchitando como una flor.
Félix se llamó su padre, que falleció cuando Manuel tenía cuatro meses y su hermana Salustia tenía cuatro años. Las gemelas tenían siete años cuando murieron y poco tiempo después había muerto Santa, la hija mayor de 16 años. Pero Doña Petra tenía cinco hijos mayores: Francisco, Narciso, Simón, Concepción (a quien todos llamaban Concha) y Guillerma.
La encargada de cuidar a los hermanos menores era Concha, quien ya tenía 25 años. Lo hacía, no porque le gustara mucho, sino porque no había una sola persona que no obedeciera a su madre ciegamente, porque de lo contrario los regaños y malas palabras de doña Petra no se hacían esperar.
Ese día, Doña Petra se había ido a Chalmita, llevándose a su hija Salustia que ya tenía nueve años.
Concha había dado a su hermano en la mañana un té de hojas de naranjo y frijoles con tortillas. Después había hecho la comida y se había ido a dar de comer a los peones que trabajaban en las tierras de la familia, y no había regresado en todo el día.
El niño había estado feliz, pues había jugado sin parar con sus sobrinos: Samuel y Luis que eran hijos de sus dos hermanos mayores. Sólo había estado solo, cuando las madres de éstas les habían llamado a comer aproximadamente a las cuatro de la tarde. Cuando Concha regresó, comenzaba a oscurecer y Manuel ya estaba sólo, pues sus sobrinos como las gallinas se iban a dormir temprano, ya que no había luz eléctrica en sus casas, y las velas eran muy caras.
Manuel en su casa, esperaba a su hermana, las tripas le chillaban de hambre, pero su hermana no le había dejado comida, y él pensaba que seguramente al regresar ésta le daría comida que había guardado para él, de esa misma que había llevado a los peones.
Al entrar en la casa, se dio cuenta que su hermano estaba despierto porque estaba la vela encendida, así que entro en la casa y le dijo:
-Ora tú, ¿qué estás haciendo? ya es rete tarde, ¿Por qué no te has dormido?
-Te estaba esperando –contesto Manuel.
- Y que me esperas, nomas te estás gastando las velas a lo puro maje.
Manuel agacho la cabeza como respuesta.
Concha se dirigió hacia las ventanas y cerro las contra puertas de madera, por lo que la habitación quedó aún más oscura. Y tomando la vela le dijo al niño, recordando que no había comido:
-¿Tienes hambre? –y sin darle tiempo a responder ella misma contesto: -No “verda”, vámonos a acostar – abrió la puerta de la habitación para que el chiquillo saliera de la misma y lo llevó al cuarto en donde dormían.
Manuel con los ojos llorosos y con un hambre atroz, sólo acertó a quedarse callado, pues si le decía a su hermana que tenía hambre, ésta le daría primero una buena tunda de zapes en la cabeza, y después lo mandaría a dormir, sin comer, castigado por respondón y desobediente.

Se acostó en su petate, pidiendo que pasara pronto la noche, para que su hermana le diera al día siguiente té, frijoles y tortillas. Así soñando con la comida se durmió.

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