miércoles, 3 de julio de 2013

Prohibido



Como tantas otras ocasiones hoy lo visitará. Son amigos desde hace años, y un día ella otro él, encuentran un motivo para verse. 
Hoy el pretexto es una posible demanda con la que ella piensa recuperar impuestos retenidos sin fundamento.
Llega a su oficina en el piso trece. Afortunadamente no es supersticiosa. Entra y enseguida los ojos de las secretarías van tras ella. Se detiene ante el escritorio del secretario particular. Pide que la anuncie, y éste le indica que está ocupado, no sin antes preguntarle sobre qué asunto o expediente quiere hablar. Ella le dice que es una cuestión personal y se retira a la sala de espera, saca el libro en turno de su bolso y aguarda. Sólo han transcurrido unos segundos y el secretario le pide que pase a la oficina. Se levanta y nuevamente las miradas la persiguen.
Él está de pie, y se acerca a la puerta para saludarla y cerrar la misma, invitándola a sentarse.
—Hola, ¿cómo has estado?
—Bien gracias, tú te ves muy bien.
—Tenía tiempo que no venias, ¿cómo ha estado el trabajo?
—Bien, no es bueno quejarse.
La charla intrascendente continúa, siempre sucede lo mismo entre ellos. Finalmente, después de las cortesías mutuas, ella le plantea las dudas que la aquejan, y él, siempre solicito le aclara las mismas. Terminan de hablar sobre trabajo.
—Te he extrañado – le dice él.
—No tanto como para buscarme.
—Mentira, siempre que te hablo estas ocupada.
—Pero no cumples con tus promesas de hablarme posteriormente.
—Ya sabes cómo es este trabajo, esclavizante.
—Es cierto.
El se endereza en su sillón y alarga la mano sobre el escritorio para acariciar sus dedos. Ella lo reprende y le dice:
—¡Pueden vernos!
— ¡No me importa!
—Deberías hacerlo, eres un funcionario público, además estas casado.
—Cierto, pero te amo, lo sabes, siempre lo he hecho, desde que te conocí
— ¿Si? desde entonces eras casado y así seguirás...
—Ya desde entonces te amaba.
—¡Esto es un cuento de no acabar!
—Tienes razón, jamás dejaré de amarte, -le sujeta la mano y la besa.
Él le pide que se levante, pues quiere enseñarle algo, y la lleva al extremo más alejado de la oficina, frente al gran ventanal que domina la ciudad, el único punto en el que las personas de la oficina no pueden ver lo que hace el magistrado a través de la pared de cristal.
—Hoy es un día bello, después de las lluvias tenemos esta vista inmejorable de los volcanes.
Ella observa embelesada el paisaje, digno de la época de la Marquesa Calderón de la Barca.
—Parece que estamos en la región más transparente –sonríe ella.
Las manos de él se posan en sus hombros y su boca deposita un ósculo en su nuca. Los bellos de su piel se erizan al contacto.
Lentamente y con gentileza él hace que ella se gire sobre sí misma y la abraza. Busca su boca y con avidez la besa. Ella no puede ni quiere impedirlo, también desea ese contacto, tierno, dulce, apasionado. La caricia se vuelve más y más apremiante. El deseo está en el ambiente, en la piel, en sus sexos.
El recorre con los pulpejos el contorno de la cara, el cuello y lo desliza finalmente por el escote hasta llegar a su busto. Los pezones de ella, reaccionan al momento y como si existiese una conexión directa el pene de él se yergue.
El beso se vuelve profundo y apasionado. Las manos de ella rodean sus hombros. Sus pelvis se acercan, se frotan. De pronto ambos caen en la cuenta del lugar en el que se encuentran. Ambos desilusionados gimen frustrados y se separan.
— ¿Veámonos por la noche?-dice el.
—¿Para qué? –Pregunta inútil, ambos saben lo que sus cuerpos reclaman
— Lo sabes bien, te amo.
—Y yo a ti, pero no quiero que sea un encuentro furtivo, fugaz, quiero algo para recordar toda la vida.
— Será inolvidable ¡lo prometo!
— Una horas, en un hotel de paso, apresurados porque debes irte con tu esposa. Sabes que no quiero eso.
—Lo dibujas como algo abominable.
—¿No sería así?
—Cuando hay amor ¡no puede ser así!
—¡No me convences!
—Entonces, ¿qué es lo que quieres?
—Por lo menos quiero que estemos juntos unos días, despertar contigo, dormir contigo, caminar juntos, de la mano, sin escondernos.
—¡Sabes que no puede ser!
—Tal vez en esta ciudad no, pero podría ser otro lugar, en dónde nadie nos conozca.
—¿En provincia?
—¿Por qué no?
El guarda silencio y se queda pensativo.
—Lo haré, organizaré todo, será como lo quieres.
—No, no será como lo quiero, pero será lo más parecido a lo que me gustaría. Amándonos unos instantes, robándole el tiempo al tiempo, a tu esposa, a tus deberes, creando la fantasía de una vida contigo, aparentando que esto no es un amor prohibido.
—Pronto estaremos juntos
—Si, en veinte años no ha sido posible, pero no te preocupes, seguiré esperando…

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